La fuerza hace la unión: la movilización sindical repunta entre los más jóvenes y las nuevas y precarizadas profesiones
Desde los guionistas de Hollywood hasta las ‘kellys’ y de las jugadoras de la selección española de fútbol a los ‘riders’, los espacios de lucha colectiva por los derechos laborales se renuevan
Ha sido trending topic en redes sociales y ha merecido la atención de expertos como Nicholas Kristof, en su columna de The New York Times, o Lydia Saad, en el boletín digital de Gallup. Las grandes movilizaciones sindicales, esa bestia jurásica en peligro de extinción desde finales del siglo XX, estarían viviendo un insospechado repunte tras la pandemia. En los últimos meses, hemos visto a un presidente en ejercicio de Estados Unidos uniéndose a un piquete contra los Tres Grandes de Detroit, a los estudios de Hollywood hincando la rodilla tras 145 días de huelga del sindicato de guionistas secundada por los actores, a las centrales sindicales francesas enzarzadas en un fértil pulso contra su Gobierno, a riders o empleados precarios de compañías digitalizadas y disruptivas organizándose por vez primera para mejorar sus condiciones de trabajo. Incluso a las integrantes de la selección femenina de fútbol recurriendo a un sindicato, Futpro, para coordinar esfuerzos en su pulso con la Federación Española.
Kristof afirma que piquetes como los de Detroit, tradicionalmente acusados de “destruir, con su terca ceguera, la industria del automóvil”, están siendo reconocidos estos días como “un poderoso agente en la lucha por la equidad”, el único dique de contención que evita que los trabajadores con menor cualificación sean tratados “como felpudos”. Saad aporta un dato: el 67% de los estadounidenses considera “necesaria y positiva” la acción de los sindicatos, un número que contrasta con el exiguo 48% de aprobación registrado en 2010 o el 56% de 2016.
En España, según cifras proporcionadas por Beltrán Roca, catedrático de Sociología en la Universidad de Cádiz, “la afiliación permanece estancada en torno al 13%-14%, pero al menos ha dejado de caer y la percepción social de las reivindicaciones laborales está mejorando”, lo que permitiría afirmar que “estamos ante un punto de inflexión positivo que dejaría atrás la tendencia a la desmovilización creciente de los últimos 25 años”. Roca lo atribuye a la confluencia de fenómenos como “la inflación, el encarecimiento de la vivienda y la irrupción de nuevos procesos productivos y nuevos sectores laborales”. En este contexto de “aceleración del cambio e incremento de la precariedad”, los trabajadores estarían sintiendo la necesidad de “empezar desde cero y recurrir a nuevas estrategias de negociación de convenios colectivos y sectoriales”. En opinión de Beltrán, se trata de una tendencia “firme” tanto en España como en todo el mundo. “Está ocurriendo en casi todas las grandes economías occidentales”.
Para el sociólogo y politólogo Antonio Antón, de la Universidad Autónoma de Madrid, “existen síntomas de reactivación sindical” que afectan, sobre todo, “a nuevos colectivos de trabajadores, muy especialmente en el sector servicios y entre las mujeres y los más jóvenes”. Antón precisa que este nuevo sindicalismo rejuvenecido y feminizado “tiene algunas características diferentes a la acción sindical convencional de la clase trabajadora industrial y de la gran empresa”. Las nuevas movilizaciones resultan “menos institucionales”. Son movimientos “de base” con una “notable capacidad de contestación pública”. En ocasiones, “como ha ocurrido en España con las mareas de la enseñanza y de la sanidad, han conseguido una gran participación y han despertado una amplia solidaridad y simpatía en el conjunto de la sociedad”.
Lis Gaibar, profesora asociada y experta en asociacionismo y tercer sector de la Universidad Miguel Hernández, cree que se está produciendo un repunte, forzado por las circunstancias, del “colectivismo o asociacionismo, pero no necesariamente del sindicalismo”. Eso se debe a que las movilizaciones laborales más novedosas y mediáticas, como las de “empleadas del hogar, camareras de piso o riders”, las impulsan asociaciones, no sindicatos. En otras palabras, estamos asistiendo a una movilización contra el abuso laboral sistemático protagonizada por las víctimas de la precariedad y las asociaciones que les prestan su apoyo. Los principales agentes de esta acción colectiva son “los jóvenes a los que el mercado laboral no ofrece la posibilidad de construir un proyecto de vida a la altura de sus aspiraciones”. De su frustración deriva “una actitud confrontacional” que muy rara vez se canaliza a través de sindicatos tradicionales.
Para Gaibar, las nuevas generaciones estarían aportando savia nueva a las reivindicaciones laborales. En especial, “una dosis de hartazgo y una mayor capacidad para ver las costuras de un sistema que durante años había sido capaz de ocultarlas”. Beltrán Roca añade que el futuro de las movilizaciones colectivas pasa, en su opinión, por “crear nuevas estructuras que combatan el vacío de representación, que es el que sufren los trabajadores más precarios en pequeñas empresas, como las de la hostelería, no sindicalizadas y en las que no se respetan los convenios sectoriales”. La solución pasa por “crear estructuras de representación sindical a una escala intermedia, como los comités municipales que empiezan a proliferar en el Reino Unido”. La vieja receta —la unión hace la fuerza— debe dar pie a “estrategias menos rígidas, más flexibles y adaptadas a las circunstancias concretas de cada sector, para canalizar el descontento y seguir resultando eficaces”.
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