_
_
_
_
Pedro Almodóvar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Memoria de un día vacío, por Pedro Almodóvar

“Maldita Semana Santa”, profiere el director en su casa en una jornada sin nada que hacer excepto leer, caminar y pensar. En un diálogo consigo mismo se traslada a 1983 y 1990, a las fiestas de Warhol en Madrid y el loco estreno de ‘¡Átame!’ en Nueva York. Reflexiona sobre cómo la soledad le inspira, pero también sobre cómo le pesa ahora: “Si de algo estaba seguro cuando era joven, era de que nunca me aburriría. Ahora me aburro. Y eso es una especie de derrota”.

Pedro Almodóvar posa en Nueva York para los medios en el estreno de su película '¡Átame!', en 1990.
Pedro Almodóvar posa en Nueva York para los medios en el estreno de su película '¡Átame!', en 1990.Henny Garfunkel

Jueves Santo. Por la ventana entra la luz de un sol radiante. Pero yo no sé qué hacer con el día que tengo por delante. ¿Es divertido o interesante escribir sobre un día tedioso y aburrido? Les temo a estos días.

No hay nadie en Madrid. En la cartelera no hay ninguna película con un mínimo de interés. Y de los conocidos solo queda Jaime, con el que hablé la semana pasada y estaba muy deprimido y ha decidido tomarse un tiempo de descanso. No me parecía que tuviera ganas de ver a nadie. Por supuesto, tengo una pila de libros que leer, es lo que acabaré haciendo, supongo. No me apetece ducharme, tampoco me apetece salir a pasear con este sol primaveral, que serían las dos decisiones normales y sensatas para enfrentarse al día.

He terminado de leer Catedrales, una novela de Claudia Piñeiro que me ha tenido tres días totalmente enganchado. Me pregunto si hay una posible adaptación para el cine. Seguro que sí. Pero la familia protagonista es fanáticamente católica, excepto una de las hijas, que se declara atea en el funeral de su hermana, una adolescente de 17 años que apareció descuartizada y achicharrada en un descampado. Me gusta mucho ese inicio de la novela, alguien que frente al altar de una iglesia y junto al ataúd, en cuyo interior yace su hermana descuartizada, le escupe a su familia que no piensa participar en sus oraciones porque ella no cree en Dios, es atea.

El resto de la familia, como digo, es fanáticamente católico, me resulta raro que no sean del Opus Dei o alguna secta por el estilo. Pero la historia transcurre en Argentina, es una novela argentina, y tal vez allí el Opus no exista o disponga de menos seguidores. El problema para adaptarla es que la familia (excepto el padre, que se redime al final, y, en su intento por descubrir quién es el asesino de su hija, su fe se debilita) es tan profundamente religiosa, especialmente los dos protagonistas, que temo que se me vaya la mano y acabe convirtiéndolos en verdaderos monstruos. La historia da para ello, siempre rezando, pero sin que su fe les impida cometer auténticas atrocidades. Es peligroso escribir sobre personajes a los que odias, yo no lo he hecho nunca porque lo más fácil es caer en el maniqueísmo. Y el escritor debe tratar de humanizar al monstruo, en caso de que el protagonista lo sea.

Pedro Almodóvar, durante el rodaje de la película '¡Átame!'.
Pedro Almodóvar, durante el rodaje de la película '¡Átame!'. Mimmo Catlarinich (El Deseo)

También he terminado de ver la serie de Ryan Murphy sobre los diarios de Andy Warhol. Me quedaba muy poco. El último capítulo habla de la muerte del artista, también de la de su enamorado Jon Gould, de sida, y de Jean-Michel Basquiat, un poco después. Tengo la impresión de que Nueva York se apaga con la muerte de todos ellos y de Capote, que también murió por entonces. Warhol tenía 58 años; Basquiat, 27. Yo ya he vivido mucho más que ellos. Tampoco estoy seguro de que la serie sea buena, pero sí lo suficiente para que me interese, aparece mucha gente que conozco y sobre todo habla de los dos grandes amores de Warhol, algo que yo desconocía, su vida íntima. Él mismo dijo que era asexuado (muy apasionado tampoco debió ser), pero tanto al primer novio como al segundo les escribe cartas apasionadas (“siempre que estás en California paso todo el tiempo solo, llorando y pensando en ti”). Nunca había imaginado a Warhol albergando esos sentimientos y expresándolos como un enamorado normal lo haría. El mutismo fue una de sus principales características. Parecía autista o asperger. Gozó de una increíble vida social, pero básicamente silenciosa.

