Viaje al fin de Occidente, en la gran frontera entre Finlandia y Rusia
La decisión finlandesa de integrarse en la OTAN marca un giro en su historia y encarna la reconfiguración del orden global provocada por la agresión rusa contra Ucrania. Un periplo hasta el punto más al este del país nórdico ofrece voces y elementos de reflexión histórica, análisis energético y advertencias políticas para el futuro inmediato en esta era convulsa.
Luce tersa la bahía de Porkkala en uno de esos atardeceres casi infinitos de los cielos del norte cuando la primavera se acerca al verano. Algunos pescadores acaban de atracar en un diminuto muelle. Hasta 1956, quienes resguardaban sus barcos en esta península finlandesa eran los militares soviéticos. El territorio fue cedido en 1944 por Finlandia a la URSS, que erigió una gran base naval que permitía el control estratégico del golfo que culmina en San Petersburgo. Esta tierra, sus aguas y su miríada de islitas y rocas son un símbolo, entre tantos, de la compleja y conflictiva relación del país nórdico con el gigantesco vecino. Los soviéticos se marcharon hace tiempo, pero en una instalación de madera cerca del muelle se ven todavía inscripciones en cirílico dejadas por los soldados del Kremlin. Tras décadas de tranquilidad, Rusia es de nuevo una presencia amenazante. “Si vuelve a llegar algo del Este, ahí estaré yo combatiendo”, asegura cerca del muelle y con voz de barítono Jan Jaskari, de 45 años, pese a que una afección hematológica lo haya apartado del circuito militar finlandés de conscripción y disponibilidad en la reserva. Él ha vivido toda su vida aquí, en la zona de la antigua base. Su abuelo es uno de los aproximadamente 7.000 ciudadanos finlandeses que fueron evacuados a toda prisa en los estertores de la II Guerra Mundial para dejar paso a los efectivos de Josef Stalin.
A unos 500 kilómetros al noreste de la bahía, en el pueblo de Huhus, un puñado de casas esparcidas entre coníferas al que se accede por una carretera sin asfaltar, el padre Ioannis Lampropoulos (de 41 años) oficia el servicio vespertino en vísperas del Día de la Ascensión en una capilla que recibe ese nombre. Asisten al servicio ortodoxo ocho fieles. Entre ellos, las hermanas Aini Kainulainen (de 72) y Aune Penhinen (de 66). Sus padres se instalaron aquí cuando Finlandia tuvo que ceder a la URSS zonas de Karelia que le pertenecían antes de la II Guerra Mundial. Esta región ha sido un punto muy conflictivo en el violento baile de fronteras y dominios que agitó Europa durante siglos y vuelve a sacudirla ahora tras décadas de estabilidad. Cerca de Huhus, en medio de la taiga, se halla el punto más oriental de Finlandia y del territorio continental de la UE. Hoy, puede argumentarse, también el punto más oriental de Occidente, un concepto más geopolítico que geográfico, y al que Finlandia acaba de incorporarse plenamente con su solicitud de adhesión a la OTAN. Mientras Darja Potkonen, soprano, y Veli Jeskanen, bajo, entrelazan sus voces en cantos de liturgia ortodoxa, el padre Ioannis, barba tupida, pelo recogido en coleta, difunde incienso en la capilla. La misa evidencia los lazos con el país vecino, donde la ortodoxa es la principal confesión. Suena y huele a Oriente donde termina Occidente, en un recordatorio de la complejidad de la desconexión de Europa con Rusia.
