El piloto de ‘airbuses’ que se eleva componiendo pop barroco
Germán Salto es a la vez comandante de vuelos comerciales y un orfebre de la música


A Germán Salto hay que atraparle al vuelo. El hombre que nos ha citado en El Laboratorio, el abigarrado edificio en el barrio madrileño de Carabanchel donde compone y ensaya, aterrizó la víspera desde Miami y partirá a la mañana siguiente con rumbo a Guayaquil.
Le va el sueldo en ello: desde hace seis años, este madrileño de 1984 ejerce como piloto comercial de Iberia para vuelos de larga distancia. Y en sus ratos libres se erige en cantante y compositor de discos de belleza atemporal e insólita. El más reciente, el homónimo Germán Salto, es ya el tercero: un debut en castellano con el que este coleccionista melómano (7.000 vinilos en sus estanterías), viajero bilingüe, lector contumaz y pariente lejano de Miguel Delibes testimonia su devoción por Cecilia, The Left Banke o Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán.
Entre su empleo actual y el anterior, en una compañía de transportes nocturnos de mercancías, Salto ronda el millar de vuelos al mando de esos Airbus gigantes. La pasión aeronáutica la llevaba en la sangre por vía paterna. Su abuelo, Ramón Salto, ya era aviador. Su padre, también Ramón, es una institución tal en Iberia que él se confiesa “víctima del síndrome de Jordi Cruyff”. Su tío Javier Salto es teniente general y pueden encontrárselo en los telediarios como jefe del Estado Mayor. Pero la bohemia, el artisteo y la melomanía son consustanciales al ADN de su inabarcable familia materna.

Su abuelo, Jesús Fragoso del Toro, fue un histórico redactor jefe del Marca que tuvo tiempo de fundar una familia de ¡19 hijos! al tiempo que cubría la información sobre el Real Madrid. Delibes era cuñado de la abuela materna, pero no asistió a la boda de los padres de Germán porque acababa de enviudar. “Un viudo en una boda es como un payaso en un entierro”, se excusó el autor de El camino en una carta que la familia guarda como el tesoro que es. Germán nunca llegó a visitarle (“me aterrorizaba la idea de molestar”), pero quiso refrendar su admiración leyéndose hasta la última de sus novelas. Y algo se le pegó. “Escribo relatos a diario, más como terapia que con intención de publicarlos. Es mi primer ejercicio matinal: despertarme y ponerme a escribir. Me salen cosas de humor surrealista. Mi novia, psicóloga, dice que es mi manera de no tomarme demasiado en serio…”.
Germán Salto retrata a un hombre ambicioso y de creatividad expansiva, capaz de escribir melodías hermosas y enrevesadas que conjugan el pop barroco y un primoroso quinteto de cuerda. Queda muy lejos aquel chavalín que se las daba de malote escuchando a Barricada o Boikot. Nunca le podrá estar lo bastante agradecido a su tío Fernando, uno de los 19 hermanos, por cambiarle la vida regalándole un ejemplar de Sticky Fingers, de los Rolling Stones. Ahí empezó a labrarse ese paladar gourmet que hoy tiene como libro de cabecera Vindicación del arte en la era del artificio (2015), el sesudo ensayo del cineasta J. F. Martel.
“No, nunca he compuesto una sola nota a los mandos del avión”, sonríe. “Eso de que se te ocurra una canción grandiosa en plena calle o durante un sueño solo le sucede a Paul McCartney”. Las nueve que integran Germán Salto nacieron, sobre todo, en hoteles de medio mundo. Y su firmante se siente legítimamente orgulloso de ellas. “Me he regalado la posibilidad de grabar un disco caro y poco viable comercialmente”, concluye. “La gente que ahora triunfa en la música son tipos que van en chándal, pero eso ya no me frustra. Soy feliz haciendo feliz a la gente que se emociona con mi música”.
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