La última victoria del nacionalismo
Cambiar la complicidad con el nacionalismo por la complicidad con la derecha es cambiar un error por otro
El principal problema de la izquierda española en 40 años de democracia ha sido su asidua complicidad con el nacionalismo. Esta desgracia se explica por muchas razones, la principal de las cuales es otra desgracia de 40 años, previa y aún peor: la dictadura franquista. Dado que Franco era un nacionalista de derechas (valga la redundancia), durante el franquismo todo aquél que estaba contra Franco era considerado de izquierdas, incluidos nacionalistas de derechas como Jordi Pujol. No explicaré por qué son incompatibles izquierda y nacionalismo, ese ismo que nació en el siglo XIX como una ideología de liberación y en el XX se convirtió en una ideología de esclavitud (“Lo peor es creer / que se tiene razón por haberla tenido”, escribió José Ángel Valente); esa lección ya se ha explicado muchas veces, y el que a estas alturas no se la sepa sólo merece unas grandes orejas de asno: la expresión “izquierda nacionalista” es un oxímoron, como el “sol negro” de Gérard de Nerval; la izquierda es internacionalista o no es. A lo que voy es a que la identificación entre antifranquismo e izquierda explica muchas cosas.
Explica, obviamente, la insoportable duración de ETA. No es verdad, como ahora se da a entender, que ETA estuviera integrada y apoyada sólo por una minoría de botarates que intimidó a una mayoría de demócratas cuyo único pecado fue la cobardía; la verdad, la durísima verdad, es que a ETA la apoyaron algunas de las mejores cabezas de este país, y que durante décadas contó con la complicidad o la aprobación de muchísimos vascos y de gran parte de la izquierda, que consideraba a ETA y sus adláteres como un movimiento progresista y bienintencionado sostenido por chavales un poco díscolos, y no como lo que fue, sobre todo a partir de cierto momento: un movimiento totalitario sostenido por pistoleros sin entrañas. Mutatis mutandis, en la Cataluña actual ocurren cosas parecidas. A menudo se acusa a Ada Colau de ser equidistante entre secesionistas y constitucionalistas; la acusación es injusta: en los momentos decisivos, Colau siempre ha secundado a los secesionistas (salvo si le iba el cargo en ello, claro está), y aunque muchos de sus lugartenientes son maestros en el arte de guardar las apariencias, encendiendo una vela a Dios y otra al diablo, algunos de los más destacados no siempre consiguen disimular su entusiasmo secesionista. En cuanto a Pablo Iglesias, baste recordar que en otoño de 2017, cuando Cataluña estuvo a punto de estallar en mil pedazos, apoyó sin ambages la insurrección contra la democracia organizada por los secesionistas, considerándola con razón la última oportunidad de tumbar el llamado “Régimen del 78”, que es como él llamaba a la democracia. También parte del socialismo ha incurrido en este error flagrante, lo cual explica que algunos líderes socialistas todavía sostengan en público que el secesionismo catalán es un movimiento democrático, cuando es evidente que el 6 y 7 de septiembre de 2017 dejó de serlo, porque arremetió a la brava contra las libertades de todos los catalanes y nos colocó al borde del enfrentamiento civil: puesto a elegir entre la nación y la democracia, el nacionalismo eligió la nación. Y nadie ha pedido disculpas por ello.
Hay algo más desdichado, si cabe, que todo lo anterior. En 1913, Antonio Machado pintó a su maestro, el antiguo libertario Azorín, como un “reaccionario/por asco de la greña jacobina”. Hoy hay viejos izquierdistas convertidos en reaccionarios por asco de la greña nacionalista, o más bien por la terca connivencia entre izquierda y nacionalismo. Es comprensible, pero también es un error. Hay quien dice ser secesionista porque la derecha española es antisecesionista, lo que equivale a ser terraplanista porque esa derecha sostiene que la Tierra es redonda. Del mismo modo, si uno cree que los valores de la izquierda son preferibles a los de la derecha, debe combatir la complicidad entre izquierda y nacionalismo para poder seguir apoyando a la izquierda; pero cambiar la complicidad con el nacionalismo por la complicidad con la derecha es cambiar un error por otro. También es la última victoria del nacionalismo.
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