La península de Porkkala y el distrito de Ilomantsi, en el que se halla Huhus, son los dos extremos de un viaje a través de Finlandia, su historia, su presente y su identidad, forjada en muchos sentidos por contraposición a Rusia, el poderoso vecino con el que comparte más de 1.300 kilómetros de frontera. Una identidad que tiene como pilar el concepto de sisu, que los propios finlandeses usan para definir su esencia nacional, traducible como una suerte de tenacidad para afrontar las adversidades y que se ha declinado durante décadas en su gran perseverancia a la hora de prepararse para encarar los riesgos vinculados a la cercanía de Rusia. Un viaje en el que, al trasluz, se vislumbra la gran reconfiguración del orden mundial provocada por la invasión rusa de Ucrania, la más significativa desde la caída del muro de Berlín. Por un lado, con la reformulación del perímetro de las alianzas internacionales, como evidencian la petición de Finlandia, y también de Suecia, de integrarse en la OTAN, o el referéndum a través del cual Dinamarca ha decidido sumarse a la dimensión de defensa de la UE. Por el otro, con la reorganización de las cadenas de suministros estratégicos globales. Un cambio histórico en el que Finlandia es un actor de primera línea, cargado de lecciones y advertencias para una metamorfosis que trasciende a esta nación de 5,5 millones de habitantes e impacta como un tsunami en el escenario global.
Porkkala: La antigua base soviética
Lena Selén, de 81 años, es, junto al abuelo de Jaskari, una de las 7.000 personas que tuvo que ser evacuada en septiembre de 1944. “Los finlandeses tuvimos que hacer concesiones, pero resistimos lo suficiente para evitar que se repartieran billetes gratis para Siberia”, comenta en las instalaciones del Degerby Igor, el pequeño museo dedicado a la historia de la zona de Porkkala que gestiona junto a su pareja, Berndt Gottberg. La historia a la que se refiere tiene semejanzas con la actual. El 30 de noviembre de 1939 Rusia agredió a Finlandia. Bombardeó su capital y acometió la invasión, en la que hoy se conoce como Guerra de Invierno. Moscú confiaba en una plena y rápida derrota del país vecino, según apunta el historiador David Kirby en Una historia concisa de Finlandia (Cambridge University Press). Sin embargo, una mezcla de la resistencia de las fuerzas finlandesas, los múltiples fallos estratégicos, tácticos y logísticos de las fuerzas soviéticas y la perspectiva de ayuda extranjera a Helsinki permitieron a Finlandia evitar la capitulación. Aun así, tuvo que firmar en 1940 una paz con dolorosas concesiones. Hubo más combates entre los dos vecinos durante la II Guerra Mundial, con momentos alternos, y finalmente se confirmó el resultado de una Finlandia mermada territorialmente —no solo con la cesión en alquiler de la zona de Porkkala—, limitada en su capacidad de acción por la presión del poderoso vecino ruso, pero independiente.
Porkkala es un símbolo del difícil camino emprendido desde entonces, también conocido como finlandización, propio de un país que, contra su voluntad, tuvo que limitar su libertad política, tanto en la acción exterior como en la interior, asentándose durante décadas en una posición de no alineamiento. Un país que ha buscado evitar lo peor alejándose de cualquier hecho que pudiera parecer una provocación a Moscú —como la entrada en la UE o en la OTAN—, pero que se ha preparado concienzudamente para afrontarlo en el caso de que se produjera de todas formas. Y que ahora, tras la invasión rusa de Ucrania, ha decidido superar definitivamente esa trayectoria solicitando la adhesión a la OTAN. “Esto es el paso final de la occidentalización de Finlandia. Llegamos al lugar al que pertenecemos, la Alianza Atlántica”, considera Alexander Stubb, ex primer ministro del país y ahora director de la escuela de gobernanza transnacional del Instituto de Estudios Europeos. Stubb señala cómo, a lo largo de su historia, Finlandia ha dado pasos trascendentales en momentos de convulsión. “En 1917 declaramos la independencia en coincidencia con la revolución bolchevique. Cuando la URSS colapsó, solicitamos seis meses más tarde la adhesión a la UE. Nadie debería sorprenderse de que ahora pidamos entrar en la OTAN”, dice.
