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Orlando Mondragón: “Para sanar una herida, uno debe dañarla de nuevo”

Médico, poeta y residente en psiquiatría, el mexicano es el autor más joven, el primer menor de 30 años, que ha ganado el Premio Loewe de Poesía. Su poemario ‘Cuadernos de patología humana’ entiende la muerte como el recordatorio de lo que es estar vivo. Su obra anterior, ‘Epicedio al padre’, fue un grito contra una familia que castigó su homosexualidad

Orlando Mondragón, en la fundación Loewe en Madrid, el 1 de abril.
Orlando Mondragón, en la fundación Loewe en Madrid, el 1 de abril.Gianfranco Tripodo
Anatxu Zabalbeascoa

Médico y poeta. “Son cosas que se entrelazan: no es que en el hospital sea el doctor Jekyll y al llegar a casa, Mr. Hyde”, cuenta Orlando Mondragón (Ciudad Altamirano, Guerrero, 29 años). “Tengo tendencia al diagnóstico. Pero también pienso qué cosa tan bonita dijo este paciente”. Su Cuadernos de patología humana ha ganado el Premio Loewe de Poesía. ¿Es la primera vez que visita España? “Es la primera vez que salgo de México”. Lo ha hecho para recoger el premio y leer poemas en Madrid, Córdoba y Copenhague. Su fuerza serena parece haber dejado atrás el profundo enfado de su primer poemario.

Pregunta. ¿Hablar de muerte es hablar de vida?

Respuesta. Sí. La conciencia de la muerte nos diferencia de los animales. Desarrollarla es fundamental. Desde niños sabemos que la muerte es irreversible. Eso nos hace planear nuestra vida en función del tiempo. Somos seres de tiempo. Vivimos supeditados a esa entidad que no se ve y subyugados por una certeza: vamos a morir.

P. Evitamos hablar de la muerte.

R. Y lo hacemos con eufemismos. Es una marca de elegancia. Si alguien dice que está viejo, lo animamos con que todavía parece joven. Occidente tiene esa deuda y hace que asuntos como la eutanasia o el aborto provoquen rechazo en muchas personas.

P. ¿Afrontar la muerte potencia la vida?

R. No podemos organizar la vida ni defender valores como si fuéramos a vivir eternamente. En México celebramos el Día de los Muertos con una celebración de vida. No sé si invita a reflexionar sobre nuestra mortalidad. Es una máscara que le ponemos a la muerte para poder enfrentarnos a ella.

P. Acaba de cumplir 29 años. ¿Qué lo ha hecho mirar a la muerte a la cara?

R. La muerte siempre ronda la vida, pero como médico tomé conciencia de lo inmediata que puede llegar a ser. Si aprendiéramos a vivir con esa conciencia, valoraríamos más la vida. Es lo pequeño lo que te hace agradecer estar vivo.

P. ¿Un carpe diem tranquilo?

R. Algo así. No enfocado hacia la inmediatez del placer. Hay placer más allá de funciones fisiológicas como beber, fumar o tener sexo. Poner conciencia en los actos te lleva a disfrutar de un vaso de agua porque todo lo que hacemos es un acto irrepetible. Del hecho de que todo sea irrepetible nace la belleza de estar vivo.

P. ¿Cambia vivir la muerte de un conocido a las experimentadas como médico?

R. Por supuesto. Uno no es capaz de poner distancia ante alguien que quiere. De ahí que nos recomienden no tratar a nuestros familiares. A los pacientes hay que conocerlos desde algo más objetivo que el afecto. Hay un filtro para extraer el diagnóstico. Aproximarse desde el sentimiento y la emoción rompe la objetividad.

P. ¿Siempre se puede ser objetivo?

R. Claro que no. Uno proyecta. Un paciente nos recuerda a nuestro padre. Pero hay herramientas de distanciamiento. No es una materia fundamental, como Fisiología o Anatomía, aunque uno la necesite para trabajar. Incluso en Psiquiatría se estudia desde el punto de vista del proveedor: te vas a acercar a un paciente, lo vas a atender y vas a decidir qué se puede hacer con él. Pero no desde el punto de vista de que te vas a enfrentar a situaciones que te van a sobrepasar. Creo que los médicos deberíamos estudiar Filosofía y Psicología para tener recursos emocionales y no perder el camino de lo humano.

