Signos de desorientación
La gran novedad de la última Feria del Libro de Madrid fue la supresión de la megafonía, noticia que recibí con gran preocupación al pensar en los niños perdidos. En la de antes de la pandemia encontré uno de seis años que no tenía conciencia de haberse extraviado. Tuve que decírselo yo, y recibió la noticia con sorpresa. Pensaba que el modo de moverse por el mundo era ese: al margen de los padres, que siempre acaban recuperándote porque están mágicamente unidos a ti. Lo llevé corriendo a la caseta de información, desde donde anunciamos que se llamaba Jorge y que llevaba una camiseta con el logo de una hidroeléctrica en la que, según averiguamos más tarde, trabajaba su padre.
—Es muy confiado —nos dijeron al recogerlo.
Le di muchas vueltas al asunto esa noche, en la cama. Me pregunté cuántas personas se mueven tranquilamente por el mundo sin saber que están perdidas. Yo mismo podría ser una de ellas. La idea de ser un perdido inconsciente me estremeció. Imaginé una megafonía que sonara al mismo tiempo en todos los países y por cuyos altavoces, en diferentes idiomas, una potente voz anunciara que en tal punto se hallaba un hombre con signos de desorientación que decía llamarse Juan José Millás y que llevaba un polo de verano negro y pantalones vaqueros. Me pregunté quién vendría a recogerme y si lo reconocería, y si por fin me liberaría de esa incómoda sensación de extravío que sufro desde niño. La Feria desde el punto de vista económico fue muy bien, gracias, pero no sabemos cuántos críos andan todavía por el Retiro buscando a sus papás debido a la eliminación de los altavoces.
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