Jaskari, Selén y Gottberg, como la mayoría de las decenas de personas entrevistadas para este reportaje, aprueban ese paso. Los sondeos apuntan tasas de consenso del 75%, cuando durante décadas oscilaba en torno al 20%. El ataque ruso a Ucrania lo ha cambiado todo. Gottberg, de 73 años, habla de todo ello en el pequeño cementerio que acoge los restos de 495 soviéticos —militares y civiles— que fallecieron aquí durante el periodo en el que la base, una especie de Guantánamo soviética en el Báltico, estuvo operativa. El recinto militar ocupaba unos 1.000 kilómetros cuadrados entre superficie terrestre y marítima y, según las autoridades finlandesas, llegó a hospedar a unos 20.000 militares y 10.000 civiles. Hoy, en la zona, además de la base de la marina de Finlandia, destaca la sede en este país de la compañía sueca Ericsson, todo un recordatorio de la muy diferente evolución de las dos antiguas potencias dominantes en este territorio. Suecia tiene una estrecha relación con Finlandia y también ha pedido la adhesión a la OTAN. Con Rusia, las relaciones están bajo mínimos, y los sentimientos, enconados.
En el cementerio —que ha sido recientemente vandalizado, en coincidencia con el Día de la Victoria, con la aparición de unas “Z” pintadas (el símbolo ruso de victoria para la ofensiva ucrania)—, Gottberg apunta razones de la marcha de los soviéticos de Porkkala. “Se fueron en 1956, pese a que el acuerdo les asignaba la base para 50 años, por varios motivos. Encontraron un lugar mejor en Estonia, con aguas más profundas, para proyectar el control estratégico del Báltico; aquí habían tenido muchos problemas logísticos, un poco como ahora en Ucrania, y además, probablemente, Jruschov quería anotarse un punto con los occidentales”, explica Gottberg. Kirby señala las actas de una reunión del Partido Comunista de la URSS que apuntan a que Moscú contaba con que el gesto “tendría sin duda una influencia favorable en el resultado de las presidenciales finlandesas a principio de 1956″. El intento del Kremlin de proyectar su poder en los países cercanos tiene una larga historia. “Cuando se fueron, dejaron todo esto destrozado y quemado”, dice Gottberg. “De la treintena de instalaciones que tenía la finca de mi familia cuando tuvo que marcharse, solo había tres cuando regresamos. Fue un patrón generalizado. Cuando volvimos, empezamos a plantar cereales, porque eran necesarios”. Basta con darse una vuelta en los alrededores del cementerio para comprobar que todavía se cultivan.
Helsinki: Prepararse para lo peor
“El almacenamiento de cereales fue el primer aspecto en el que se concentró la actividad de aseguramiento de los suministros estratégicos. Paulatinamente, la extensión de la acción gubernamental en ese sentido se fue ampliando; y desde 1993, todas las funciones en esta área se fusionaron en nuestra institución”, cuenta Janne Känkänen, director de la Agencia Nacional de Suministros de Emergencia (ANSE). La historia de los cereales resulta de brutal actualidad en un momento en el que la guerra en Ucrania está desestabilizando el mercado de los alimentos, muy en especial el de los granos. Y el papel de la ANSE parece un precursor de conceptos ahora en boga, desde la autonomía estratégica —con sus distintas interpretaciones— que se ha ido afirmando en la UE en los últimos años hasta el friend-shoring —anclar las cadenas de suministros en lugares confiables— del que ha empezado a hablar Janet Yellen, secretaria del Tesoro de Estados Unidos. “La ANSE es parte del modelo de seguridad integral de Finlandia, que trasciende el perímetro de la defensa y de la seguridad tradicional. Nuestro papel en esta agencia es garantizar la seguridad económica, el funcionamiento en caso de crisis de sectores esenciales como la electricidad, las telecomunicaciones, la sanidad o el suministro de alimentos”, dice Känkänen en una sala de la organización, que depende del Ministerio de Economía, en el centro de Helsinki.
En el marco de su mandato, la institución cultiva una fuerte cooperación con el sector privado e impulsa simulacros periódicos de situaciones de crisis. Känkänen subraya que Finlandia cuenta, comparativamente en relación con su tamaño, con una red especialmente tupida de empresas locales en sectores clave. En efecto, viajar por el país permite percibir un fuerte tejido de empresas propias y una menor presencia, en comparación con otros países europeos, de multinacionales. No obstante, precisa el director de la ANSE, el aseguramiento de los suministros básicos no es un ejercicio autárquico, un anhelo de autosuficiencia, sino en primer lugar la construcción de cadenas sólidas. “La autosuficiencia es solo el último recurso en un mundo tan interconectado. Nosotros reconocemos esa interconexión y tratamos de asegurar las cadenas dentro de ese marco”. Ahí se juega el gran dilema occidental actual entre seguir dependiendo de cadenas globalizadas que han permitido reducir costes, pero representan un potencial peligro…, o diseñar alternativas que supondrían mayor seguridad, pero también mayores costes precisamente en un momento en el que la inflación corroe el poder adquisitivo en tantos países.