P. Ese “sentido humano”, cuidar el espíritu además del cuerpo, es asignatura pendiente en muchas disciplinas.

R. En México, en la educación superior se han eliminado materias como Etimología o Filosofía. Me pregunto a quién le hacen daño esas asignaturas.

P. Se consideran poco productivas para ganarse la vida. No se contempla si son productivas para formar personas.

R. Son despertadores de conciencia. Pensar en la vida desde un punto de vista capitalista, como productores de cosas, hace que nuestro tiempo tenga que ser productivo, y eso nos esclaviza. La Revolución Francesa frenó la esclavitud y organizó ocho horas de trabajo, ocho de vida y ocho de descanso. ¿Quién lo cumple? Perder esa conquista modifica la idea de estar vivo.

P. ¿Qué hace para mantenerse vivo?

R. Mi cuidado es la lectura. La he vivido como una vía para encontrarme conmigo mismo. Hay quien la defiende como escape, yo creo que también es una lupa, te permite ver tu vida desde otro punto de vista.

P. ¿Por qué quiso ser médico?

R. Es de esas preguntas que se responden con años de terapia.

P. ¿Estudió Medicina para demostrar algo?

R. Creo que sí. La máxima aspiración en el pueblo donde vivía, Zirándano de los Chávez [Estado de Guerrero], era ser médico. Cumplía una función casi sacerdotal. Era una figura de respeto y autoridad. No sé si estudié Medicina para superar algo, pero desde niño me sentía diferente. Supe enseguida que me gustaban otros niños y esa diferencia marcó mi infancia. Creo que el sentimiento de desprotección que viví tuvo que ver con que quisiera proteger a otras personas. Pero no sé. Tendría que hablarlo con mi terapeuta.

Orlando Mondragón fotografiado en la fundación Loewe en Madrid.
Orlando Mondragón fotografiado en la fundación Loewe en Madrid. Gianfranco Tripodo

P. ¿Va a terapia?

R. Sí. Desde que estudio Psiquiatría creo que funciona como ayuda para la formación.

P. La dureza de su infancia está retratada en su primer poemario Epicedio al padre, una canción fúnebre a un padre que no está muerto. ¿Se sintió rechazado?

R. Sí. Extranjero entre mi gente. La primera aprobación que uno busca en la vida es la de sus padres. Cuando se encuentra a un desconocido, el niño mira al padre. Si su reacción es amable, el niño también es amable. Buscar la aprobación de los padres es natural y humano. Pero no siempre fácil. Un ambiente hostil me hizo mantener mi vida en secreto.

P. ¿Qué tipo de hostilidad?

R. Chistes de maricones. Y saber que eres el del chiste. La voluntad de querer ocultarse es la necesidad de protegerse del dolor.

P. ¿O de no atreverse a decepcionar?

R. A mí siempre me decían que era un niño consentido, tratando de hacer un eufemismo de mi propio afeminamiento. Donde yo crecí, ser homosexual no era una opción.

P. ¿No se lo contó a nadie?

R. A muchos de mis amigos gais les pasó que las familias culpaban a las mamás por haberlos hecho consentidos. No me atreví a comentarlo con nadie hasta que me encontré con otro tipo de gente, en una ciudad más grande, en la adolescencia. Pero la apertura también cierra puertas. Yo no salí desbocado, ni celebrando ni enfrentando, salí tanteando. Primero con mis amigos. Querer compartirlo con mis papás era un síntoma del amor que sentía por ellos. Quería compartir quién era con ellos. Me hubiera encantado haber compartido mi primer novio o mi primer beso…