Cuando vino a Madrid, yo estaba invitado a todas las fiestas que se organizaron en su honor. Era el año 1983 y vino para promocionar su exposición de pistolas, crucifijos y cuchillos. Nos presentaron una y otra vez en cada una de las fiestas y no me dirigió una sola palabra, su modo de reaccionar era hacerte alguna foto con una camarita que siempre llevaba en la mano. Los que me presentaban decían siempre lo mismo: “Este (por mí) es el Warhol español”. La quinta vez que se lo dijeron me preguntó por qué me llamaban el Warhol español, y yo, absolutamente avergonzado, le dije: “Supongo que porque yo saco en mis películas a travestis y transexuales”. Embarazoso encuentro. Él vino a España básicamente para que los millonarios, la gente que aparece en la revista Hola, le encargaran algún retrato, las fiestas eran en casa de pijos millonarios, nobles y banqueros, pero nadie le encargó nada. Yo le hubiera encargado un retrato, pero en esos años no tenía suficiente dinero.

De la serie me gustan mucho todas las imágenes que narran su relación con Basquiat, entre ellos hubo una verdadera historia de amor sin sexo, Basquiat era heterosexual, pero a lo largo de la serie es evidente la adoración y el respeto que sentía por Warhol, que en algún momento se convierte en su mentor. Cuando se deciden a pintar juntos, hicieron unos 200 cuadros, los vi en una exposición en París y a mí me encantaron. El propio Warhol comentó que Basquiat es mejor pintor que él. Y estoy de acuerdo.

También me interesa el momento en que la obra conjunta se presenta en Nueva York, un evento capital para el mundo del arte, que la crítica acogió de un modo tibio y poco favorable. Acabó diciendo que Basquiat era la mascota de Warhol. Ahora pueden verse esos cuadros y disfrutarse como las obras maestras que son, pero como algunas veces he experimentado yo mismo, a veces la crítica (no toda) es ruin, cínica y mezquina, y ambos tuvieron que sufrirla, agriándoles la extraordinaria experiencia de pintar juntos.

Me sorprende que ambos artistas fueran tan sensibles a lo que se escribía sobre ellos, pensaba que estaban muy por encima de eso.

Almodóvar, en una fiesta durante la visita de Warhol a España, en 1983.
Almodóvar, en una fiesta durante la visita de Warhol a España, en 1983.

Me sorprenden las continuas referencias a la homosexualidad de Warhol, y su entorno, me sorprende que más de un crítico o especialista hable del anhelo de Warhol de ser aceptado como artista gay y de la máscara que acabó construyendo concienzudamente (y con mucho talento también) para dejar a la persona que realmente era en casa y mostrarse solo como el personaje casi grotesco creado a la vista de todos. Sin engañar a nadie. Comprendo que eso pudo divertirle un tiempo, que solo quieras compartir con el resto del mundo tu identidad más banal, ¿pero pasarte la vida así?

Yo pensaba que, viviendo en la ciudad más desprejuiciada del mundo, en un entorno artístico de vanguardia, a nadie se le ocurriría pensar si Warhol era o no gay. Del mismo modo en que el segundo gran amor de su vida, un ejecutivo de Paramount, no lo confesara nunca. Bueno, pensándolo bien, tratándose de la mitad de los años ochenta, supongo que manifestar libremente tu homosexualidad era como decir que llevabas una bomba en el bolsillo que en cualquier momento puede explotar.

Imagino que cuando rodaban Flesh, Trash o Heat (Paul Morrissey a la sombra de Andy) nadie pensaba en este asunto, o con las primeras películas del propio Warhol, Sleep, Lonesome Cowboys, Chelsea Girls o Women in Revolt. Ingenuo de mí, viendo la obra y la vida de Warhol o Basquiat, no se me pasa por la cabeza pensar en su sexualidad o en el color de la piel de Basquiat, pero, según el documental, había mucha gente pendiente de esos detalles.

Reconozco que cuando salieron me compré los diarios de Warhol y empecé a leerlos, pero solo superé las primeras páginas. Todo lo que mencionaba, al menos al principio, eran los trayectos en taxi y la cifra exacta de lo que le había costado. Viendo la serie compruebo que naturalmente había algo más. Tendré que retomar el viejo ejemplar e intentar leerlo, guiado por lo que cuenta la serie.