“Lo que está ocurriendo es un gran movimiento de desglobalización”, observa Christopher Aniji, de 29 años, sentado en un parque adyacente al Museo de Arte Contemporáneo. Aniji, nigeriano y residente en Finlandia desde hace nueve años, se está especializando en comercio internacional en la Universidad Haaga-Helia. Un 8% de la población de Finlandia es de origen extranjero. El estudiante se muestra favorable a la adhesión a la OTAN, cree probable que Rusia lanzará alguna clase de ataque híbrido —”ya lo hizo en el pasado”— y muestra su aprecio por la preeminencia que la sociedad finlandesa atribuye a lo que él define como “capital social”, un conjunto de valores de honestidad que construyen seguridad y fuerza colectiva.
Los suministros no son el único terreno en el que Finlandia se ha preparado con constancia. El subsuelo de la capital lo demuestra con la contundencia de las compuertas de cierre del búnker subterráneo de Merihaka, en Helsinki. Jari Markkanen, funcionario del área de planificación de defensa civil del Departamento de Seguridad de la ciudad de Helsinki, una organización encuadrada bajo el Ministerio del Interior, explica el funcionamiento del centro. “Este refugio está pensado para albergar a 6.000 personas y para resistir ataques nucleares o de agentes químicos”, dice. En el día a día es utilizado para actividades deportivas y como parking. Pero todo está preparado para un uso más dramático, desde las literas y los colchones almacenados hasta los retretes químicos, pasando por las tuberías para llevar agua hasta los filtros de aire con el fin de evitar la entrada de elementos nocivos. La infraestructura es una de muchas. El subsuelo de Helsinki es un queso gruyère. Hay unos 5.500 refugios potenciales en la capital, con espacio para unas 900.000 personas, para una ciudad con una población de unas 650.000. En uno de ellos hay una piscina de tamaño olímpico. La gran mayoría son privados, construidos bajo el estímulo de un marco legislativo que los reclama para cada edificación que supere los 1.200 metros cuadrados de superficie en el suelo.
La defensa es obviamente el pilar central de este gran ejercicio colectivo de preparación en un entorno geopolítico complicado. Al contrario de la mayoría de los países de la OTAN, Finlandia, que no es parte de la Alianza, sí cumple con el objetivo de la misma de un gasto militar del 2% del PIB. “Estamos bien preparados para los riesgos”, considera Esa Pulkkinen, secretario permanente del Ministerio de Defensa. Apunta que su organización no ha implementado ningún cambio sustancial después del 24 de febrero, día del inicio de la actual invasión de Ucrania. Pero sí se hicieron muchas cosas después de 2014, año en el que empezó la agresión rusa con la anexión de Crimea y el apoyo al separatismo en Donbás. “Hemos incrementado nuestro nivel de preparación, desde la capacidad de movilización de reservistas en un tiempo rápido hasta la legislación pertinente. El Gobierno ha cerrado la compra de 64 aviones de combate F-35 para sustituir nuestra flota de F-18 y decidido una importante inversión de 1.400 millones de euros en buques militares. Estamos preparados, así que, en estas nuevas circunstancias, más allá de aumentar la disponibilidad de municiones y repuestos, no planificamos otras grandes inversiones estructurales”, dice.
