El hotel portugués de Louboutin, el creador de los zapatos más deseados
Todo está hecho a mano en Vermelho, el establecimiento levantado por el diseñador en Melides, un pueblo del Alentejo
La suela roja más famosa de la historia del calzado nació por casualidad, para darle vida a una sesión de fotos. Corría el año 1993. La modelo se pintaba las uñas y, con el esmalte, Christian Louboutin (París, 58 años) tiñó la suelas de sus stilettos. “No quería el rojo, quería que el negro no lo invadiera todo para ser fiel a mis dibujos”. Ese bermellón que extendió su fama por el planeta brilla ahora en la cerámica de los suelos del hotel Vermelho de Melides, un pueblo de 1.800 habitantes en el Alentejo portugués.
¿Qué ha llevado a un emperador de los zapatos a convertirse en hostelero? “El azar feliz ha regido mi vida”, dice sin perder la sonrisa. Tanto que una duda de cuándo habla en serio y cuándo no. Louboutin tiene casa en Lisboa. Hacía décadas que elegía descansar en la costa del Alentejo. Y sucedió que un día se cortó y, para colmo de males, de camino al hospital se le estropeó el coche. Se quedó tirado en un pueblo pacífico, tranquilo, muy alejado de los excesos de la costa en la que pasaba el verano. Era Melides. De eso hace ya 12 años. Enamorado de la tranquilidad y de las vistas a un bosque de pinos y robles, compró una casona. Y se puso a pensar. Él, que había sido un animal de discoteca, se había convertido en un tipo con necesidad de parar y acercarse a la naturaleza. “Eso quiero transmitir: la importancia del tiempo en los lugares, en los objetos, en la arquitectura. La importancia de aprender a esperar”.
Entre colección y colección, entre viaje y viaje, Louboutin tuvo una idea: construiría un restaurante. No era un capricho; parecía, casi, una necesidad. En el lugar en que veraneaba, a veces solo, a veces con amigos, se pasaba el tiempo comiendo y cenando en un mismo restaurante, su favorito, con comida fresca, limpia, sin excentricidades, un sitio en el que descansar al estómago. Con la idea de llevar un restaurante así a su casa, empezó a construir su vivienda. Hoy en el comedor del Xtian, el chef David Abreu —formado en el Four Seasons Hotel Ritz de Lisboa y en el Waterside Inn, con tres estrellas Michelin— manda en los fogones. Pero entonces, cuando todo era una idea de futuro, el alcalde de Melides le preguntó al diseñador: “¿Por qué no haces un hotel en el terreno que rodea la casa?”.
Las 13 habitaciones del Vermelho son ese hotel. “Es una casa para mis amigos que se convierte en hotel cuando ellos no están”. El tamaño es doméstico. La inversión —en materiales, artesanos, tiempo e ilusión— es a fondo perdido. Tomarse un vino en el bar, con una barra-palio forrada de pan de plata, cuesta seis euros. El día de la inauguración, Louboutin invitó a los 1.800 habitantes del pueblo. Acudieron 380. “Muchos pensaban que terminarían pagando las copas”, explica Rodrigo Leal, el director del hotel que regenta el grupo Marugal. En el pueblo impera la calma. Todo continúa tranquilo. Pero hoy saludan a los empleados del hotel como vecinos, son los paisanos excéntricos de Melides.
La leyenda precede a Louboutin y a sus suelas rojas. Más allá de corregir que Carolina de Mónaco no fue su primera clienta —”Pero sí la primera famosa”, aclara—, el diseñador justifica también que Danielle Steel pueda tener 80 pares de sus stilettos, porque “también tiene muchas hijas”. Confirma que ha calzado a Catherine Deneuve, Marion Cotillard, Madonna o Tina Turner. “A Tina la venero…”, concede. Y explica que su última colección tiene un tacón con forma de columna dórica. Es un homenaje a este hotel donde todo el mármol está labrado, cincelado y pulido a mano. Como sucede con sus stilettos: “Todos están hechos en Italia o en París, donde trabajamos los encargos a medida”. En Melides todo es portugués. Aunque la autoría sea un babel cosmopolita en el que pintores, escultores u orfebres hablan griego, francés, portugués y castellano, todo es local.
