Carta a Doris Lessing
Como a ti, me interesan las periferias. De tu escritura aprendí el perpetuo combate entre lo personal y lo político
Naciste en la frontera que separaba un tiempo de otro. Llegaste al mundo en Kermanshah, antigua Persia, hoy Irán. Creciste en Rodesia, hija de un militar y una madre severa de la que aprendiste la lección más importante: desobedecer. A los 15 te fuiste de casa. Eras joven, insolente y brillante. Tu vida, como tu obra, se asentó en decisiones, no en arengas. Nunca aceptaste que te endosaran un feminismo con el que jamás estuviste de acuerdo. Lo considerabas una simplificación de la relación entre hombres y mujeres. Los derechos debían ser para todos, y así lo defendiste.
En nada se parece el tiempo de mi generación al tuyo. Por eso te escribo, porque debo a tus libros la única firmeza de un siglo al que llegué tarde y cuyo final presencié entre escombros, desde el muro de Berlín a las Torres Gemelas. Estoy a años luz de ti y sin embargo vuelvo a tus palabras una y otra vez. Busco en tu obra mi lugar en el mundo. Te nutriste de la rabia, el escepticismo y la insatisfacción. Nos legaste ideas sólidas y duraderas, que exigen en quien las profesa la convicción de elegir.
Si vivieras, habrías sumado 102 años, y no me cabe duda de que te pondrías el mundo por montera. Militante del Partido Comunista en los años cincuenta, criticaste al estalinismo mucho antes que un puñado de pensadores y escritores; consciente de que tu propia vocación era más fuerte que el rol que la naturaleza y la sociedad pretendieron imponerte, abandonaste a los dos hijos de tu primer matrimonio, pero a Peter, el tercero de tus vástagos, lo llevaste contigo a Inglaterra. Lo protegiste y cuidaste porque él no podía hacerlo por sí mismo.
No temiste ninguna rectificación, siempre que estuviera asociada a la razón y el quehacer intelectual. Rechazaste las palabras asociadas a mundos totales o totalizantes: imperio, ideología, racismo, persecución. Te opusiste a las armas nucleares y tus severas críticas a la situación sudafricana te costaron el veto de entrada. Diste vida a mujeres como Martha Quest, la Anna Wulf de El cuaderno dorado o la Alice Mellings de La buena terrorista: seres que se debaten entre asumir la libertad o someterse a las normas.
Fuiste valiente, Doris Lessing. Dejaste de creer en las ideologías cuando entendiste que tu generación había quedado rezagada ante sus propias utopías. Nunca cambiaste tus hábitos ni tu estilo espartano, ni siquiera cuando en 2007 te convertiste en la escritora más anciana en recibir el Nobel de Literatura. Si hasta dejaste plantada a la reina de Inglaterra cuando quiso entregarte el título de Dama del Imperio Británico. Así eras: libérrima como los que nacen en el filo de un tiempo que acaba y otro que comienza. Yo, como tú, provengo de la frontera que forman los mundos a punto de extinguirse. Como a ti, me interesan las periferias. De tu escritura aprendí el perpetuo combate entre lo personal y lo político, por eso, cuando dudo de mi tiempo pienso en el tuyo.
Karina Sainz Borgo es periodista y escritora. Su última novela se titula El Tercer País (Lumen).
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