En cuanto a la posición que asumiría Finlandia como miembro de la OTAN, Pulkkinen considera improbable la perspectiva de que aquí se instalen tropas de la Alianza. “No tengo la bola de cristal, y en estas cosas hay muchos factores en juego. Pero el fondo es que nosotros podemos aportar a la OTAN una defensa nacional sólida, más fuerte que la sueca o la noruega. Tenemos, creo, la mejor artillería de Europa. Y, por otra parte, no queremos provocar. No tendría ningún sentido. Naturalmente, lo que haríamos como miembros de la OTAN no está sujeto a los deseos de Moscú y dependería completamente de nosotros, pero en términos prácticos evitaríamos despliegues provocativos de tropas extranjeras o incluso de las nuestras propias cerca de la frontera”, apunta en una sala del Ministerio del Interior.
La cuestión es objeto de un amplio consenso parlamentario. A mediados de mayo, el Parlamento de Finlandia refrendó la propuesta del presidente y el Gobierno del país de solicitar el ingreso en la OTAN con un total de 188 votos a favor, 8 en contra y 3 ausentes. “Tenemos una fuerte tradición de buscar consenso en política exterior, porque sabemos que la división da herramientas a los actores externos”, dice Jussi Halla-aho, presidente del comité de Asuntos Exteriores del Parlamento. “Hay diputados que no están del todo convencidos, con razones de buena fe, de lo de la OTAN. Pero ellos también creen que el consenso es importante y por eso han votado a favor”, dice el político, miembro del ultraderechista Partido de los Finlandeses, que se muestra claramente partidario de la adhesión a la Alianza. “No podemos saber qué intenciones tiene Rusia con nosotros, no podemos confiar en nada de lo que dice. Lo que sabemos, desde el 24 de febrero, es que es capaz y está dispuesta a usar la fuerza bruta, sin provocación previa, contra un vecino más pequeño. Que Rusia tiene una agenda expansionista y, podemos decir, imperialista. Que quiere restaurar su grandeza perdida”.
La posición de Halla-aho —un político con un polémico historial de afirmaciones ultraderechistas que desembocaron en una condena penal hace una década— muestra la gran brecha que se ha abierto en la familia nacionalista y ultraconservadora de la UE. Algunos ferozmente contrarios a las acciones de Putin —como el gobernante PiS en Polonia o el Partido de los Finlandeses— y otros bastante más contemporizadores, como los italianos de la Liga de Salvini, que critica el envío de armas de Occidente en ayuda a Ucrania. “Hay fuertes simpatías hacia Putin y Rusia entre los partidos nacionalistas de Europa. Y creo que fue estúpido y dañino por parte de Salvini ponerse ciertas camisetas y hablar de Putin como el gran estadista de nuestro tiempo”, explica Halla-aho en una sala del Parlamento finlandés. “Pero la cuestión es si son más dañinas para Europa y beneficiosas para Putin las camisetas de propaganda de Salvini o las relaciones de algunos estadistas de la socialdemocracia con la industria rusa del gas [en referencia al excanciller alemán Gerhard Schröder]”.
La energía es un elemento clave en la convulsión que vive el mundo tras la invasión rusa de Ucrania. Tres días antes de la conversación con Halla-aho en el Parlamento, Moscú anunció que cortaba el suministro de gas a Finlandia. Horas antes de la entrevista, el director de la Agencia Nacional de Suministros de Emergencia afirmaba que en esos mismos momentos se estaba completando un simulacro de colapso de la red eléctrica en la capital.
Loviisa: La independencia energética
El poderoso tendido eléctrico discurre por la península como un presagio. Y la expectativa se cumple. Rodeada por el mar se yergue la central nuclear de Loviisa, unos 100 kilómetros al este de Helsinki. Una suerte de catedral de doble cúpula —dos reactores— que satisface un 10% del consumo eléctrico anual del país nórdico y representa su intento de navegar entre los hemisferios de Occidente y Oriente. Porque Loviisa es una mezcla de tecnología soviética —los reactores— y occidental, con aportaciones de compañías como Westinghouse, Siemens o Rolls-Royce. Algunos la han rebautizado como Eastinghouse, jugando con la definición de Este en inglés y el nombre de la compañía estadounidense. La cooperación nuclear de Finlandia con su vecino del Este ha ido más allá de Loviisa, cuyos reactores entraron en funcionamiento en 1977 y 1981, extendiéndose a un nuevo proyecto que estaba planificado en la zona de Hanhikivi, en la costa occidental de Finlandia. El proyecto contemplaba como accionista mayoritario a Rosatom, la estatal rusa del sector, con una cuota del 34%. En mayo, el consorcio que lo impulsaba ha anunciado su cancelación. Muchos consideran que representaba un caso de interpretación equivocada del intento de mantener la estabilidad con Rusia a base de estrechar los lazos. El visto bueno fue dado después de los hechos de Crimea en 2014. “Ahora, en retrospectiva, queda claro que fue un error”, dice Halla-aho.
