Argumentos, no aspavientos
En Francia llevan décadas aislando a Le Pen y el resultado es que está más fuerte que nunca
Nos estamos equivocando en la forma de combatir a la ultraderecha; también en la de tratar sus acuerdos con el PP. Tras el pacto inaugural de Valencia, la respuesta fueron remilgos monjiles —qué vergüenza—, gracietas de salón —el PP ha sustituido las líneas rojas por las alfombras rojas— o exabruptos: los votantes de Vox son tontos, analfabetos o fascistas. Aspavientos, en suma. Pero a la ultraderecha no se la derrota con aspavientos: se la derrota con argumentos.
De entrada: por más que me estruje el cerebro, no consigo que deje de parecerme ventajista el razonamiento según el cual el PSOE está autorizado a pactar con cuanto tiene a su izquierda mientras que el PP no está autorizado a pactar con cuanto tiene a su derecha. A mí los acuerdos PP-Vox no me gustan nada, pero, por desgracia, no todo lo que me disgusta (o no me conviene) es ilegítimo. No estoy diciendo que Vox y Podemos (o ERC y Bildu) sean lo mismo; digo que todos hacen propuestas inconstitucionales (la abolición de las autonomías, la de la Monarquía o la partición del Estado) y que lo único que nuestra Constitución excluye es excluir las propuestas anticonstitucionales. ¿Qué hacer con Vox, entonces? Vox es, todavía, un partido esencialmente reactivo. Hasta 2018, España era uno de los poquísimos países europeos donde, en parte gracias a la vacuna del franquismo, la ultraderecha era irrelevante. ¿Qué ocurrió en 2017? Elemental, mi querido Watson: si un bestia con bandera aparece en un extremo del campo, en el otro extremo aparece otro bestia con la bandera opuesta. Pero, aunque el procès fue el detonante de Vox, éste, como las ultraderechas actuales, también reacciona contra otras cosas, como el feminismo o la inmigración. Sobre estos asuntos Vox cuenta, en efecto, grandes mentiras; sólo que las grandes mentiras se fabrican casi siempre con pequeñas verdades, que son las que les otorgan el sabor de la verdad. Es verdad, por ejemplo, que el procès fue una calamidad, pero es mentira que la solución a un nacionalismo sea otro nacionalismo. Es verdad que el feminismo ha cometido errores —su símbolo sangriento es la decapitación simbólica de Irene Montero—, pero no es menos verdad que la lucha por la igualdad de género es una causa justísima. Es verdad que existe una relación entre emigración, islam y terrorismo, pero no es menos verdad que la inmensa mayoría de los musulmanes son pacíficos, que, como repiten los economistas, necesitamos inmigrantes y que tenemos el impepinable deber moral de acoger a los refugiados.
La ultraderecha se alimenta de nuestra incapacidad para afrontar los problemas, de nuestra vocación de avestruces. Acabamos de comprobarlo en Ripoll, de donde surgieron los terroristas que en 2017 atentaron en Barcelona y Cambrils y donde, tras seis años difundiendo el embuste de que aquella era una célula aislada y de que allí no hay ningún problema de islamismo radical, ni de racismo, gobierna un partido ultrasecesionista islamófobo al que se intentó en vano impedir el acceso a la alcaldía. Por sí mismo, eso tampoco hubiera servido de nada, o sólo hubiera servido para fortalecer a la ultraderecha: en Francia llevan décadas aislando a Le Pen y el resultado es que está más fuerte que nunca. Lo único que sirve es lo que hizo Emmanuel Macron en un debate presidencial televisado en 2017: desmontar los argumentos de Le Pen y mostrar que ni siquiera sabía de qué estaba hablando; resultado: victoria por KO de Macron. Pero, claro, para eso hay que estudiar, saberse los temas y saber explicarlos.
Soy un optimista insensato. Creo que, como aún es una ultraderecha reactiva, Vox no está consolidado, carece de arraigo, al revés que Le Pen en Francia; además, me niego a creer que tantos españoles compartan de verdad su ideario. Estamos a tiempo de neutralizarlo (incluso de conseguir que desaparezca, como Ciudadanos y casi Podemos), a condición de que tratemos a sus votantes como personas, no como energúmenos, y a sus dirigentes como adversarios, no como enemigos. Hay que estudiar, desmontar mentiras, mostrar verdades, aprenderse los temas y aprender a explicarlos. Argumentos, por favor, no aspavientos.
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