Esta es la primera vez que escribo sobre el “ahora”, es decir, que intento llevar un diario del momento en el que vivo (bueno, a veces tomo notas en mis viajes de promoción). Este Jueves Santo soleado y vacío. Me aburre escribir sobre mí, pero me atrae la lectura de los escritores o artistas que hablan de sí mismos, que escriben sobre sí mismos. En este sentido encuentro curioso que los Diarios de Andy Warhol no los escribiera él, sino que cada mañana, nada más despertarse, llamara a Pat Hackett y le contase por teléfono todo lo que había hecho el día anterior (y el precio de cada cosa, yo creo que en esto consiste su obra literaria, en anotar el precio de todo lo que hace, aunque sea un simple trayecto en taxi). Si quieres llevar un registro completo de tu vida, incluyendo los más mínimos detalles, creo que el placer está en extraerlos tú mismo, recordarlos y darle forma a base de palabras. Creo que ese es el juego de reflexionar o de sentirse reflejado en la página como si fuera un espejo. Me pregunto si él llegó a leer los Diarios una vez editados. Me temo que no. No le veo leyendo, aunque se trate de su vida, un tocho de casi 1.000 páginas.

Pedro Almodovar conversa con los actores Liza Minnelli, Sandra Berhant y Antonio Banderas durante el estreno de 'Átame' en Nueva York, en 1990.
Pedro Almodovar conversa con los actores Liza Minnelli, Sandra Berhant y Antonio Banderas durante el estreno de 'Átame' en Nueva York, en 1990.MIGUEL RAJMIL (Efe)

Yo llegué a este Nueva York cinco años tarde y en plena transmisión del virus. La gente convivía con la pandemia que se había llevado a algunos de los artistas más importantes de esa época y de esa ciudad. Estrenaba ¡Átame! después del éxito enorme de Mujeres al borde de un ataque de nervios.

Nueva York es una ciudad en continua reinvención que sabe renacer de sus cenizas. Me perdí las locas noches del Estudio 54, pero en ese momento, 1990, la noche neoyorquina no había perdido su locura, glamour ni atractivo. Nacía otra época, pero New York seguía siendo New York. Las fiestas y los eventos más importantes estaban a cargo de las drag queens, con RuPaul y Lady Bunny a la cabeza. En muy poco tiempo se hicieron las reinas de la noche neoyorquina, junto a Susanne Bartsch, que, aunque mujer, era una drag más. Todas ellas supieron poner chispa y alegría en una ciudad devastada por el dolor y la pérdida.

Recuerdo que mandé hacer en España unos vestidos de gitana con los que vestí a RuPaul y Lady Bunny, que fueron las anfitrionas del estreno de ¡Átame! en la ciudad. Acompañadas por Liza Minnelli, que accedió a cantarme New York, New York bajando unas escaleras de metal de la recién inaugurada discoteca The Factory, una antigua fábrica de electricidad.

La vida seguía y había formas nuevas de celebración que compensaban no haber llegado 10 años antes. Fue el momento en que las houses daban sus impresionantes balls en las discotecas de moda. Pude contemplar cómo se fraguó el vogueing desde sus inicios. Antes del documental Paris Is Burning y tres décadas antes de la serie Pose.

Quiero apuntar antes de que se me olvide, especialmente ahora que estoy hablando del rey del pop, el máximo ejemplo de arte pop que he visto últimamente. Estaba zapeando y de pronto aparece en un magacín un tatuador que ha diseñado el dibujo de la bofetada de Will Smith a Chris Rock, muestra el dibujo sin volúmenes, de forma lineal pero muy preciso. También muestran la pierna del primer cliente que se lo ha tatuado.

Escribir como lo estoy haciendo ahora me recuerda un libro que leí en el último vuelo a Los Ángeles (para asistir a la ceremonia de los Oscar) de Leila Slimani, autora de la que ya había adorado su Canción dulce (Premio Goncourt 2016). Da la impresión de que es un libro que ella escribe porque se lo ha impuesto a sí misma, un libro que comienza hablando de su necesidad de reclusión para poder centrarse en la escritura. Según ella misma confiesa: “La reclusión es para mí la condición necesaria para que aparezca la vida. Apartarme de los ruidos cotidianos hace que surja por fin un mundo posible”. Me la imagino sola en el lugar donde escribe, sin contestar el teléfono, rechazando cualquier conexión con el exterior, frente al ordenador, esperando que la atrape alguna idea, o empezando a escribir justamente sobre esa tensión: del vacío de los días estériles. Su vacío, si se puede llamar así, es distinto del mío. Yo he llegado a esta situación de aislamiento casi total como resultado de no responder a los demás, por no haberme trabajado verdaderas relaciones de amistad o desatender las que tenía. Mi soledad es el resultado de no haberme preocupado por nadie excepto por mí mismo. Y poco a poco la gente desaparece. Días como hoy, mi soledad es un peso enorme, no importa que ya esté habituado, que sea un solitario experto. No me gusta y en muchas ocasiones me provoca angustia. Por eso debo estar involucrado siempre en el proceso de creación de una película, pero aunque así es en este momento, con tres proyectos a la vista, siempre hay días de fiesta, la maldita Semana Santa, en la que mi actividad se paraliza porque la gente de mi oficina no trabaja y los pocos amigos y mi hermano salen de Madrid.

