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Mascarillas quirúrgicas: de la cara a la carretera

Un equipo de investigadores australianos descubre un método para construir pavimento mezclando escombros no reciclados con el material de los protectores faciales de un solo uso

Una miembro de Protección Civil, durante un reparto de mascarillas faciales en Ronda, en abril de 2020.
Una miembro de Protección Civil, durante un reparto de mascarillas faciales en Ronda, en abril de 2020.JORGE GUERRERO (AFP via Getty Images)
Karelia Vázquez

La llegada a nuestras vidas de una pandemia ha supuesto, entre otras cosas, que cada día se tiren casi 7.000 millones de mascarillas de un solo uso. El impacto ambiental de la crisis sanitaria aún está por calcular, pero una cosa está clara: no será bajo. Las mascarillas no se degradan fácilmente. Según World Wildlife Found, una quirúrgica puede tardar hasta 400 años en destruirse por completo. Un informe de esta organización indica que, si solo un 1% de las que se usan a ­diario se ­desecharan de forma ­incorrecta, eso supondría 10 millones de mascarillas arrojadas a la naturaleza.

Los científicos del Royal Melbourne Institute of Technology (RMIT) han creado un tipo de pavimento para carreteras que daría una segunda vida a las mascarillas que tiramos cada día. Según sus cálculos, en un kilómetro de carretera de dos carriles se consumirían hasta tres millones de mascarillas.

El equipo australiano ha encontrado una fórmula para mezclar las mascarillas quirúrgicas trituradas con escombros procesados de la construcción y así crear un nuevo material que, aseguran, “cumple todos los estándares de seguridad de la ingeniería civil”. “Los análisis muestran que añadirían rigidez y resistencia a las capas de pavimento de las carreteras”, escribe Mohammad Saberian, el autor principal del estudio que ha sido publicado en la revista Science of the Total Environment. Las capas que componen una carretera deben ser resistentes y flexibles para soportar el peso de los vehículos sin agrietarse. Los escombros procesados de la construcción suelen utilizarse en varias de sus capas.

Buena parte de los desechos que se generan en el mundo provienen de la construcción. En Australia cada año se destruyen alrededor de 3,15 millones de toneladas de escombros que no son reutilizados. La fórmula creada por los investigadores mezcla un 1% de mascarillas trituradas con un 99% de escombros procesados. La mezcla ha superado con éxito las pruebas de resistencia al agua, al ácido y al estrés, así como las pruebas de deformaciones y propiedades dinámicas.

Reciclaje y reutilización

Los científicos del Instituto de Tecnología de Melbourne se inspiraron para su creación en los cientos de mascarillas que veían cada día tiradas por la ciudad. “Sabemos que, aunque se desecharan adecuadamente, irían a parar a un vertedero o serían incineradas”, escribe en la web del RMIT el profesor Jie Li, que dirige el equipo dedicado al reciclaje y a la reutilización de materiales. Li anima a los científicos a pensar en soluciones de economía circular para reducir el impacto que tendrán los materiales sanitarios de protección individual en el planeta.

En 2015 otro proyecto de este instituto exploró las posibilidades de convertir la basura en oro. Entonces fueron las colillas de tabaco —al día se generan 1,2 millones de toneladas en todo el planeta— las que, una vez mezcladas con hormigón, renacían como material útil para proporcionar a las carreteras una capa que reducía la conductividad térmica y el calor generado por los atascos.

Los científicos australianos están más que satisfechos de su hallazgo, aunque reconocen que sus carreteras de mascarillas son, de momento, teóricas. El nuevo asfalto está hecho realmente con mascarillas nuevas. Las restricciones de la pandemia no les permiten experimentar con las usadas. Antes tienen que encontrar un método efectivo y seguro de esterilizarlas en grandes cantidades. Un desafío que es objeto de otras ­investigaciones.

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Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.

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