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Pamplinas
Columna
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La palabra merdenfacto

Se lo pregunto: ¿tienen palabras que solo se dicen a ustedes mismos, palabras propias que nadie sabría qué significan?

Martín Caparrós
Martín Caparrós

¿Ustedes también tienen palabras propias? Es una pregunta: de verdad no lo sé. Y, en realidad, nunca lo había pensado. Pero esta tarde estaba acatarrado y agotado y arruinado y me repetí —como miles de veces en mi vida— que estaba merdenfacto, y me brilló la duda. La palabra merdenfacto, ya lo imaginarán, no aparece en ningún diccionario. Es más: puede que no haya sido pronunciada nunca. Yo, por lo menos, no lo he hecho, y quizá nadie más la haya acuñado.

Porque es mía, creo, solo mía: en todo caso no la aprendí como se aprenden las palabras, no se la escuché a nadie, no la recibí. Su sentido, para mí, es cristalino: está compuesta de una variación boba de “mierda” con ecos alemanes —merden— y el latinajo obvio de facto —como en estupefacto, tumefacto, putrefacto— para decir “hecho”. Hecho mierda, entonces, en el dialecto más exclusivo: uno de uno solo.

Se supone que empezamos a formar palabras —nosotros, aquellos monos tan ansiosos— hace mucho. Y decir hace mucho es, claramente, la forma de no decir que no tenemos ni prosternada idea de cuándo. Hay investigadores que dicen que los primeros sonidos comunicantes se pronunciaron hace un par de millones de años —­millón más, millón menos—; otros, que empezaron en serio hace 500.000, junto con la domesticación del fuego y la aparición de ciertas herramientas de madera y piedra. Otros, aún, dicen que no se puede hablar de lenguaje hasta hace 70.000 o 60.000 años, ayer nomás, cuando algunos Homo sapiens africanos empezaron a migrar a Europa —y todavía no había lanchas italianas ni rejas españolas ni partidos patriotas de las diversas patrias para detenerlos.

Pero, dentro de tanta incertidumbre, está claro que empezaron a intentarlo para comunicarse; que cualquier lenguaje es, antes que nada, voluntad de comunicación: uno pronunciaba ciertos sonidos para que otro recibiera cierta información. Y más tarde, cuando quisieron que esa información quedara registrada, descubrieron la forma de reproducir esos sonidos con dibujos: escribir. Y más tarde aún, cuando no se conformaron con el pequeño grupo alrededor, encontraron modos de enviar esas palabras dibujadas y esas palabras pronunciadas cada vez más lejos, cada vez a más.

Todo esto está claro. Pero después hay una zona felizmente oscura, reservada: las palabras que no son para comunicarse. Esas que son un modo de hablar consigo mismo, sin testigos, sin interferencias, sin dejar entrar el mundo en tu cabeza ni lanzarse a él. De guardar un tesoro que no sirve para nada, como todos los tesoros verdaderos, pero que te permite un reconocimiento, un breve encuentro con esa persona que tienes guardada tan adentro: una complicidad, un cariñito.

Son esas como “merdenfacto”, tonterías. Les insisto, no sé por qué nunca le pregunté a nadie si tenía palabras como esa, si lo mío era pura locura personal o parte ínfima de la gran locura general. Me parece más razonable —locura razonable— que muchos lo hagamos, pero no estoy seguro. Y empezar a preguntarlo justo antes de escribir sobre el asunto sería una agachada.

Por eso, ahora, se lo pregunto a ustedes: ¿tienen palabras propias, palabras personales? ¿Palabras que solo se dicen a ustedes mismos, palabras que nadie sabría qué significan? ¿Y por qué, en tal caso, no las pronuncian? ¿Por pudor, juego, egoísmo, por las ganas de guardar algo que nadie más conozca ni comparta? ¿O las comparten si acaso con una pareja, con un hijo? ¿Y a qué refieren? ¿Son restos de la infancia, deformaciones de esos días, o referencias decididamente íntimas o construcciones caprichosas fantasiosas o qué, de dónde salen?

Es fácil hablar de las palabras para comunicar: es lo evidente. Es lo que siempre hago, pero hoy quería pensar por un momento, sin saber mucho qué decir, en esas que no, en estas. Una palabra que se calla, una herramienta que sirve para lo opuesto a su función normal es una bestia muy notable, se merece un desvío. Y no es que hoy esté particularmente merdenfacto; es solo que quiero preguntarles. Lo lógico, sabemos, sería que no me contestaran.

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