Al Paseante
Paseante de espíritu naturalmente urbano, testigo de la ciudad futura, solo te pido que continúes deambulando por ella y nos cuentes la experiencia
Querido Paseante. Eres quien mejor lo sabe: cada vez hay más ciudades que han entregado hasta el 80% de su espacio a los vehículos con motor. Cómo no van a dispararse las alertas medioambientales en Pekín, Nueva York o Madrid si más de la mitad de la población mundial ya vive en centros urbanos dominados por el color gris de los asfaltos.
Te han contado que sustituir la flota de vehículos de combustible por la eléctrica cambiará las cosas, pero sabes que eso no basta, no supondría más que un parche para disimular el objetivo final: mantener a los autos como dueños del espacio. De tu espacio. Porque, recuerda, antes que el vehículo estabas tú. La ciudad se pensó para ti.
Por eso, como Paseante que disfrutas al rondar un buen parque, al resguardarte del sol bajo un árbol, escuchando pájaros o conversando con vecinos que sacaron su silla a la acera, necesitamos tu voz, y que repitas que el debate primordial sobre la ciudad futura es filosófico, y que critiques nuestra rendición a las máquinas. Sí, me he fijado en que ahora a ti también te llaman “peatón”. Como a todos. ¿Vas a seguir aceptando que te reduzcan de ese modo, que te definan a partir de tu relación con la llanta y el alquitrán, o prefieres recuperar la condición de paseante y “ciudadano”, la palabra original que te describe como un ser capaz de exprimir las múltiples posibilidades que regala el espacio de una urbe?
Porque ahí se dirime todo: en el espacio. En qué o quién lo ocupa, y cómo.
Los lugares donde nos movemos determinan quiénes somos, nuestros deseos, “el color de los sueños”, dirías tú, tan romántico, y resulta que las personas de ciudad nos hemos condenado a caminar por los márgenes mientras borramos el verde favoreciendo que los ruidos no animales se extiendan hasta aumentar las sorderas prematuras y sumiéndonos, en fin, en una emergencia tras otra… que digerimos indiferentes.
Pero sabes, porque ya la has visto y paseado, que hay alternativa. Un modelo de ciudad capaz de revertir estas dinámicas de manera rápida, barata y eficiente. Todo empieza al restringir el tráfico en algunas calles principales creando islas donde reina una calma tan insólita que denominan “pacificadas”; y al limitar a 10 kilómetros por hora la velocidad de circulación en el interior de las islas. Entonces, el ruido y la polución disminuyen, los vecinos ocupan espacios que frecuentaban vehículos y ayudan a multiplicar el verde. Todo cambia alrededor, lo has visto. Porque si el dinero llama al dinero, con el verde pasa igual. Verde llama a verde. Los jardineros municipales ya no arrasan plantas con glifosato y, al dejar crecer a las que llamaban malas hierbas, aumentan los polinizadores, también gracias a las cada vez más numerosas especies autóctonas, que se adaptan mucho mejor al clima, consumen menos agua y duran más.
Paseando te has asomado a los nuevos huertos urbanos, has descubierto azoteas verdes y a ciertas horas caminas entre niños que van solos a clase por caminos sin grandes vehículos. Paseante de espíritu naturalmente urbano, testigo de la ciudad futura, solo te pido que continúes deambulando por ella y nos cuentes la experiencia, porque tu relato demuestra que hoy ya es posible vivir más sano en lugares como ése que algunos llaman “supermanzana”.
Gabi Martínez es escritor y autor del ensayo Naturalmente urbano (Ediciones Destino).
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