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De Torres Blancas a la basílica de Aranzazu, la arquitectura que salió de un "desván"

Individualista y de fuerte carácter, Sáenz de Oiza convirtió España, entre los años 50 y 80, en un lugar arquitectónicamente moderno. Una exposición en la Semana de la Arquitectura celebra su centenario y rescata sus apuntes de genio malhumorado

Interior del portal de Torres Blancas, al que se accede bajando unas escaleras.
Interior del portal de Torres Blancas, al que se accede bajando unas escaleras.

Tres poetas del siglo XX condicionaron la vida del arquitecto Sáenz de Oiza: García Lorca, Walt Whitman y Cesare Pavese. El primero recitaba a la españolidad y a la vanguardia, el segundo al estilo de vida americano y el tercero a la derrota del ser humano. De estas lecturas iba cargado el maestro de la Arquitectura Moderna española. Y desde estos versos también hacía edificios. De hecho, una de sus obras maestras, Torres Blancas (finalizada en 1971), en Madrid, creció sus 81 metros casi como un poema. “Es la construcción de la utopía de una ciudad jardín vertical, es como una Casa de la Pradera, como una poesía de Whitman puesta en altura, refleja el ideal estadounidense”.

Piscina de la azotea de Torres Blancas, uno de los pocos espacios comunes que sí se llevó a cabo del proyecto original.
Piscina de la azotea de Torres Blancas, uno de los pocos espacios comunes que sí se llevó a cabo del proyecto original.

Así habla su hijo Javier Sáenz Guerra (Madrid, 1958) de uno de los trabajos cumbre de la arquitectura española del último siglo, una gran mole de hormigón –nunca fue blanca– de 23 plantas, en cuya parte superior estaba planteado que hubiera peluquería, piscina y zona comercial. “Aquello finalmente no salió adelante, y solo se construyó un gran comedor que ocupó el restaurante Ruperto de Nola –el nombre al local se lo puso Camilo José Cela que también era propietario de una de las viviendas–”, añade el hijo del arquitecto.

Imagen de una de las fachadas de Torres Blancas, donde los pisos tienen entre 90 y 400 metros cuadrados.
Imagen de una de las fachadas de Torres Blancas, donde los pisos tienen entre 90 y 400 metros cuadrados.COAM

Torres Blancas fue un encargo del empresario navarro Juan Huarte, que mandó construir al arquitecto una gran torre –iban a ser tres– con viviendas unifamiliares con jardín en altura (de entre 90 y 400 metros), todas con planta en forma de ele, abiertas a la ciudad. Al arquitecto se le pagó con uno de los pisos que aún conserva la familia pero, como indica su hijo, “sufrió mucho con este proyecto, el hormigón tardaba demasiado en secar entre cada planta”.

Sáenz de Oiza fue un creador adelantado a su tiempo. Malhumorado, activo, trabajaba en un pequeño taller en el barrio de Alonso Martínez –“era casi un desván”– rodeado de una atmósfera de desorden, aislado. Este mismo ambiente ahora se recrea en una de las salas de la exposición que la XV Semana de la Arquitectura de Madrid acoge con motivo del centenario de su nacimiento, Sáenz de Oiza 1918-2018, y que ha comisariado tres de sus hijos –Marisa, Javier y Vicente–.

El estudio de Sáenz de Oiza estaba en un pequeño bajo del barrio de Alonso Martínez, en Madrid.
El estudio de Sáenz de Oiza estaba en un pequeño bajo del barrio de Alonso Martínez, en Madrid.
Interior del estudio de Sáenz de Oiza en Madrid.
Interior del estudio de Sáenz de Oiza en Madrid.

“La cultura, la historia, el arte y la poesía marcaron su obra; tenía un carácter muy espinoso, individualista, no era una persona fácil, pero, a la vez, era optimista, innovador, muy respetuoso con la historia, era un rompedor de vanguardia que traía siempre consigo una mochila cargada de cultura”, cuenta su vástago. Esta muestra, que acoge la sede del COAM (Colegio de Arquitectos de Madrid), presenta dibujos, croquis, maquetas, documentos e información inédita sobre, además de Torres Blancas, otros dos proyectos de Sáenz de Oiza: Edificio Castellana 81 (antigua sede del Banco de Bilbao de Madrid) y la Basílica de Nuestra Señora de Aranzazu en Oñate (Guipúzcoa). Tres símbolos de lo que fue el Movimiento Moderno en España entre los años 50 y 80, en la que un grupo de arquitectos de la Escuela de Arquitectura de la capital bebían del organicismo de Frank Lloyd Wright y el racionalismo de Le Corbusier.

Hall de entrada de Castellana 81, en Madrid, antigua sede del Banco de Bilbao.
Hall de entrada de Castellana 81, en Madrid, antigua sede del Banco de Bilbao.
Basílica de Aranzazu, una de sus primeras grandes obras, donde colaboró con el escultor Jorge Oteiza.
Basílica de Aranzazu, una de sus primeras grandes obras, donde colaboró con el escultor Jorge Oteiza.

“Admiraba el Renacimiento Italiano, el Expresionismo Alemán, el arte de Jean Dubuffet y Fran Angélico, todas estas fuentes las utilizaba para preparar sus clases, utilizaba la universidad como un laboratorio de experimentación –fue Catedrático y Director de la Escuela de Arquitectura de Madrid– tenía una vocación absoluta por la docencia”. Y en sus clases era donde aparecía el Sáenz de Oiza más didáctico, el líder, porque después, en su vida profesional, todo era un caos: “No sabía delegar, quería hacerlo todo él, era muy mal empresario y estaba convencido que, desde su pequeña oficina se podía hacer un buen trabajo frente a otros despachos más grandes”.

Lo consiguió, en parte influenciado por su gran amigo y colaborador, el escultor Jorge Oteiza (1908-2003) con el que coincide por primera vez en las obras de la basílica de Aranzazu, en 1950, y al que, incluso, termina haciéndole un museo para toda su obra en Alzuza (Navarra), cinco décadas más tarde y que se inauguró tres años después de su muerte en el año 2000.

Sáenz de Oiza, que en octubre se celebra el centenario de su nacimiento.
Sáenz de Oiza, que en octubre se celebra el centenario de su nacimiento.

Porque Sáenz de Oiza era lo máximo o lo mínimo, la entrega o el olvido, “no ambicionaba a tener una parte, lo quería tener y hacer todo”. Y lo mismo se paseaba en un Dos Caballos que un exclusivo Morgan, en bicicleta o en moto, tenía un pequeño piso o una casa familiar. El inconformismo de los genios, el mismo al que Cesare Pavese imploraba: “La pequeña celda era insuficiente para el alcance de una mirada suya”.

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