A Borromini
No pasó demasiado tiempo tras vuestra muerte para que os convirtierais en inmortal. La estima hacia vuestros edificios creció imparable
Estimado Francesco, os escribo desde un presente que es vuestro futuro jamás vivido. Con la admiración que os profeso, he de deciros que tengo una mala y una buena noticia que comunicaros, pues no estoy seguro de que allá donde os encontréis podáis conocer cómo es este mundo de comienzos del siglo XXI. La misma Roma en la que vivisteis ha cambiado de manera extraordinaria. Ya no es la capital del arte que servía de faro para todo tipo de artistas, pero sigue siendo un auténtico imán para millones de viajeros. Entre sus calles os descubrí hace 20 años y a ellas intentaré volver lo antes posible para reencontrarme con vuestras obras.
Si no os importa, comienzo por la mala noticia. He de deciros que pecasteis de impaciente. Sé bien que en aquel infernal agosto de 1667 pensasteis que toda esperanza estaba perdida y que la única salida era avanzar hacia la oscuridad y la muerte, pero creo que os equivocasteis. No erais ya joven, pero estoy seguro de que todavía podíais haber vivido algún año más para regalarnos alguna de vuestras emocionantes construcciones. Soy consciente de que la fama de vuestro antagonista Bernini os llegaba a corroer, con tantos encargos monumentales que todavía marcan la geografía de Roma. Eran años de cardenales rendidos a sus pies y papas comiendo de su mano, pero todo ello no debió ser motivo para clavaros aquella espada.
Además, ¿no se os ocurrió ninguna otra manera más rápida y menos dolorosa de abandonar este mundo? Vos, que tanta delicadeza erais capaz de crear, ¿en qué momento decidisteis utilizar aquellas mismas manos que modelaban la luz y el espacio para arrojaros a las tinieblas más oscuras?
La buena noticia es que no pasó demasiado tiempo tras vuestra muerte para que os convirtierais en inmortal. Paso a paso, la estima hacia vuestros edificios creció de manera imparable. Los viajeros que llegaban a Roma no solo buscaban admirar las obras de Rafael, Miguel Ángel o el ubicuo Bernini, sino que también acudían a vuestras pequeñas iglesias como verdaderos peregrinos de la geometría y la belleza. Por toda Europa comenzó a correr la noticia de que un arquitecto genial había sembrado de insospechadas maravillas la Ciudad Eterna, y hasta hoy mismo esa reputación no ha hecho más que crecer. Sin embargo, me reafirmo. Por mucha fama que ahora podáis tener, sigo pensando que deberíais haber esperado a que el Señor os llamara a su lado sin tener que correr vos hacia él, pues, al fin y al cabo, no sabemos si hay otro lugar desde el que podáis leer estas palabras. De lo que no cabe duda es de que hay vida antes de esa muerte hacia la que os abalanzasteis y de que dejarse envolver por vuestras creaciones es una de las cosas que hacen que esta existencia merezca la pena. Gracias por ello, maestro.
Óscar Martínez es autor de ‘Umbrales’ (Siruela), donde dedica un capítulo a la Perspectiva Spada de Borromini.
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