Los urbanitas a Varsovia, los aventureros a Pirineos: un verano para cada viajero
El trotamundos Paco Nadal propone seis destinos para seis vacaciones distintas: con buen sabor, un poco de ejercicio, otro tanto de adrenalina y mucha aventura
Para familias: Holanda, un viaje en bicicleta
¿Y por qué no un viaje en bici con niños? En España aún suena a rareza, cosa que no me extraña con el déficit que tenemos de cultura ciclista y de buenos carriles-bici. Pero en Centroeuropa es de lo más habitual ver familias enteras, con niños pequeños, incluso bebés, viajando por la extensa red de ciclovías. La experiencia está al alcance de cualquiera y enamora a todo el que lo prueba. Más aún en un país como Holanda, donde todo está preparado para disfrutar de las dos ruedas. Se puede combinar con un viaje más clásico al país de los tulipanes y reservar tres días, por ejemplo, para ir desde Ámsterdam hasta el IJsselmeer y los pueblos de alrededor. Siempre se circula por carriles sin peligro, hay todo tipo de avituallamiento en cada pueblecito y se puede dormir en casas rurales o pequeños hoteles. Ah, y el respeto al ciclista es máximo. ¡Estamos en el país de las bicicletas! Si los niños son de cierta edad, pueden ir en su propia bici. Para los más pequeños alquilan una especie de sidecar que se engancha a la bici de un adulto y pueden viajar perfectamente protegidos.
Para foodies: de pintxos por las capitales vascas
Decir que en Euskadi se come bien resulta obvio, pero siempre hay mil rutas y excusas para renovar el ritual. Una, no por conocida menos sorprendente ya que la capacidad de creación de los cocineros y taberneros vascos es insólita, es un circuito por las tres capitales en busca de sus diminutos tesoros gastronómicos. Aquí el pintxo se ha sublimado hasta la categoría de arte. Las barras vascas son altares paganos y alargados que rinden culto a la cocina en miniatura y donde se practica el noble arte del picoteo en compañía y la tertulia. Una vía perfectamente válida para captar la idiosincrasia vasca es salir de pintxos a mediodía o en la tarde-noche por el casco antiguo de sus tres capitales. En San Sebastián, las zonas de pintxos por excelencia son “lo viejo” —el barrio encajado entre el Boulevard y el monte Urgull— y el barrio de Gros. En Bilbao hay que visitar las Siete Calles (Somera, Artecalle, Belosticalle…) y la plaza Nueva. En Vitoria, todo el casco antiguo, el entorno de la plaza de la Virgen Blanca y la plaza de Abastos están llenos de templos del placer…
Para amantes de la playa: Railay, un paraíso tailandés
La costa occidental de Tailandia, la que da al mar de Andamán, alberga algunas de las mejores playas de todo el sudeste asiático. Pero si me tuviera que quedar con una, no lo dudaría: Railay, en la provincia de Krabi. Railay es una península, pero como solo tiene acceso por barco, la sensación que te embarga es la de haber llegado a una isla. Una isla exclusiva formada por gigantescos pináculos de roca caliza devorada por una vegetación exuberante. Entre esos monolitos hay playas de arena dorada, aguas claras y palmerales: la postal idealizada del paraíso terrenal en el que, mires para donde mires, la visión es perfecta. No es un lugar remoto ni está por descubrir. Hay 19 hoteles en la península, de todos los precios y categorías, y por la noche, los bares de la Shopping Street —la única calle del poblado— se llenan de jóvenes de medio mundo que se citan en este rincón de Tailandia, menos atestado que otras islas famosas. Pero, aun así, no hay agobios ni masificaciones, y siempre se encuentra un rincón tranquilo en sus dos playas principales: Phranang y Railay.
Para urbanitas: Varsovia, la sorpresa polaca
Eclipsada injustamente por la fama de la vecina Cracovia, la capital polaca sorprende siempre al viajero primerizo, que imagina una ciudad fría y gris y lo que encuentra es un conjunto medieval de castillos, palacios, murallas e iglesias que no tiene nada que envidiar a otros entornos monumentales de Centroeuropa. Aunque en realidad, todo lo que disfrutamos es nuevo: Varsovia resultó arrasada durante la II Guerra Mundial y su casco histórico fue reconstruido tal cual era. Gracias a ello, hoy la vieja Varsovia convive con el skyline de la nueva, convertida en uno de esos destinos encantadores de Centroeuropa. Es, además, una ciudad muy verde. El 40% de su superficie son parques y jardines. A lo largo de las riberas del Vístula abundan las playas fluviales, los carriles bici y las zonas para pasear, patinar y disfrutar del buen tiempo. Y luego está la huella de Chopin, que nació en Varsovia en 1810. Su música, ya sea en conciertos gratuitos al aire libre o en pequeñas salas del casco antiguo donde él mismo tocó, inunda la vida cultural de la ciudad.
Para aventureros: la Transpirenaica
España está llena de grandes rutas senderistas (los caminos a Santiago, por ejemplo). Pero la más salvaje, montañosa y bella que se pueda plantear un amante de las caminatas es la Transpirenaica, que cruza los Pirineos de mar a mar (Cantábrico a Mediterráneo o viceversa) siguiendo las señales blancas y rojas del GR 11. Es una aventura dura, unos 800 kilómetros de sube y baja por toda la cordillera pirenaica, y para hacerla del tirón se necesitan unos 45 días. Por eso, muchos aficionados se la plantean en tramos independientes a lo largo de varias temporadas. La ruta está señalizada por marcas blancas y rojas de los senderos de gran recorrido y discurre generalmente entre pueblos, refugios o albergues, para que la logística de las pernoctaciones se pueda hacer siempre —o casi siempre— bajo techo y evitar el engorro de la tienda de campaña. El mayor desafío son los desniveles. Se pasan muchos puertos de montaña y en ocasiones en una sola jornada hay que salvar hasta 1.600 metros de desnivel. Pero los paisajes y la bravura del territorio justifican el esfuerzo.
Para buscadores de silencio: Japón
Japón acaba de anunciar que, aunque tímidamente, vuelve a abrir sus puertas al turismo. Por lo que este verano —si no pasa nada raro— ya se podrá ir a Koyasan, la montaña sagrada para el budismo shingon, ubicada al sur de Honshu, la isla principal, a 70 kilómetros de Osaka. Koyasan acoge 117 templos budistas, algunos con más de 900 años de historia. En 52 de ellos tienen además shukubô (hospederías) que admiten viajeros. Pernoctar en uno de estos monasterios es una experiencia para quienes buscan recogimiento. Una inmersión real en la espiritualidad oriental. Se duerme sobre tatami, los baños son compartidos, se cena en el refectorio del monasterio un menú japonés servido por los novicios y se puede asistir a la primera oración de la mañana junto a los monjes. La mejor manera de llegar es en tren con la Nankai Koya Line desde la estación de Namba (Osaka) hasta Gokurakubashi, donde se toma un funicular. Se puede reservar habitación en una shukubô en la Koyasan Shukubō Association; conveniente hacerlo con al menos 10 días de antelación.
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