Cuidado, que vienen curvas: un dúplex que recupera el espíritu original de Torres Blancas
El edificio de Sáenz de Oiza es una de las grandes obras de la arquitectura de vanguardia del Madrid de los años sesenta. Los arquitectos Antonio Mora y Eduardo Tazón han renovado uno de sus dúplex, recuperando conceptos del proyecto original
La renovación es un homenaje tan bien hecho que cuesta distinguir qué es en realidad original. “Lo único que hemos mantenido es la barandilla de latón de la escalera que sube al piso de arriba, porque era un guiño de Sáenz de Oiza a su admirado Frank Lloyd Wright. El resto es todo nuevo”, desvela Eduardo Tazón. Y sin embargo cada intervención se ha hecho con tanto acierto que hay áreas de la vivienda que parecen haber sido así desde siempre. “No somos nada nostálgicos. Queríamos hacer un homenaje a las ideas contenidas en el proyecto del edificio y sus interiores, pero sin la obsesión de retornarlo a su estado original”, continúa Antonio Mora. “Por eso, no tuvimos reparo en deshacernos de elementos que no fueran capaces de transmitir una versión contemporánea de Torres Blancas”.
Los arquitectos Antonio Mora (Sevilla, 31 años) y Eduardo Tazón (Múnich, 32 años) se toparon por casualidad durante los primeros meses de la pandemia con la posibilidad de acceder a esta joya de la arquitectura por un precio asumible para ellos. Lo que se encontraron fue un espacio completamente transformado, con gran parte de sus terrazas circulares cerradas y usadas como espacios interiores. Asimismo, muchas de las curvas que tenía la vivienda habían sido eliminadas. “La mayoría de los apartamentos de Torres Blancas han sido tremendamente alterados. Muchos han tratado de eliminar la sinuosidad interior tan singular que tenían. Sin embargo, el diseño de Sáenz de Oiza establecía un equilibrio perfecto entre curvas y rectas. Es decir, que cuando necesitabas una recta para amueblar la tenías. Algunos han hecho zonas de almacenaje en áreas que eran curvas para aprovechar el espacio. Así que hay muchas curvas en el armario en este edificio”, se ríe Tazón.
Torres Blancas fue un encargo del constructor Juan Huarte al arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza. Un innovador edificio de gran altura, a menudo referido como una obra brutalista por ser de hormigón, aunque en realidad es más bien un proyecto organicista con una estructura arbórea. Fue una propuesta muy vanguardista para la época, tanto en su estética como en su concepto de vivienda colectiva en altura, incluyendo ideas que no tuvieron éxito en su día. Por ejemplo, el edificio contaba con un restaurante capaz de proveer a los apartamentos mediante sus propios montaplatos.
Antonio Mora y Eduardo Tazón, tras pasar cinco años en Nueva York trabajando en diferentes estudios de arquitectura, aterrizan en España en el verano de 2019 con la idea de emprender en el sector de los hoteles paisaje. A los pocos meses se desata la pandemia, disparándose los precios en el ámbito rural, mientras que en Madrid bajaban. En medio de ese cambio de lógica apareció este dúplex de 400 metros cuadrados que les hizo modificar el rumbo. “Después de haber trabajado cada uno por su lado, con la reforma de este proyecto desarrollamos un lenguaje común. Fue una prueba de fuego profesional y personal. Nos ha servido como proyecto piloto y para empezar una andadura en común, también en lo profesional, como Studio Noju”, cuenta Mora.
Si bien tenían claro que no querían retornar el apartamento a su estado original, sino reinterpretarlo, hay unas cuantas cuestiones muy claras de la manera de proyectarlo de Sáenz de Oiza que han guiado la renovación. Por un lado, la recuperación de su circulación fluida y de las terrazas abiertas, ya que ambas características habían sido completamente alteradas. Así, la planta de abajo se abrió totalmente, jugando con el pavimento para conectar y, al mismo tiempo, diferenciar áreas. Las terrazas se diseñaron buscando intimidad, a modo de patios semiexteriores con vegetación decorativa y productiva. Se revistieron con un azulejo verde que evoca los años sesenta, tapizando de manera continua todo su equipamiento: bancos, maceteros y hasta la funda de una bañera.
Por otro, se hizo un importante esfuerzo en potenciar el lenguaje curvo original del proyecto, especialmente visible en el nuevo diseño del salón y la cocina. Asimismo, se proporcionó una plasticidad añadida a todos los espacios mediante óculos y falsos lucernarios. Son un homenaje a los volúmenes con forma de muelas que Sáenz de Oiza creó para el lobby del edificio. Por último, se proyectó que las zonas de paso tuvieran un uso, pues a Sáenz de Oiza le gustaba considerarlas también estancias.
Entre las cosas que no quisieron incorporar a su renovación estaba la gran barrera que había entre el espacio de servicio y la zona noble. La escalera interna para el servicio se eliminó, y sus áreas de trabajo y alojamiento se incorporaron a la cocina y se habilitaron como despacho, respectivamente. Por otro lado, Sáenz de Oiza no tenía muy claro lo de conectar la cocina con la zona social de la casa, pero al final no lo hizo. Una duda con una visión muy contemporánea que Mora y Tazón no tuvieron. “Lo que más nos gusta cuando viene gente a casa es que nos pregunten si algo estaba o no en el planteamiento original. Es como un halago porque, si dudan, eso significa que lo hemos hecho bien”, concluye Tazón.
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