Pedro Almodóvar, en Nueva York en 1990, durante la fiesta de presentación de la película '¡Átame!', junto con la 'drag queen' RuPaul.
Pedro Almodóvar, en Nueva York en 1990, durante la fiesta de presentación de la película '¡Átame!', junto con la 'drag queen' RuPaul.Henny Garfunkel

Venzo mi hastío, me visto y salgo a la calle. Madrid está vacío, excepto la acera de enfrente de donde vivo y paseo, el paseo del Pintor Rosales, donde hay bastante gente en las terrazas o paseando, familias con niños. Encuentro en un banco sentada a una pareja de latinoamericanos, novios o recién casados, que miran con ilusión a la gente que pasa; también me cruzo con una pareja de lesbianas, casi idénticas en su modo neutro de vestir, su pelo masculino casual y también muy bajitas. Son mayores. Me gustaría saber más de ellas, pero me alegro de que la una haya encontrado a la otra. Me impresiona siempre el silencio de las parejas.

Paseo media hora, 3.426 pasos, 2,57 kilómetros. Debo ir a más, pero no soy capaz, es media hora de necesario caminar, pero con dolor, especialmente en los cuadrados lumbares, por la operación de espalda.

“… Para escribir debes negarte a los demás, negarles tu presencia, tu cariño, decepcionar a tus amigos y a tus hijos. En esta disciplina encuentro un motivo de satisfacción, incluso de felicidad, y, a la vez, la causa de mi melancolía”, dice Slimani en su libro. No estoy de acuerdo con ella, o no totalmente. También es cierto que ella es escritora de verdad y yo soy solo un guionista o eventual adaptador. Yo he llevado al pie de la letra este párrafo y no me ha provocado ninguna felicidad ni satisfacción, pero sí mucha melancolía. Es desagradable, al menos para mí, saber que eres mezquino con el empleo de tu tiempo, por mucho que el trabajo de escribir y dirigir películas es de los que te absorben por entero; tal vez tenga razón Leila Slimani en que su trabajo y el mío exige muchas horas de enclaustramiento, pero yo echo mucho de menos el contacto con la vida de los demás, y es difícil volver a lo de antes, a cuando eras un ser social y hacías una vida más coral, porque con la edad no todo te sirve, no basta con conocer a gente. Coger el teléfono y llamar indiscriminadamente a los amigos de siempre no me resulta estimulante. Y creo que esto es muy negativo, especialmente en alguien como yo, que se ha nutrido mucho de lo que me rodeaba para escribir mis guiones, mi madre, mi infancia, los años de colegio con los curas, mi juventud madrileña, las decenas de amigos que frecuentaba en la época de la Movida, las conversaciones escuchadas, la extravagancia de algunas amistades, el dolor, también provocado por las relaciones personales más íntimas. Si de algo estaba seguro cuando era joven era de que nunca me aburriría. Ahora me aburro. Y eso es una especie de derrota.

Continúo con Slimani, me servirá de guía y pretexto lo mismo que a ella, en este libro que me apasiona, El perfume de las flores de noche, le sirvió una propuesta que le hizo su editora de pasar toda una noche encerrada en un museo. El proyecto se llamaba Ma nuit au musée, y, en concreto, lo que le propone la editora es dormir en el interior de Punta della Dogana, edificio mítico de Venecia, antigua aduana, transformado en museo de arte contemporáneo, y escribir algo al respecto.

La propia autora reconoce que no tiene mucho que decir sobre el arte contemporáneo, que no le interesa lo suficiente, pero lo que acaba de convencerla es la idea de estar encerrada y por eso acepta la proposición. En el libro, como yo en este momento pero con mucho más talento y mejores cosas que contar, Slimani se deja llevar por las obras expuestas para ella sola, a veces sin entenderlas, pero que activan un mecanismo interior que la lleva a su infancia en Rabat, al verdadero significado de la escritura, a su padre, y a las dos culturas a las que pertenece, Marruecos y Francia, sin sentirse del todo francesa o del todo marroquí, como si estuviera sentada en la unión de dos sillas juntas, un glúteo en cada silla.

