La casa de Juan Várez y Jan Taminiau: de refugio en la Guerra Civil a hogar de la marquesa que escandalizó al franquismo
El piso madrileño del coleccionista español y el diseñador holandés es un fiel reflejo de su personalidad: una mezcla audaz de tradición, arte y modernidad
En el portal del edificio madrileño donde viven Juan Várez (Madrid, 60 años) y Jan Taminiau (Goirle, Países Bajos, 47 años) hay una placa que recuerda que en esta casa funcionó la Embajada de Chile durante la Guerra Civil y que aquí los diplomáticos chilenos Aurelio Núñez Morgado y Carlos Morla Lynch dieron asilo a falangistas y republicanos. El periodista Manuel Chaves Nogales, que contribuyó desde el diario Ahora en la causa antifascista, fue uno de los demócratas que recibieron cobijo en esta señorial finca ubicada cerca del Congreso de los Diputados. Décadas después, la propiedad pasó a manos de Sonsoles de Icaza y de León, la marquesa que escandalizó al franquismo por su romance clandestino con Ramón Serrano Suñer, ministro y cuñado del dictador. La aristócrata también fue clienta fetiche de Cristóbal Balenciaga y madre de Carmen Díez de Rivera, “la musa de la Transición”. “Esta es una casa con mucha historia y contrastes”, señala Várez, que durante 26 años trabajó para Christie’s. “Creo que los contrastes definen muy bien al piso y a nosotros”, añade Taminiau, uno de los diseñadores más famosos de Países Bajos y uno de los favoritos de Máxima de Holanda y Lady Gaga.
El apartamento de Várez y Taminiau está emplazado en la frontera que separa el bohemio barrio de Las Letras y el más elitista barrio de Los Jerónimos. Calle abajo se abre la milla de oro del arte: el Museo Thyssen, el Prado… “Nos gustó la zona porque tiene mucha vida: pequeñas tiendas, pastelerías, floristerías… Y hay un contraste de gente. El contraste es una constante en nuestras vidas”, dice Taminiau. La pareja ha conservado la estructura noble del piso —las paredes con molduras de madera, los techos altos con cornisas, los suelos dameros y de parqué, los pomos y tiradores de bronce—, pero lo ha decorado con muebles modernos y obras de arte contemporáneo. “Jamás habríamos elegido los pomos que hay en las puertas, o los grifos en forma de cisne que hay en los cuartos de baño, pero están ahí y los apreciamos tal como son”, explica el diseñador neerlandés.
La casa es hogar y lugar de trabajo de la pareja, pero también funciona como un espacio para exponer la colección artística de Várez, que heredó esta pasión de su padre, el industrial y mecenas José Luis Várez Fisa. “Crecí a su sombra y me llevó tiempo encontrar mi propia voz”, reconoce. “Para mi padre, el arte era un hobby. Yo lo convertí en mi trabajo”, dice. En 2017, Juan Várez dejó la presidencia de la casa de subastas Christie’s con la intención de dedicarse a la consultoría independiente, pero en estos años se ha convertido en socio de su pareja en su boyante casa de moda.
El arte es el hilo conductor de este apartamento. En el recibidor, uno se topa con un retrato de Constantin Brancusi hecho por Man Ray y una fotografía antigua del estudio del escultor rumano. En la imagen en blanco y negro se ve una de sus icónicas esculturas en forma de pez. La silueta brancusiana dialoga con una escultura en forma de tabla de surf, obra del artista contemporáneo peruano David Zink Yi. En otro rincón del recibidor cuelga un Cristo desmembrado de la artista brasileña Adriana Varejão. “Es la primera obra confesable que compré cuando era muy joven. El lienzo simula los azulejos azules y blancos típicos de Portugal, y la imagen del desmembramiento representa los estragos del colonialismo en Brasil”, explica Várez.
El pasillo conduce a tres salones espaciosos y llenos de luz. En uno de ellos está el comedor. La mesa, un diseño de Mercedes Urquijo, es una réplica de una de campo del siglo XVIII. “Puede ser rectangular, puede ser redonda, puede ser pequeña o enorme. Es perfecta para cenas íntimas o para sentar a 22 comensales”, señala Várez. Cuando llega una obra de arte nueva, la pareja suele replantear la distribución de la casa: el comedor se convierte en sala de estar, la sala de estar se transforma en comedor… Un tríptico del artista mexicano Gabriel Orozco cuelga en la pared del comedor y una instalación de Lawrence Weiner domina otra de las salas, pero es imposible no mirar al último salón, donde hay un colchón con forma de Sudamérica. Se trata de Desubicado, cama América del Sur, una instalación del artista Mateo Maté. “Maté hizo esta obra tras perder su casa y la custodia de su hijo. Se sentía desubicado y creó este mapa”, explica el coleccionista.