P. ¿Por qué no lo intentó?

R. Por miedo al rechazo. Había escuchado historias terribles de gente a la que echaban de casa.

P. ¿Qué hacen sus padres?

R. Mi padre es profesor de Matemáticas en la preparatoria, y mi mamá, profesora de primaria.

P. Siendo educadores, ¿les costó aceptar lo diferente?

R. Salí del clóset con 16 y… fatal. No tan terrible como temía, no me echaron, pero mal. Solo hubo silencio.

P. ¿Silenciar puede ser una manera de respetar?

R. Silenciar no es aceptar. Tampoco es acoger.

P. ¿Su sufrimiento llegó por haber crecido en un pueblo o por una cultura machista?

R. México se reproduce microscópicamente en sus pueblos. Hemos construido nuestra historia con frases populares como “Pancho Villa y sus siete viejas a la orilla” que hacen apología del machismo y de la infidelidad. Esta figura revolucionaria va de la mano de la formación cultural. En las películas aparece este sujeto sombrerudo con varias parejas y una hombría basada en quién puede intimidar más al otro.

P. Volvió a hablar con sus padres de sí mismo convertido en médico y tras publicar su primer poemario: “¿Cómo dejarse desnudar por su hijo maricón? /¿Cómo dejarlo acercarse a él sin sentir todos los cuerpos de los hombres tocados con lujuria?”. Le dedicó a su padre una canción fúnebre sin que hubiera muerto. ¿Tuvo que matarlo?

R. Tuve que enterrar esa figura para dar paso a otra.

P. ¿Y apareció otra?

R. Cuando gané el premio, les dejé el manuscrito: “Sé que están contentos por el premio, pero léanlo”. Y me fui. Hablamos por teléfono. Fue emotivo. Ha sido paulatino, pero creo que el libro fue el gatillo que inició el camino hacia una sanación. Es una cuestión médica: uno para sanar una herida ha de dañarla de nuevo. El silencio tuvo que pincharse un poquito para dejar salir toda esa presión.

P. A su padre debió dolerle…

R. Mucho. Pero lo escribí para sobrevivir. Ahora mis papás ya conocen a mi pareja. Creo que ha salido algo bueno de eso, hemos crecido como personas.

P. Hay soledad y rabia en su libro. Lo podría haber destrozado todo.

R. Sin duda, pero en cambio ayudó, fue necesario sangrar esos problemas.

P. ¿Ha sabido perdonar?

R. Sí. Cuesta. Cuando uno dice no pasa nada, te perdono, es un primer paso, pero no cambia las cosas. Se necesita determinación. También para perdonarme a mí mismo estas memorias supeditadas a un sistema del que no éramos tan culpables nosotros y para el que no teníamos las herramientas para poder verlo primero y reaccionar contra él después. Tuve que aprender a ver con otros ojos más distantes todo lo que sucedió durante mi infancia.

P. Y ahora va a convertirse en psiquiatra.

R. Sí. La literatura es la historia del pensamiento y la emoción, y la psiquiatría es el estudio de las anomalías del pensamiento y la emoción. Es de las pocas ramas de la medicina que pueden servirse de otros conocimientos para poder estudiar la entidad inabarcable que es el ser humano, la mente, el recuerdo y la emoción. La finalidad siempre es ayudar a alguien.

Orlando Mondragón fotografiado en la fundación Loewe en Madrid.
Orlando Mondragón fotografiado en la fundación Loewe en Madrid. Gianfranco Tripodo

P. ¿Cómo se pasa de la rabia al amor al prójimo?

R. Uno tiene que reconocer qué es lo que está sintiendo, pensar de dónde parte, que siempre es una emoción básica: alegría, tristeza, enojo y asco. Somos muy poco.

P. ¿Su pareja tuvo una infancia tan difícil?

R. Fue un proceso más lento y ese retardo le dio herramientas para poder afrontarlo. Alejandro es psicólogo.

P. ¿Cómo vive la política un médico?

R. La salud pública, el arte y la poesía son maneras de darle voz y sentido al mundo. Pensamos en la política con rechazo, pero creo que la pandemia demostró que nuestro sistema de salud es desigual. Los primeros portadores eran gente poderosa, con dinero para viajar. Ellos lo trajeron. Y lo padecimos todos.