Pero el error no impide que Finlandia se haya preparado mejor que otros de sus socios europeos para el armagedón energético que se está produciendo. Janne Känkänen señala algunos rasgos de la resiliencia finlandesa en este sector. “En cuanto al gas, Rusia ha cortado el suministro, pero varios factores atenúan el impacto. Por un lado, en Finlandia solo algunos miles de casas lo usan para calefacción. Por el otro, en la industria, la mayoría de las plantas que lo utilizan pueden revertir a otras fuentes. Y, en todo caso, tenemos activa desde 2019 la conexión báltica que nos permite recibir suministro desde allí”. En cuanto al crudo, la reacción también ha sido ágil. “Hay solo una refinería licenciada en Finlandia, y antes el crudo venía sustancialmente de Rusia. Pero ya no, se ha logrado sustituir el suministro”, dice el director de la ANSE. “Rusia también ha cortado la exportación de electricidad, que suponía entre un 7% y un 8% del total del consumo. Pero lo hemos capeado bien, y se espera que el tercer reactor de la planta nuclear de Olkiluoto, fabricado por Areva [una empresa francesa], entre a pleno régimen para agosto-septiembre, lo que permitirá una nueva producción equivalente a otro 10% del consumo nacional de electricidad”. Por último, Finlandia apuesta con fuerza por la energía verde, especialmente la eólica. “Planeamos convertirnos en exportadores netos de electricidad dentro de un par de años”.
En el pueblo, a unos 15 kilómetros de la central, un grupo de mayores toma algo en la zona del antiguo muelle de la sal. Timothy Kühn, de 44 años, que gestiona uno de los establecimientos del área, muestra sus perplejidades sobre la adhesión a la OTAN. “Ha sido una decisión muy rápida, sin un debate realmente abierto, en un ambiente psicológico en el que cundía la sensación de que quienes se atreviesen a plantear objeciones iban a cargar con el estigma de prorrusos”, asegura. En una de las mesas al aire libre, Sussi Owren reconoce que se siente preocupada por la situación, confirmando un patrón bastante recurrente por el que los mayores parecen mostrar un punto de inquietud más intenso que los jóvenes. Recuerda que la llevaron por vez primera a San Petersburgo con el instituto, cuando tenía 15 años. Eso ya es un lejano recuerdo, no solo por el tiempo pasado, sino por el espacio que se ha ensanchado y se hace abismo.
Vaalimaa: El flujo menguante
De Rusia no solo venía energía. También había un consistente flujo de mercancías y de turistas. Ambos están en caída abrupta, como demuestra una mañana cualquiera en el paso fronterizo de Vaalimaa. “Estamos en un 10% del tráfico habitual”, explica Jussi Pekkala, de 36 años, comandante de una estación con unos 200 efectivos. La caída en el tránsito de personas se debe sobre todo a los requerimientos antipandemia, según el oficial de la guardia fronteriza, quien subraya que, al margen de las personas sancionadas por la UE, para el resto de los ciudadanos rusos no hay restricciones nuevas vinculadas a la guerra. En el apartado de mercancías, en cambio, el colapso se debe precisamente a las medidas sancionadoras de la UE a causa de la guerra. Pekkala relata que en las primeras semanas tras la invasión hubo un repunte de salidas desde Rusia a Finlandia. Registraron a personas de 52 nacionalidades que abandonaban el país vecino. Gente que ya no quería vivir ahí con la perspectiva de aislamiento y sufrimiento económico que acechaba la potencia agresora.
Después de esas salidas, el flujo se tornó anémico, como demuestra el goteo lento que se observa en una mañana de finales de mayo que proviene de la otra barrera, a unos tres kilómetros de la finlandesa.