La arquitecta lisboeta Madalena Caiado conoció a Louboutin siendo una niña. Su padre era y es el abogado del diseñador. Con 29 años, firmó la restauración de la casa-palacio que el zapatero tiene en Lisboa. “Fue fácil trabajar con él. A mí me preocupa la verdad de los materiales y a él también”, afirma Caiado. Esa es la clave de este hotel. Aquí, las cerámicas, las columnas de mármol, los suelos de roble o las sábanas de algodón con un festón rojo son de verdad. “Todo es de verdad porque todo está hecho a mano”. “Es cierto que hay eclecticismo”, concede Caiado, “aquí no se ha inventado un mundo, se ha construido. Por eso es de verdad”, sostiene la arquitecta. Verdad. Esa es la palabra que sustenta la fantasía del Vermelho: un puzle sorprendente en el que convive el humor con el refinamiento y la naturaleza con la ficción, una convivencia entre artistas, el pasado actualizado, el lugar y la gente del pueblo.
“Tal vez Portugal es el último reducto de Europa donde se puede hacer algo así”, explica Patricia Medina. Esta anticuaria sevillana ha acompañado a Louboutin a visitar a los ebanistas y los orfebres de su ciudad que han trabajado en el Vermelho. “El arte sacro ha mantenido nuestra artesanía muy viva”, explica, “pero ha sido Louboutin quien le ha dado un giro. Donde nosotros vemos una corona de la Virgen, él ve el halo de un aplique”. Tres orfebres sevillanos han firmado sin competir los herrajes, el bar o los apliques del Vermelho. “Han salido del mundo sacro para hacer luminarias, mesas y picaportes. Ellos no salen si nadie les da la mano”, apunta Medina. “Louboutin es el director de orquesta. Intuye sin temor a equivocarse. Por eso ha traído el mundo a esta aldea”.
“Christian es extremo y equilibrado”, continúa Medina. Ha cambiado diseños, ubicaciones, el propio proceso de la creación de azulejos, el detalle de la cenefa o algún acabado de los suelos en alguna habitación. Se ha encargado de todo: grifos, toallas y hasta del tipo de jabón. Todo pasa por su mano. Recoge por el mundo las tradiciones que le interesan y las mezcla. Aquí no hay austeridad ni exceso. Este es un hotelito caprichoso y con genio. Capaz de actualizar los oficios y de retratar a un tipo con raíces en Egipto. ¿O eso también es leyenda?
Louboutin tenía 18 años cuando aterrizó en El Cairo. El diseñador explica que empezó a viajar siendo muy niño, leyendo las aventuras de Tintín. “Luego, con 15 años, me fui a la India. No buscaba iluminarme, estaba obsesionado con las actrices de Bollywood”. Explica que fue conocer otros mundos lo que lo enseñó a mezclar: “Aprendí a combinar la audacia de Tintín con mi realidad. Vi un trono pequeño, forrado de piel de leopardo, y me detuve. Para los franceses, un trono es algo grande, dorado, estilo Luis XIV. Fue así, por contraste y por sorpresa, como descubrí que no había una forma para las cosas. Hay muchas. Cuando lo entendí, mi mente se abrió”.
Hoy considera que las cosas explican tanto como los libros. Y que los asuntos más importantes suelen resultar inverosímiles. Está hablando de su vida. Explica que tras la muerte de su madre, su hermana mayor fue a París. Llevaba tiempo persiguiéndolo. Quería hablar con él. “Me preguntó si alguna vez me había planteado por qué me gustaba tanto Egipto. Contesté con preguntas: ¿por la arquitectura? ¿Por el paisaje? ¿Por la gente? ¿Por la cultura? Le dije que había 40 razones, pero que ninguna era especial”. Su hermana le contestó entonces que creía que estaba buscando a su padre. “El de verdad”. Dieciséis años mayor que Louboutin, ella lo había conocido. “Me explicó que mi madre tuvo un affaire con un trabajador egipcio que, con su hermano, trabajó en nuestra casa reparando el tejado”. Ella se quedó embarazada. Él desapareció. “Hoy yo lo comprendo: inmigrante, mujer casada…, aquello podía ser peligroso. Mi hermana no quiso decírmelo cuando mi padre vivía porque nos queríamos mucho. Hoy pienso que mi padre biológico me dejó un carácter abierto”.
Además de convertir los problemas en soluciones, Louboutin todavía es un fantástico bailarín. Baila con sus dos hijas, Paloma y Eloise. Las gemelas tienen ocho años. Las tuvo con su mejor amiga. “Estaba empezando a ser paternalista con mis amigos y empleados. Uno me lo dijo y me ofendí mucho. Cuando te ofendes, está claro que el problema lo tienes tú: sentí atacado mi deseo de ser padre. De modo que decidí serlo”. Asegura que sus hijas se adoran, “por eso compiten todo el tiempo”. Las niñas viven en París con su madre y con él. “Vivimos los cuatro juntos. Somos Modern Family”.
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