Obsoletos huesos de aceitunas
Están servidos los ingredientes de la tormenta perfecta del edadismo, que es el creciente odio a los mayores | Columna de Rosa Montero
Madrid te Acompaña es una aplicación para móviles que acaba de crear el Ayuntamiento de Madrid. Es gratuita y sirve para conectar a la gente mayor con la red de voluntarios. El abuelo o la abuela en cuestión puede pedir ayuda a través de la app para que lo acompañen al médico, o a hacer alguna gestión, o simplemente a dar un paseo o ir al cine. Una amiga mía, que es voluntaria, me dice que el servicio funciona muy bien. Creo que es una gran idea; incluso han pensado en los animales de compañía y se ofrecen para sacarlos a pasear o llevarlos al veterinario, cosa muy de agradecer. Todo perfecto, pues, salvo por un pequeño y maldito detalle: que es una app, pardiez. Una aplicación electrónica en un servicio destinado a la tercera edad. Y no quiero ponerme paternalista; yo misma soy viejuna y pese a ello me encanta la tecnología. Pero no solo hay mucha gente en España mucho mayor que yo (en 2020 había la friolera de 17.308 centenarios, el doble que en 2010), sino que también hay otro buen montón de ciudadanos de mi edad y menores que no se manejan con las nuevas tecnologías. Supongo que la idea de la app se le ha ocurrido a alguien muy joven. E, insisto, está muy bien; no hablo de quitarla, sino de complementarla. Hablo, sobre todo, de una gigantesca brecha que se está abriendo en nuestra sociedad con la gente mayor.
Por esas casualidades de la vida, el folleto explicativo de la app municipal llegó a mi buzón el mismo día que una mujer de mi familia me telefoneó indignada: “¡En los bancos ya no te atienden! ¡Ya no hay personas! ¡Hay que hacerlo todo en el cajero automático y si no sabes tienes que pedir ayuda al señor que está dentro, y si le da la gana viene y si no, no, y siempre te sientes como una menesterosa, a merced de que te toque alguien simpático!”. En su caso era un Bankia, que ahora es de CaixaBank, pero creo que se trata de algo bastante extendido, y no solo en las agencias bancarias: también en montones de trámites burocráticos, en la sanidad pública (mi tío nonagenario jamás supo ver los mensajes de SMS que le avisaban para vacunarse) y en todo, en fin. Este mundo tan hiperconectado está escupiendo a los que no pueden conectarse como si fueran huesecillos de aceitunas.
No creo que haya habido nunca en toda la historia de la humanidad un momento como éste en el que los viejos valgan menos y sean más despreciados. Antes, quienes conseguían llegar a una avanzada edad, además de ser pocos, eran depositarios del saber colectivo, individuos respetados por sus conocimientos y su veteranía. Pero la fascinante e imparable revolución científica que estamos viviendo ha quebrado el devenir cronológico natural; es bastante común que a los mayores de hoy les falten unos conocimientos técnicos básicos que sus nietos dominan, lo cual hace que esos ancianos nos parezcan idiotas, como si toda su experiencia no sirviera de nada, solo porque no saben usar Instagram. Para colmo, ahora los mayores somos legión y estamos supuestamente sobrecargando las arcas del Estado. Están servidos los ingredientes de la tormenta perfecta del edadismo, que es el creciente odio a los mayores, un prejuicio que va devorando nuestras entendederas como una larva insidiosa.
Según datos del INE de enero de 2021, en España había 9.307.511 personas mayores de 65 años (un 20% del total). Y envejecemos tan deprisa que, en lo que va de este siglo, la edad media de la población ha subido cuatro años. Tú que ahora eres joven y que te crees a salvo, no pienses que te vas a librar: el huracán tecnológico es de tal calibre que dentro de muy poco las personas conectarán sus cerebros directamente a los ordenadores cuánticos, por ejemplo, y quizá tú ya no seas capaz de sumarte a eso. Siempre habrá un momento de descuelgue, el instante en que te convertirás en huesecillo obsoleto de aceituna. Es urgente que nos preparemos para eso; que intentemos paliarlo. Y así, se me ocurre que, además de esta app, se podría poner un servicio telefónico, con una línea especial para ayudar a resolver los trámites digitales; y desde luego sería importantísimo ir haciendo pequeños cursos de reciclaje tecnológico para la gente mayor. Clases regulares, permanentes, prácticas, fáciles. En vez de escupir los huesos de aceitunas intentemos plantarlos.
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