Polinesia Francesa, la madre de todos los paraísos
Este centenar de islas en el Pacífico Sur son el viaje que mejor se acompaña de la coletilla “una vez en la vida”. Durante generaciones, la cultura polinesia resistió al colonialismo y ahora vive una explosión que abarca el baile, la canción o el tatuaje
La Polinesia Francesa responde a la perfección a los parámetros establecidos para aquellos viajes que suelen calificarse como de “una vez en la vida”. Los casi 16.000 kilómetros que separan España de este conglomerado de islas diseminadas en el Pacífico Sur, y el hecho de que visitarlas requiera una cantidad de tiempo del que no siempre se dispone, hacen que Tahití, Bora Bora, Moorea, Tetiaroa y compañía se conviertan de inmediato en el paraíso lejano que realmente son.
La Polinesia es uno de esos lugares que conservan el alma salvaje de su pueblo, personificado en una chocante conexión con la naturaleza (especialmente para aquellos acostumbrados a la vida en la urbe), que se torna evidente para el viajero en cuanto pone pie en Papeete, capital de Tahití. Si durante varias generaciones la cultura de los polinesios resistió el envite colonialista, esa misma cultura vive ahora una explosión que abarca disciplinas tan distintas como el baile, la canción o el tatuaje. Todo ello se conjura para hacer que la experiencia sea extraordinaria: desde la visita a una granja de perlas donde todo sigue haciéndose a mano hasta la pequeña caseta en la que una familia vende vainilla o el restaurante a pie de playa cocinado ad hoc para los comensales: cada visita en la Polinesia está pensada para que uno se lleve a casa un rincón del país.
La isla principal es Tahití, y en Papeete debería empezar cualquier viaje a este conglomerado que se extiende a lo largo de unos 4.000 kilómetros cuadrados y más de 2.500 de costa para más de un centenar de islas, cuyos habitantes se dedican a oficios como el cultivo del coco, la vainilla, la producción de perlas o la pesca. La exportación de madera o cobalto también son fuentes de riqueza para la Polinesia, que vive ahora un bum del turismo, especialmente de estadounidenses y de otros países del Pacífico (Hawái está a cinco horas de avión). En Papeete puede visitarse el ajetreado mercado central, que abre poco después de las cinco de la madrugada y que entre semana es una atracción turística de primer orden en la que sobre todo los pescadores venden su mercancía. Los fines de semana, la cosa se limita a flores y algunos souvenirs, pero no es muy aconsejable si uno busca algo con sustancia o empaparse del modus vivendi polinesio.
En la tradición de las islas, un dios llamado Ta’aroa se ocupó de crear a diversos dioses y semidioses para ser sus interlocutores con el hombre. Así, aunque los orígenes terrenales del pueblo polinesio siguen siendo objeto de debate, sus nativos se consideraban descendientes directos del cielo (el padre) y de la tierra (la madre). La enorme tradición oral del país puede ser disfrutada en toda su extensión en el magnífico Musée de Tahiti et des Îles, en Puna’auia (Tahití). “Durante varias generaciones, la cultura polinesia ha vivido del boca a oreja, pasando de abuelos a padres y de padres a hijos. Ahora, por fin, tenemos la oportunidad de mostrar al mundo desde este nuevo museo la riqueza de nuestros ancestros”, cuenta Matahi Tutavae, fundador de la Tahiti Voyaging Society, dedicada al estudio y la difusión de las tradiciones de las islas.
Los paisajes de Teahupo’o, en Tahití, se convirtieron en algunas de las fotos más virales de los Juegos Olímpicos de París 2024, pues aquí tuvieron lugar las competiciones de surf. Y la Polinesia ha sido la inspiración para el último éxito de Disney. “Cuando estás aquí y ves cómo la luz del sol ilumina las hojas al atardecer, justo después de que la lluvia las haya mojado, frente a un mar de aguas transparentes, te asalta la duda de si habrás hecho justicia a la incomparable belleza de este lugar y a la grandeza de sus ancestros. Por eso, uno de los grandes desafíos de Vaiana 2 era conseguir reflejar al menos una parte de la espiritualidad que transmite descalzarse y caminar sobre estas islas en medio del océano, y que el espectador sintiera en su piel lo mismo que estamos notando nosotros ahora”, cuenta un emocionado Jason Hand, que ha dirigido junto a Dana Ledoux Miller y David Derrick Jr. la última película de Disney, que está arrasando en taquilla.
