La casa suiza que no se sabe si es antigua o de vanguardia
En Suiza, en las montañas del Ticino, hay una vivienda que ha ayudado a sus dueños a cambiar de vida
Esta casa combina dos términos muy contemporáneos: slowdown y upcycling. Algo así como desaceleración y reciclaje mejorado. Los que desaceleraron, abrazándose a una nueva calma, fueron sus dueños, Daiana Giorgi y Matteo Molteni, una experta en moda y un exdirectivo de multinacionales reconvertido en emprendedor. Fueron ellos quienes reinterpretaron la vivienda con la ayuda del arquitecto Arturo Montanelli. La que mejoró reciclándose fue la casa en manos de sus nuevos dueños. Lo hizo rescatando los muchos ingenios con los que la había dibujado, hace 40 años, Franco Burzi, el ingeniero que la construyó, con visión e imaginación, durante los años ochenta.
Los Molteni vivían por el mundo. Habían tenido casa en Roma, en Ginebra y en Nueva York. Daiana ironiza que se casaron para separarse. Para poder mantener sus carreras profesionales, no tenían más remedio que vivir en ciudades distintas. Ella compraba para marcas como Prada y él lideraba las decisiones de grupos empresariales globales. Su propia casa era global. Pero se sentían desarraigados. ¿Era así como querían vivir? Decidieron contestar a esa pregunta actuando. Y apareció una palabra clave: despacio. Necesitaban reducir el ritmo de trabajo y actividad, recuperar la tranquilidad perdida. “La casa nos centró. Buscábamos un lugar para volver a empezar, para concentrarnos en nuestra vida, en la gente que queremos y en lo que nos apasiona”, explica Molteni. Querían que la casa ordenara su vida. Y lo hizo. La llegada de su hijo Zaccaria confirmó su decisión. Pero no adelantemos acontecimientos.
Llegaron a Suiza. Habían vivido ya en Ginebra y pensaron que en Lugano encontrarían paz, agua y montaña, bosque y horizonte despejado. Molteni, que hoy tiene un negocio inmobiliario, lo sabe: desde la pandemia, la búsqueda de tranquilidad es la petición más solicitada a los agentes inmobiliarios. Él y Daiana Giorgi también necesitaban naturaleza. Y hallaron calma en una extraña vivienda, asomada al lago de Lugano, que parecía antigua y fuera del tiempo a la vez.
Cuando la encontraron, la casa se había asimilado al paisaje, y el arquitecto Arturo Montanelli habló de reinventar para sumarle las inquietudes artísticas de Matteo y Daiana. El matrimonio Molteni es amante de lo artesano: les fascina lo hecho a mano. Seguramente por eso, fueron ellos quienes decidieron responsabilizarse del interior. Pero la casa tenía voz propia. Hablaba. Había sido construida con un ideario que el matrimonio abrazó. Había sido levantada siguiendo el dictado del lugar, de la tradición y del posmodernismo, que entonces era la vanguardia artística. Además, y sobre todo, era una casa visionaria. Su anterior dueño, el ingeniero suizo Franco Burzi, se descubrió, en realidad, como un artista. Fue él quien literalmente construyó la vivienda observando el lugar, eligiendo las piedras, cuidando las vistas e ideando ingenios para rebajar el consumo energético. Dedicó 10 años a ese trabajo. Al final, ya no se sabía qué era casa y qué lugar. Había baños de mármol y piedras de la colina, hiedra como acabado y una idea visionaria de las casas que cambian el humor. Pero, sobre todo, había una simiente para la autosuficiencia: paneles solares para calentarla y acumular energía, un sistema de reciclaje de agua de lluvia. Los Molteni y su arquitecto sumaron a esos recursos una fachada de vidrio con una doble función: perderse con los ojos, meterse de cabeza en el lago Lugano y permitir que el sol y la luz alcancen todos los rincones de la casa en invierno. Emplearon un vidrio que absorbe calor. De manera que, en verano, la casa queda aislada y ventilada y, en invierno, el propio vidrio actúa acumulando calor.
Así, el trabajo del matrimonio Molteni para actualizar la casa consistió en mantener lo visionario y hacer desaparecer lo temporal. Se quedarían con lo que ya está fuera del tiempo y por eso todavía respira novedad. Sus necesidades pasaron por actualizar la cocina. Necesitaban ampliarla y por eso la abrieron al comedor. Trajeron la vivienda al presente. La hicieron suya con sus lienzos, sus cerámicas y sus propias necesidades. Construyeron un diálogo entre su historia —los variopintos materiales que la construyeron— y la propia vida y enseres de sus nuevos ocupantes.
Con los principios de Burzi, los Molteni abrieron más ventanas —querían tener más luz, emplearon carpinterías de acero para aligerar la obra—, añadieron una habitación, construyeron un estudio —desde el que trabaja Daiana en su nueva empresa, Frida the Brand— y un dormitorio para Zaccaria. Mantuvieron las cerámicas, ladrillos y los hierros que rodean la escalera. Hoy el interior de la casa parece hecho a mano. Contrasta con el exterior, que desaparece frente al lago o se oculta tras la vegetación. Por eso esta casa, difícil de encontrar, es el lugar para empezar de nuevo. Una vivienda que, como ellos, tenía un pasado. Algo que decir. Y ahí continúan, hablando, añadiendo estanterías, sillas o sofás a medida que van necesitando para su trabajo o para su vida.
Con humildad y cuidado, la casa respira hoy orgullo ecléctico. Rinde tributo al talento de quien la comenzó y a la libertad de quienes llegaron a ella y supieron entenderla. La artesanía es el puente entre ambos y dos carpinteros locales, las manos de ese puente rústico, visionario, ecléctico y en ocasiones minimalista.
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