“Estudiar ADE me sirvió para saber lo que no quería ser”: el viaje artístico de Carlota Pereiro
La versátil creadora gallega igual tapiza una butaca de la basura que diseña para el Thyssen
Carlota Pereiro (Santiago de Compostela, 34 años) se licenció en Administración y Dirección de Empresas, pero hace dos años contrató a un asesor financiero para gestionar sus facturas y no acabar en prisión. Terminó la carrera porque odia la idea de dejar algo a medias, aunque, si algo no le interesa, no regresa. Puro pragmatismo. Y viceversa. Si algo le fascina, lo consigue. Su casa-estudio está ubicada en una finca histórica de la calle de Cervantes, en el madrileño barrio de las Letras. “Me obsesioné con la idea de vivir aquí. Como nadie respondía al anuncio de alquiler, hablé con la portera, me pasó el contacto de la dueña y ya está: vivo aquí”. El espacio es luminoso, diáfano y en él conviven tantas texturas, colores y formas que sería imposible pensar en algo armónico. Pero lo es. “¿Ves esta butaca? Estaba en la basura y la tapicé”. Todo lo que ocurre ahí dentro tiene una historia. Desde la colección de pendientes que ha diseñado para una marca gallega inspirada en pulpos, castros u hortensias, bocetos del rediseño de la imagen del restaurante japonés Kabuki en Lisboa, el cabecero tapizado de su cama o la bolsa que tela que cuelga del armario de su habitación. Entre sus clientes se encuentran la Comisión Europea, el Ayuntamiento de Madrid, AC Hoteles y Kaiku.
Esa tote bag es uno de los artículos de merchandising que ha diseñado y se vende en la tienda del Thyssen con motivo de la exposición de Lucian Freud que ha organizado la pinacoteca por el centenario del pintor británico. Después de terminar la carrera y ahogarse solo con la ortopédica idea de realizar entrevistas en despachos (“estudiar ADE me sirvió para saber lo que no quería ser”), emprendió un viaje catártico rumbo a Londres. Regresó a Madrid, realizó un máster de diseño y el Thyssen seleccionó su proyecto de fin de curso.
“Tenía que hacer unos productos inspirados en una obra de la colección permanente. Aparecían unos indios e hice una colección infantil con muchos colorines, muy mi rollo”. Desde entonces, hace ya una década, colabora con propuestas de productos para las colecciones del museo. Aunque insiste en que no le demos demasiada importancia a eso. De hecho, se pasará la hora y media de entrevista restándole importancia a todo. “Es que no sé, no es tan importante, ¿no? Yo pinto porque se me da bien y otros hacen otras cosas. Odio la gente que se cree más guay que el resto por tener talento para algo”. Su bio de Instagram resume a la perfección su ausencia casi patológica de ego: “Artista de la pista. Pinto y coloreo”.
Sus cuadros son color, caos y geometría. Es imposible racionalizar su estilo, mas tal vez tenga algo que ver con que su madre tiene una cabeza 100% creativa y su padre sea arquitecto. Su obra es una especie de simbiosis entre el caos y el estructuralismo alemán. “Es curioso porque mi padre siempre me decía que adquiriese técnica y la aplicase porque, si la adquieres, tienes la capacidad de destruirla y eso da libertad. Con el tiempo me he dado cuenta de que es verdad. Pero me ha costado creer a mis padres. De pequeña me insistían en que dibujaba bien y que estudiase Bellas Artes; sin embargo, yo solo pensaba en que estaban de la olla mientras en mi cabeza decidía si elegir Medicina, Derecho o Periodismo. O sea, creía que lo correcto era escoger una profesión normal de gente normal”.
Pero no lo era. En esa época combinaba colores imposibles, era incapaz de memorizar capitales, ríos o montañas, y cualquier concepto que no pudiese ser explicado a partir de la lógica o el sentido común le parecía una marcianada. “Por ejemplo, ahora estoy leyendo Tokio Blues, de Murakami, y no puedo recordar un solo nombre en japonés, así que me cuesta seguir la trama. No sé quién habla en cada página, me estalla la cabeza. En un momento esto fue un problema, llegué a ir a terapia por este tema de la memoria”. Sin embargo, su memoria visual es prodigiosa. Todo lo que pasa por delante de su retina se queda para siempre. Por eso odia hacer scroll en Instagram. Teme ver algo que le guste y proyectarlo sin querer en sus obras.
También odia Instagram porque “empiezas a bajar el feed y han pasado tres meses” y porque no soporta lo definitivo. “¿Sabes por qué hemos tardado tanto en hacer esta entrevista? Porque me da pánico que algo sea permanente. Y cuando algo está escrito, ya no se puede modificar”. Sí, esta entrevista debía haber ocurrido hace un año. Por eso también evita los nombres propios. “Puedo dar referentes de gente que me inspira; sin embargo, a lo mejor, dentro de dos días o media hora ya no me gusta y me arrepiento para siempre. Eso ya lo he vivido”. Efectivamente, en los 90 minutos de entrevista tampoco aparecerá ningún nombre propio. Utiliza las redes sociales porque son una potente herramienta de trabajo y un punto de partida de proyectos. Pero es cero metódica y ha silenciado todas las notificaciones posibles que permite la aplicación. “Me la sudan los likes”, concluye.
Sin embargo, le gusta la gente y posee un carisma innato para detectar humanos en cualquier circunstancia —cafetería de un tren, festival de música sacra, lavandería de provincias— con quienes desarrollar proyectos o producir obras. Todas las personas involucradas en sus colecciones de vajillas de cerámica, bañadores, tapices de lana y acrílico, esculturas o diseño textil son pequeños proveedores con modestos negocios con los que siempre encuentra la forma de hacer el mejor equipo. En Carlota, de forma natural, todo es política.
Dedica las mañanas a tareas relacionadas con diseño, administración y negociar presupuestos de proyectos (lo odia), aunque es un animal nocturno. Sobre todo le gusta pintar, por eso no siempre lo hace. Demasiado íntimo e introspectivo. Es el único lapso en el que es capaz de detener el cerebro, como si lo introdujese en una cápsula espacial. Pero no siempre funciona. Si se encuentra mal, no puede. “Durante alguna etapa de mierda, mi madre me decía que pintase esos fantasmas, pero si estoy hundida soy incapaz, demasiado personal. No obstante, si pinto me olvido hasta de comer. Me flipa esa parte del ser humano en la que pierdes el control y empiezas a crear y tu cabeza va creando cosas, formas…”.
Tampoco tiene referentes artísticos. O espaciales. Su obra respira Galicia por colores, fauna y texturas, pero no es premeditado. “Me inspira todo. Unas gafas, un señor que mira de determinada forma a una señora. Bueno, estoy pensando que casi todo lo que dibujo tiene picos: aves, pollos, gaviotas… No sé por qué. Lo pensaré”.
También está pensando en contratar a alguien que le eche una mano con el trabajo administrativo por las mañanas y la ayude a negociar. “Se me da fatal el tema de los presupuestos. Yo hago las cosas porque me gustan, no porque vaya a cobrar uno o doscientos euros, pero sé que las cosas tienen un valor. Por otro lado, no quiero perder el control del proceso porque todo es muy personal. Si tengo que currar con alguien, aparecerá. La gente me agobia con que delegue y tal… Ya llegará. Trabajo mucho, aunque no me obsesiono con objetivos. Entonces, ¿dices que quieres vivir en esta zona? Yo te lo muevo”.
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