Dicho esto, lo mejor para disfrutar de una estancia plena es alquilar un catamarán (con tripulación incluida), la embarcación más común para desplazarse de una isla a otra, teniendo claro los lugares que desean visitarse. Hay que tener en mente que la gran mayoría de las atracciones del país solo son accesibles vía marítima, en muchos casos con lanchas motoras que se desplazan hasta el lugar en cuestión. Uno de esos lugares imprescindibles es la granja de perlas Ferme Perlière Champon, uno de los grandes templos de la codiciada perla polinesia, regentada desde hace décadas por la misma familia en la preciosa isla de Taha’a y el sitio perfecto para llevarse un recuerdo de lujo. Allí explican todo el proceso de cultivo de la perla y no es difícil quedarse obnubilado ante la belleza del lugar, bañado por aguas transparentes y sumido en un ritmo pausado, anclado también en el hecho de que los que durante generaciones han cuidado del negocio tienen allí mismo su vivienda y que los visitantes llegan en números muy reducidos.
El otro imprescindible es La Vallée de la vanille à Taha’a, donde se cultiva la que muchos afirman es la mejor vainilla del mundo. Esta granja posee, además, el encanto de poder recorrer todo el proceso que lleva hasta al producto final y hasta una pequeña cabaña en la que se puede adquirir la propia vainilla, ya sea en sus vainas, el polvo o la esencia. Es difícil resistirse a llevarse un poco a casa una vez metido en el intenso (y delicioso) aroma de este tesoro polinesio. Eso sí, a casi 1.000 euros el kilo; hay que vigilar el bolsillo.
Otra de las experiencias que todo visitante debería vivir es la ceremonia samoana del ava, considerado uno de los ritos más sagrados de la cultura de las islas y en las que antaño el jefe de un clan daba paso a un nuevo jefe, ofreciéndole un brebaje a base de kava, un arbusto que crece principalmente en el Pacífico Sur y al que se otorga un poder casi mágico. En el pasado, la bebida tenía un fuerte efecto narcótico, pero en las ceremonias actuales se pone el peso en la liturgia y sus efectos son totalmente inofensivos.
El mejor consejo para que la aventura contenga todos los ingredientes de un viaje inolvidable es contactar con la oficina de turismo de Tahití, cuyos contactos y trayectoria con los agentes locales son un recurso imprescindible que se adecua a todos los bolsillos. La oficina se centra en la promoción de los pequeños negocios, y a través de su gestión uno puede disfrutar de una de las preciosas ceremonias espirituales que se celebran frente al mar, la divertidísima apertura del coco (ojo con las manos), o los pícnics en parajes que parecen salidos de una película de dibujos animados con el océano como telón de fondo y en el que solo falta la propia Vaiana.
“Una de mis escenas favoritas al principio de la película es cuando Vaiana le presenta el océano a su hermanita pequeña. Es algo poderoso compartir algo que amas o que experimentaste cuando eras niño. Sentí que en ese momento estábamos conectando con algo similar”, cuenta el director del filme. Y añade: “Creo que Vaiana 2 habla de ese tipo de cosas, que, en realidad, son una manera de ampliar esa idea de que el océano nos conecta, usando al unísono a Vaiana y al océano. Creo que resume perfectamente la inmensa experiencia que uno siente al llegar a este lugar: como si siempre hubieras formado parte de él”.
Claves para la mejor experiencia
- Hay muchas empresas que organizan viajes a medida con distintas embarcaciones. Tahiti Yacht Charter es de las más aconsejables: se adaptan a todo tipo de grupos, ofrece cocinero a bordo y todos los servicios de un buen hotel.
- La mejor opción hotelera si hablamos de calidad-precio es el Intercontinental, a 10 minutos del aeropuerto de Tahití, con habitaciones muy espaciosas, generoso desayuno y situación privilegiada. También tiene un magnífico restaurante que algunas noches incluye un espectáculo de baile polinesio.
- Para llegar a la Polinesia (lo más habitual es hacer escala en París y, de allí, volar a Los Ángeles), Air Tahiti Nui ofrece una bonita experiencia inmersiva, con una comida excelente, asientos confortables y una tripulación que refleja a la perfección el espíritu polinesio.
- El atún es el gran protagonista de muchos platos indonesios, en infinidad de versiones. Uno de los mejores restaurantes de Tahití (y de la Polinesia) es el Yellowfin. Su atún a la brasa es excelente y sus cócteles, aún mejores. Un clásico imprescindible.
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