P. ¿Su trabajo cambió con la pandemia?

R. Mucho. Fuimos el único hospital psiquiátrico que admitió pacientes. Porque los temas psiquiátricos pasaron a ser tratados como no urgentes.

P. Con la sociedad que hemos construido, relacionándonos con pantallas más que con personas, ¿la psiquiatría crece?

R. Internet llegó con promesas de democratizar el conocimiento y la comunicación. Pero ya vimos que es otra herramienta del capital para producir. Son nuestros datos lo que resulta valioso. Y los vendemos.

P. ¿La medicina no forma parte de ese mundo vendido al mejor postor?

R. Sí, claro. También se mueve en función del capital. Lo vemos en las vacunas. Parece increíble que en menos de un año se pudiera hacer tanto contra este virus cuando llevamos décadas con otras enfermedades virales a las que no se dedica tanto dinero porque matan a otro tipo de población. El ébola o el VIH son problemas de cierto grupo social, pero son seres humanos los que están muriendo. La distribución de los recursos afecta las vidas y es una decisión empresaria de las farmacéuticas.

P. ¿Dónde vive?

R. En un departamento rentado cerca del hospital, del metro y de un súper. Digo que es mi casa porque allí están mis dos hermanas.

P. ¿Siendo médico no puede alquilar solo?

R. Todavía no. Hubo una época en que mis hermanas tenían que compartir habitación porque no nos llegaba para rentarlo entre los tres.

P. Se desnuda en sus poemas, pero construye y enmascara su cuerpo: está musculado, tatuado…

R. Creo que es más vanidad que otra cosa.

P. ¿Qué lleva tatuado?

R. Tengo el rostro de una estatua romana medio andrógina. La calavera es de De humani corporis fabrica, de Andreas Vesalius, de los primeros tratados médicos que retoman el cuerpo humano después de que estuviera vetado durante mucho tiempo hacer disecciones en humanos. Una serpiente con una flor de belladona, que es venenosa y a la vez tiene atropina, esencial para hacer algunos medicamentos.

P. Es la esencia de los medicamentos, ¿no?

R. Lo decía Paracelso: la dosis decide si algo es veneno o remedio.

P. ¿Qué dicen sus padres de los tatuajes?

R. Mi madre amenaza con raspármelos con piedra pómez.

P. ¿Cómo reaccionan los pacientes ante un médico tatuado?

R. No se ve nada con la bata. La figura del médico es medio performática. Se trabaja desde la propia personalidad y la honestidad con el paciente, pero es cierto que los pacientes psicóticos llegan a ponerse suspicaces cuando algo no entra dentro de su imaginario. Portar la bata blanca construye una figura de autoridad que en el paciente psicótico es necesaria.

P. ¿Cuál es la frontera entre acercarse al paciente para humanizar la medicina y distanciarse de él para poder tratarlo?

R. Complicadísima. Aunque las enfermedades sean las mismas, los pacientes son distintos.

P. ¿La psiquiatría es poco científica?

R. Por su objeto de estudio, la mente, es algo inabarcable. Por eso se sirve de otras ramas del conocimiento y mira con lupa cosas que en otras ramas no tendrían importancia, pero no es ciencia exacta, como las matemáticas. Es un sistema perfectible pero que funciona.

P. No se puede escribir sin dejar rastro en la escritura. Ha pasado del desahogo a descubrir la vida por la muerte. ¿Qué viene ahora?

R. Escribo sobre erotismo. Me interesa cómo se construye el deseo. Cómo necesita ser una imposibilidad.

P. “Desearía regalarle a mi padre un hijo que no esté roto / un hijo sin defectos de fábrica”, escribió.

R. Ya no.

P. ¿Quien ha sufrido mucho puede perdonar más?

R. Depende de con qué herramientas cognitivas cuente. En mi caso, saberme distinto hizo que mirara hacia mi interior y pusiera todo en tela de juicio. ¿Por qué es normal que te guste una niña y un niño no? ¿Qué otras cosas que son vistas como normales podrían no serlo? Pero no es necesario pasarlo mal para aprender. Así empiezan los villanos de las películas: pasándolo mal.

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