También habla de Notre Dame en llamas y el suicidio de las ciudades, como Venecia, adonde tiene que desplazarse para pasar una noche encerrada en un museo. Me impresiona cuando dice que la catedral de Notre Dame se suicidó ardiendo, agotada, frente a los que la han convertido en un objetivo turístico que se debe consumir.

Pedro Almodóvar, retratado por Chema Conesa para una portada de 'El País Semanal' de 1993.
Pedro Almodóvar, retratado por Chema Conesa para una portada de 'El País Semanal' de 1993. Chema Conesa

“Estar sola en un lugar del que no pudiera salir, ni nadie entrar. Es seguramente una fantasía de novelista. Todos soñamos con enclaustrarnos, encerrarnos en una habitación propia, ser a la vez cautivos y celadores”. A mí me aterra la mera idea. Tal vez porque no soy novelista o simplemente porque padezco de una extrema claustrofobia. El libro es interesantísimo y me lo leí de un tirón. Todas las páginas están subrayadas, pero no estoy de acuerdo con muchas de las ideas que expresa la autora. Y siento un extraño placer en que así sea.

En un momento habla de que uno debe aceptar su sino, ya sea bueno o malo. Yo me niego a aceptarlo y me esfuerzo por mejorarlo, aunque el aislamiento y la inmovilidad no sean los mejores modos de mejorar nada. Pero uno vive en paz con sus contradicciones. A esas sí las acepto.

Para los musulmanes, sigue diciendo Slimani, la vida en la tierra solo es vanidad, no somos nada y vivimos a merced de Dios. Palabras duras para un ateo como yo. No acepto, como ella dice, que la presencia del hombre en este mundo sea efímera y no debe asirse a ella. Que nuestra existencia es efímera es indiscutible, pero es lo único a lo que puedes asirte. Por instinto uno busca un motivo y una explicación, somos seres pensantes.

A los hombres, dice Slimani, les cuesta aceptar la crueldad del destino. En este caso creo que está hablando de mí.

Aunque inevitablemente la escritura, ya sea de una novela o de un guion, exige mucho tiempo de concentración y soledad, no siempre este flujo que uno siente cuando ya está instalado en la historia que quiere contar se produce sentado frente al ordenador. A mí me ayuda mucho moverme. Pasear, por ejemplo. Si dejo la escritura para salir a pasear, mi mente sigue escribiendo durante el paseo. De hecho, en un momento de extravagante descaro por mi parte, iba paseando cuando alguien se me acercó para decirme algo y yo me disculpé diciendo: perdone, pero estoy escribiendo. Y era cierto, aunque pareciera una boutade, durante las caminatas se me ocurren nuevas ideas para desarrollar la historia que esté escribiendo. También me pasa en los trayectos que hago en coche. Y, por supuesto, en los largos viajes en avión. El hecho de que desaparezcan las referencias al tiempo y al espacio hace que consiga mi máxima concentración. Todo lo que leo me nutre y me inspira. Muchos de los argumentos de mis películas, o nuevas ideas que rompen un atasco narrativo si ese es el caso, se me han ocurrido viajando en avión, rodeado de desconocidos que duermen.

Me gustan los escritores que hablan sobre el hecho de escribir y citan continuamente frases de otros escritores, el libro de Slimani está lleno de reflexiones sobre la escritura. “No creo que uno escriba para lograr consuelo”, dice. Estoy de acuerdo. “Un escritor está vinculado enfermizamente a su pena, a sus pesadillas, no habría nada peor que verse curado de estas”. No lo sé. Uno no escribe cuando es feliz, es cierto, ni sobre personajes felices; la tensión y los conflictos son como los beats en la música, son necesarios para narrar no importa qué historia, hace que esta tenga una especie de esqueleto, de estructura.

Es Jueves Santo, no he puesto la televisión en ningún momento del día, pero llegan a mis oídos los ruidos de tambores de las procesiones, el olor a cera ardiendo y los gritos enloquecidos de los devotos (animados tanto por la fe como por el alcohol) piropeando a las distintas Vírgenes por los pueblos y las ciudades españoles. También escucho las bombas de los rusos destruyendo las ciudades ucranias. Para ellos no hay tregua. El horror de la guerra no se permite un descanso, ni siquiera en Semana Santa.

Y en esto, ha llegado la noche y dejo de escribir.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_