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ARCO 2023

El bum de la ‘pintura fresca’: los jóvenes pintores que triunfan en el mercado

Una serie de cotizados artistas jóvenes y decididos a reinventar esta vieja disciplina son la última sensación del mercado. Arco llevará a algunos de ellos a la primera fila

'After Shave II', 2022, de Damaris Pan (1989).
'After Shave II', 2022, de Damaris Pan (1989).

Hay vértigo en el mercado del arte, pero también convicción. Todo son buenos augurios para una serie de artistas muy jóvenes que, en su corta carrera, tienen ya una base sólida de coleccionistas, una representación estelar en galerías y un historial de exposiciones en constante crecimiento. Ni la rareza de una obra ni el lugar que ocupa su autor en la historia del arte parecen tener hoy tanto peso como la sensación de novedad y la emoción que esta despierta. El coleccionismo pide flechazos, pero que la obra de un artista joven alcance precios altos y llegue incluso a colarse en las subastas, es ya sospecha de que los tiempos se están forzando y que cuando llega un éxito precoz ya sabemos que el frenazo también será brusco. Las ventas en subasta de colecciones privadas en cuya nómina de artistas están estos jóvenes es uno de los motivos de esa bola de nieve de precios. Un fervor digno de estudio cuando la cotización de un artista siempre se ha ido construyendo con el tiempo, dando valor al paso tranquilo de lo longevo y no al ímpetu de la juventud. Según The Art Market 2022, el habitual estudio realizado por Art Basel, el mensaje es claro: la pintura sigue bailando al compás del mercado, especialmente la de artistas jovencísimos. Wet painting, la llaman, o pintura fresca. Tan fresca que puede incluso manchar el bolsillo.

Lo pictórico siempre ha disfrutado de ese privilegio, aunque ahora vive una renovada celebración. Especialmente, la pintura que cuestiona dónde empieza y acaba la abstracción. Hay porqués. Si en 2021 veíamos una vuelta a esa pintura realista capaz de dotar en el cuadro significados universales, un claro efecto pospandémico de la necesidad del orden y los contornos claros, hoy abrir el zoom hasta desenfocarlo todo es el nuevo lugar desde el que mirar la pintura. La abstracción es aquí como una banda ancha capaz de aglutinar en poco espacio mucha información. En la superficie prima todo aquello emocional que el medio crea en su materialidad, es decir, eso que la jerga artística llama performatividad. Un cuadro que no es solo un cuadro, sino una escena.

La obra 'La tierra se tragó al hombre' (2022) de Pablo Linsambarth refleja el relato familiar del artista.
La obra 'La tierra se tragó al hombre' (2022) de Pablo Linsambarth refleja el relato familiar del artista.

Romper las normas es lo más celebrado por la crítica de arte actualmente. O lo que es lo mismo: empujar, sin reparo, los límites del formato, del color, de la historia, buscando un lugar sofisticado desde donde hablarle al mundo. Los pinceles de Guillermo Mora (1980) gritando en la galería Moisés Pérez de Albéniz. Se habla ya de cierta “fisicidad” de la pintura, que implica una “cosa mental”, pero, también, una presencia física que determina su relación con el espacio. Una pintura cercana a esa acepción del vacío en inglés, void, lleno de gravedad circundante. Prácticas que, en muchos casos, brindan contranarraciones a la historia dominante y que se mueven sin complejos sobre el lienzo y la escultura, o en modo instalación, vídeo y escenografía. Un ejemplo meteórico: la británica Rachel Jones (1991). La abstracción le permite, a sus 31 años, hablar de la interioridad negra sin verse limitada por la representación, como sucedía antiguamente. Las personas, o las figuras de aspecto humano, siempre han estado presentes en su obra, pero bajo un giro hacia lo incorpóreo. Ojos, orejas y dientes fueron el centro de SMIIILLLLEEEE, su exposición tras fichar en 2021 por la galería Thaddaeus Ropac. Y la dentadura apareció de nuevo en su debut institucional el año pasado en Chisenhale Gallery (Londres), justo cuando una de sus obras superaba el millón de euros en la casa de subastas Bonhams.

El coleccionismo pide flechazos, pero que un artista precoz alcance precios tan altos indica que el frenazo también será brusco

Ese mismo radar coleccionista está tras el chileno Pablo Linsambarth (1989), que estará representado en Arco por la galería Patricia Ready (Chile). Su idea de abstracción es común a muchos otros artistas: una forma de resistencia discursiva, en ruinas, llena de fragmentos que van de lo personal a lo histórico y evocan la duda sobre la propia imagen de la pintura. Muy cerca están dos de los mejores artistas españoles de esa generación, Damaris Pan (1983, en Ana Mas Projects) y Jan Monclús (1987, en etHALL y Twin Gallery), el relevo de otros nombres ya conocidos como Miki Leal o Pere Llobera. Una narrativa suspendida de la que en Francia hay un bum. La exposición Voir en peinture, la jeune figuration, recién inaugurada en el Musée de l’Abbaye Sainte-Croix (Les Sables-d’Olonne), se sumará el 11 de marzo a Immortelle, la primera panorámica sobre la joven pintura figurativa francesa que se celebrará en MO.CO., en Montpellier. De toda la selección, un nombre y una estética: Guillaume Bresson, muy cercano al trabajo de Gori Mora (Pelaires) o incluso de Gala Knörr (T20).

'Paseo 3' (2022), de Mariela Scafati, en Travesía Cuatro.
'Paseo 3' (2022), de Mariela Scafati, en Travesía Cuatro.

Con el cuerpo en el epicentro de sus cuadros, Cristina BanBan (1987), española residente en Nueva York, ha pasado a convertirse en otro de los reclamos de Arco. Tras estudiar Bellas Artes en Barcelona, fue encadenando residencias por Europa hasta ser premiada en 2017 por la Royal Academy de Londres. No tardó en fichar por la todopoderosa galería Perrotin. Primero expuso en la sede de Shanghái, con éxito de ventas. Un año más tarde, su obra fue adquirida por la Fundación Louis Vuitton de París y en breve también expondrá en Tokio. Aunque el pulso del mercado, dicen, pasa por Seúl. Allí están Dea Gómez (1989) y Diego Omil (1988), Los Bravú, en la residencia Kontemporary, moviéndose con maestría cerca de ese neosurrealismo que tanto tirón de ventas tiene todavía tras el rescate de la figura de Leonora Carrington en la pasada Bienal de Venecia y cuyas obras lucen ahora en la sede madrileña de la Fundación Mapfre.

Hay más nombres en esa nueva pintura: Elvira Amor (1982, en Moisés Pérez de Albéniz), Mercedes Mangrané (1988, en Ana Mas Projects), Miguel Marina (1989, en The Goma), Federico Miró (1991, en F2) o Manuel M. Romero (1993), cuyas pinturas subvierten las expectativas tradicionales del medio. Aunque para desborde el de la obra de Mariela Scafati (1973), el gran descubrimiento para muchos de la Bienal de Berlín de 2020 y el último fichaje de Travesía Cuatro tras su exposición Comienza. Sus bastidores suspendidos del techo con cuerdas y poleas, y articulados mediante bisagras, parecen un cuerpo o una casa. Un gran cuadro sin nombre o un abrazo. Un collage o el hueco de una pierna. Una obra que opera a modo de disparador para abrir el debate social sobre el feminismo y su carcasa cultural.

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