De momento es así, aunque en Finlandia se contempla la posibilidad de que más adelante pueda haber algún episodio de migraciones masivas dirigidas por Rusia en algún punto de la frontera. Si la perspectiva de un ataque militar es considerada altamente improbable, más creíble es que Rusia lance ofensivas híbridas, en forma de ciberataques, manipulación informativa para sembrar discordia o, precisamente, esas oleadas migratorias provocadas. “En 2015 fuimos puestos a prueba cuando los rusos contribuyeron a una ola migratoria que primero se dirigió hacia Noruega y luego hacia Finlandia”, señala Pulkkinen, del Ministerio de Defensa. “Fue una suerte de preludio a lo que ocurrió entre Bielorrusia y Polonia recientemente”, apunta Rasmus Hindrén, jefe de Relaciones Internacionales en el Centro Europeo de Excelencia para Afrontar Amenazas Híbridas, con sede en Helsinki. “Es un claro ejemplo de las vulnerabilidades en nuestras sociedades. Tenemos que prepararnos para este tipo de acontecimientos con claridad legislativa, en las relaciones intraeuropeas y en la comunicación a la sociedad. Lograr que haya un alto nivel de conciencia en la sociedad reduce en sí mismo la posibilidad de que estas amenazas hagan daño”, prosigue el experto.
Al lado de la estación fronteriza de control finlandesa se halla el Zsar Outlet Village, un centro comercial construido para hacer negocio con el antaño florido tránsito de rusos. Hoy está desierto. En la cafetería Espresso House, Saana Kunnari, de 19 años, atiende a los escasos clientes, prácticamente todos empleados de otras tiendas del centro. Sueña con convertirse en artista de tatuajes y lleva grabada en el brazo una vaca que ha diseñado. Ella, a diferencia de Sussi Owren, no ha estado nunca en Rusia. Acaba de terminar el instituto, pero no quiere seguir con la universidad. El sistema educativo finlandés destaca por la eficacia en la preparación de sus estudiantes, según los informes comparativos PISA. Pero no todo son luces. “La calidad del sistema es buena, pero se espera demasiado de los estudiantes. Hay mucha presión y acaba afectando a la salud mental de muchos. Es duro”, dice Kunnari. Finlandia se sitúa en el primer puesto en una clasificación global de los países con mayor nivel de felicidad ciudadana impulsada por una agencia de la ONU. A la vez, tiene una tasa de suicidios considerablemente elevada.
Al paso fronterizo llega un autobús de la compañía Lux Express procedente de San Petersburgo y con dirección a Helsinki. Lleva no más de una docena de pasajeros. Serguéi Sidorov, de 32 años, residente en la gran ciudad rusa, es uno de los dos conductores. “Siento lo que está pasando”, dice, en referencia a la ofensiva rusa en Ucrania. Sidorov pidió en Viena un visado para irse a EE UU. “Quiero estudiar, evolucionar, crecer. Soy demasiado joven para quedarme en esto”, comenta en buen inglés apuntando al autobús. Hizo el servicio militar en la Marina y de ninguna manera considera inscribirse para servir en la ofensiva de Ucrania. Las autoridades rusas buscan con ambiguas triquiñuelas burocráticas reenganchar efectivos como Sidorov para sostener la guerra sin llegar a una conscripción obligatoria generalizada. Pero Sidorov tiene planes muy diferentes. Es originario de Komsomolsk del Amur, en el Extremo Oriente de Rusia. Su madre y su hermana siguen allí. Sueña con poder ir a EE UU y mientras tanto trabaja con la esperanza de al menos poder traer a su familia a San Petersburgo. “Llevo cinco años sin verlas”. En el autobús, dice, hay a menudo refugiados ucranios. “Son buena gente”.