Por todas partes hay maniquíes con diseños de Jan Taminiau. “A Juan le gusta exponer mis vestidos en la casa. A mí no me entusiasma tanto ver mi trabajo ya terminado. Disfruto más del proceso que de la obra en sí”, reconoce el diseñador. “Lo hago porque sus vestidos son obras de arte”, apunta el marido del creador. La realización de un vestido de Taminiau puede tardar entre cuatro y seis meses y puede requerir el trabajo de entre 30 y 80 bordadoras.
Una sala de estar que también funciona como despacho está decorada con unos sofás Terrazza en cuero negro de Ubald Klug para DeSede de los años setenta. “Los compramos en Holanda la misma semana que nos casamos”, recuerda Várez. “Por eso digo que estos sofás son nuestro anillo de compromiso, nuestra luna de miel en Mallorca”. La pareja se casó en agosto de 2020, en plena pandemia. También hay unas sillas del Rastro, un capitel hispanoárabe del siglo XII, una alfombra persa del XIX y, en un rincón, un escritorio de Roberto Lazzeroni para Ceccotti repleto de bordados. Taminiau pasa muchas horas diseñando sobre esta mesa. Y cuando levanta la cabeza, ve Cloud, una nube en blanco y negro hecha en fieltro por la artista afroamericana Lorna Simpson.
La vida diaria y cotidiana se hace en la parte trasera del apartamento, donde están las estancias más íntimas. Hay una sala de estar repleta de estanterías con libros de historia y arte. Un verraco ibérico en piedra del siglo I antes de Cristo domina una mesa baja y en las paredes cuelgan ilustraciones originales de El Roto que parodian la industria del arte y la producción en serie de obras. Como contrapunto, un maniquí con una creación única de Taminiau: el vestido que llevó Jennifer Lawrence en la película Los juegos del hambre. En la cocina cuelga una pieza del pintor portugués Carlos Bunga, y en el cuarto de baño principal, sobre la bañera, descansa Odalisque, fotografía de Nan Goldin que rinde homenaje a La gran odalisca, de Ingres.
Esta es la casa de un español, pero también de un neerlandés. El comedor de diario hace guiños al arte flamenco. Una alfombra persa del siglo XIX cubre la mesa donde la pareja desayuna cada mañana. “Así las decoraban los flamencos. Estudié arte holandés del XVII, estoy casado con un holandés… Me parecía un bonito homenaje a Vermeer”, dice Várez. En la pared, Stamps with Paintings, obra del artista visual alemán Hans-Peter Feldmann hecha con 87 sellos de correos que celebran el desnudo femenino a lo largo de la historia del arte. Son sellos emitidos por países donde el cuerpo de la mujer era considerado arte y ahora está prohibido o perseguido: Ruanda, Congo… “La obra habla de la fragilidad de la libertad”, explican.
La escultura en cobre We the People, del vietnamita Danh Vö, también invita a reflexionar sobre la vulnerabilidad de la libertad y las democracias. La pieza, ubicada en el dormitorio de la pareja, es una réplica de un trozo de La Libertad iluminando el mundo, regalo del pueblo francés al pueblo estadounidense para conmemorar el centenario de su independencia. Casi 250 piezas individuales repartidas por el mundo componen la versión de Vö. Curiosamente, la habitación da a un amplio jardín à la française. Sobre una chaise longue del dormitorio reposa uno de los objetos de mayor valor sentimental de la casa: un cojín tipo patchwork que hizo Taminiau cuando tenía 14 años. “Es su primer bordado”, señala Várez. “Y uno de los rincones preferidos de nuestra perrita, Cristal Ball”, añade el diseñador. El tour termina en el vestidor, donde han instalado Mujer embarazada, uno de los icónicos encapsulados de Darío Villalba. La pareja conservó los grandes armarios donde Sonsoles de Icaza, la marquesa de Llanzol, guardaba sus trajes de Balenciaga. “Cada vez que entro pienso que aquí colgaban los vestidos de Cristóbal, un referente para cualquier diseñador. Es como si se cerrara un círculo”, dice Jan Taminiau. Todo encaja en esta casa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.