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EL PULSO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Los ejecutivos voladores y la ética medioambiental

Solo ocho de entre 230 importantes empresas analizadas por una institución especializada obtuvieron buena nota por su compromiso con la reducción de viajes aéreos corporativos

Elon Musk
El magnate Elon Musk baja de su jet privado tras aterrizar en el aeropuerto de Ostende (Bélgica) en febrero de 2019.Kurt Desplenter (Contacto)

Los ricos y poderosos hacen cosas así. Coger un avión privado para asistir a una fiesta en Londres, como hizo Boris Johnson, primer ministro británico, cuando participaba en Glasgow en la Cumbre del Clima COP26, en noviembre pasado. O movilizar un jet propio, como hizo el magnate Elon Musk, para un viaje de nueve minutos. Gestos que cada vez son peor percibidos. Johnson recibió un varapalo de los laboristas después de que el tabloide Daily Mirror destapara su fuga, y Musk un aluvión de críticas en Twitter. Y es que el cambio climático ha disparado la sensibilidad ecológica de los ciudadanos y está dando vida a un nuevo concepto, el de la ética medioambiental de los viajes. El avión privado es más contaminante que los vuelos comerciales, y las emisiones globales de CO2 de la aviación (algo más de 900 millones de toneladas en 2019) no son pequeñas.

Conscientes de que promover campañas de contención aérea entre los ciudadanos de a pie resulta poco menos que imposible, la ONG Transport & Environment, con sede en Bruselas, apunta a otro objetivo: lograr que las empresas reduzcan los desplazamientos en avión de sus empleados a la mitad en esta década. Con ello se conseguiría una reducción de emisiones de CO2 equivalente a retirar de las calles 16 millones de coches, aseguran.

Los ejecutivos son una mínima fracción de los pasajeros aéreos (los vuelos de negocios representan solo el 20% del total), pero importante porque son los viajeros más frecuentes. Para promover sus objetivos, T&E ha lanzado la campaña Travel Smart (viaja con inteligencia), en la que analiza el comportamiento viajero de 230 compañías de Europa (incluyendo el Reino Unido) y de Estados Unidos. T&E ha realizado su valoración otorgando puntos a cada firma en función de nueve criterios que recogen tanto su grado de compromiso público con la reducción de vuelos como con su transparencia en el desglose de los medios de transporte que utilizan, o en la publicación de informes sobre su huella de carbono. El ranking, publicado en mayo, arroja un resultado cuando menos curioso. Solo ocho empresas, encabezadas por la danesa Novo Nordisk, obtienen la calificación más alta (una A), mientras el grueso de las firmas monitorizadas apenas alcanzan una calificación C, y al menos 50, entre ellas líderes tecnológicos como Google, IBM o Microsoft, figuran en el furgón de cola con una D.

Ninguna de las 12 empresas españolas objeto del análisis de T&E logra una puntuación alta en este estudio. La mayoría (del Banco Santander a Telefónica o Inditex) obtiene una C, como, por cierto, Facebook. Y es que los viajes de sus empleados son percibidos en muchos casos, como en el del Banco Santander, como “emisiones indirectas”, que dice compensar plantando árboles.

El objeto de la clasificación de T&E es convencer a estas corporaciones de la necesidad de reducir los vuelos de sus empleados antes de que el sector aéreo recupere niveles prepandémicos. El informe alude a la necesidad de que hagan otro tanto gobiernos e instituciones públicas, pero no aborda este capítulo. Lástima, porque políticos y altos funcionarios son asiduos de los aeropuertos. Como señala Pablo Muñoz Nieto, que se ocupa de Aviación dentro de Ecologistas en Acción (integrada en T&E), se movilizaron “unos 670 vuelos privados para acudir a la Cumbre del Clima COP26, en noviembre pasado”. Aunque fuera con fines menos frívolos que los de Boris Johnson

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