Ilomantsi: El fin de Occidente
En su iglesia, el Día de la Ascensión por la tarde, el padre Ioannis dice que han llegado a Ilomantsi los primeros refugiados de Ucrania desde el inicio de la invasión: Maria, con sus hijos Iván y Román. Ilomantsi es una localidad de unos 4.500 habitantes, en cuyas inmediaciones se halla el pueblo de Huhus, donde el día anterior el religioso celebró el oficio vespertino. “Son ortodoxos”, dice el religioso, de origen griego y afincado en Finlandia desde hace 20 años. Esta es la zona del país con la mayor proporción de fieles de esa confesión de todo el país nórdico. La media nacional es de un 1%. Aquí alcanza el 18%. “La fe ortodoxa llegó aquí desde Nóvgorod hace unos 500 años”, cuenta el religioso. Una fe que en muchos sentidos representa un vínculo con el otro lado de la frontera. Pero también, ahora, ilustra el desgarro entre ambos lados. El patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, Kiril, nacido en Leningrado (hoy San Petersburgo), es un gran apoyo a la guerra de Putin en Ucrania y ha acabado en la lista de sancionados de la UE. “Rezamos de la misma manera. Pero ¿creemos de la misma manera?”, pregunta Ioannis.
Desde el campanario de su iglesia, la del Profeta Elías, consagrada en 1892, se ve el lago que bordea Ilomantsi. El pueblo afronta las dificultades de tantas zonas rurales y periféricas de Occidente. La despoblación, el envejecimiento. Mantiene, sin embargo, una vitalidad. Cuenta con un centro de salud bastante imponente; escuelas para los ciclos primarios, secundarios y terciarios; dos supermercados, biblioteca, teatro/cine, banco, farmacia y otros negocios. Pero las hermanas Aini y Aune, las fieles de esta misa vespertina en el pueblo de Huhus, recuerdan que cuando ellas iban al cole había en Ilomantsi 15.000 habitantes y cinco supermercados. Mervi Nevalainen, de 56 años, periodista del Pogostan Sanomat, un semanario local, señala la inquietud en la comunidad por las escasas perspectivas de empleo.
La taiga rodea el pueblo. El infinito bosque de coníferas se extiende hasta la frontera, y la supera. Aquí, siguiendo un camino sin asfaltar, se alcanza el punto geográfico más oriental de Finlandia, de la UE continental y del concepto geopolítico de Occidente, ahora que Finlandia completa su integración en el mismo con la solicitud de adherirse a la OTAN y si se considera que Turquía, aun siendo miembro de la Alianza, dibuja un perfil propio por posición continental, su historia, los rasgos presentes de su democracia y su política. Los guardias fronterizos Tuomo Turunen, de 42 años, y Petri Vänskä, de 45, de patrulla ese día, llegan al lugar. Narran su día a día, la dificultad de vigilar una linde como esta, con picos de 40 grados bajo cero en el invierno. Si se ratifica la petición finlandesa, será la mayor frontera de la OTAN con Rusia. Dos postes en un pequeño islote en medio del lago marcan el lugar extremo. Al otro lado, después de mucha taiga, hay una carretera de importancia estratégica, que corre paralela a la frontera y conecta el corazón de Rusia con las bases militares de la zona de Múrmansk, uno de los pilares del despliegue de disuasión nuclear ruso. Hay algo de místico en este silencio, solo cortado por algún pájaro carpintero, en la monotonía aparentemente infinita de la flora de la taiga y los lagos. Cerca, en Huhus, en el atardecer del día anterior, suave como el de la península de Porkkala, las hermanas Aini y Aune insistieron en enseñar a los forasteros la belleza del lago Koitere, conocido como el de las 100 islas, después de la liturgia ortodoxa. De repente, un halo, un anillo iridiscente circular, rodea el sol en el cielo. Un fenómeno propio de esas latitudes, que sin duda estará hipnotizando a muchos también al otro lado de la frontera. Pero hoy es más fuerte el impulso desgarrador de los meridianos que el unificador de los paralelos. En Ilomantsi termina un mundo, Occidente, que se aleja, como una placa tectónica, del otro, Rusia —y su alianza con China—, más fuerte que los vínculos de unión construidos en el tiempo. Quizá algún día esta deriva se revierta. “Lo único que nos separa es la manera en la que piensan los líderes”, dice el padre Ioannis. Pero hoy el desgarro predomina sobre el halo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.