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Mal Pas, Guguy, La Griega, Sakoneta... Diez playas españolas realmente insólitas

Bañarse junto a enormes huellas de dinosaurios, una cala de colores, senderos junto al mar y otros arenales sorprendentes en España

EL VIAJERO WEB 10 PLAYAS INSOLITAS
Cala de Enmedio, en el parque natural de Cabo de Gata, Nijar (Almería).Daniel Villalobos (AlamY)

De entre las 3.000 playas con que cuenta el litoral español, las hay curiosas, insospechadas, llamativas o infrecuentes. Todas atraen de igual forma en este verano que ahora comienza. Esta es una selección de 10 arenales realmente insólitos para disfrutar más allá de un chapuzón.

1. Cala Pilar (Ciutadella, Menorca)

Describirla y profanarla es todo uno. Y es que su lejana ubicación en el cuadrante noroccidental de la isla de Menorca ―en la costa de Tramuntana― hacen de cala Pilar, en el municipio de Ciutadella, un escenario único de la costa española. Solo puede accederse a pie a este desmayo de carmín, casi sanguíneo por efecto de una falla geológica, que se combina con el azul del Mediterráneo. Todo resulta subyugante: el ocre de la arena, la fronda de encinas cerca de las olas, la presencia de pinar y sabinar.

Veleros fondeados en cala Pilar, en la isla de Menorca.
Veleros fondeados en cala Pilar, en la isla de Menorca. Lalocracio (GETTY IMAGES)

Para llegar, en el kilómetro 34 de la carretera ME-1, entre Ferreries y Ciutadella, tomamos el carril de deceleración al Camí del Pilar. Tras 1,8 kilómetros, aparcamos en la finca de Alfurí de Dalt, de titularidad pública. Al emprender la marcha, entre un bosque de encimas centenarias, veremos el cartel que informa sobre una de ellas, catalogada como árbol singular de las islas Baleares, con más de 400 años, nueve metros de altura y un diámetro troncal de 4,6 metros. Desde el primer momento pisamos arena de playa transportada por la feroz tramontana, y eso que restan todavía 2,5 kilómetros (unos 40 minutos a pie) entre un marcado carácter forestal sobrevolado por colonias consolidadas de cormoranes, halcones y alguna águila pescadora.

A cala Pilar la señala uno de los ocho sistemas dunares de Menorca, que, impulsado por los vendavales, remonta por la ladera hasta llegar a las cuevas. Para la bajada final contamos con una escalera de madera colocada para evitar que los bañistas dañen el terreno. Los hay que se embadurnan con arcilla, erosionando el acantilado, con el peligro de desprendimientos que ello conlleva.

Lo grandioso del escenario no nos debe bajar la guardia con este mar de Norte, es decir, de respeto, con mucho oleaje en cuanto sopla la tramontana, zona trufada de corrientes y naufragios, pésima para el fondeo de embarcaciones. La nota tenebrosa la pone el cónico peñón que la domina: la montaña Mala, también llamada ¡el Anticristo!

2. Mal Pas (Benidorm, Alicante)

Mucho se habla y se conocen de Benidorm las playas de Levante y Poniente, pero muy poco se promociona la caleta que las separa, la del Mal Pas, enclave antaño muy comprometido, en el que se recuerda el derrumbe de la casa del almadrabero por un temporal. Hasta que, en 1929, el nuevo espigón del puerto alteró la dinámica litoral, ejerciendo de efecto barrera y colmatando este sector de costa pedregosa, dando carta de naturaleza a estos 75 metros de arena dorada. En los años ochenta del pasado siglo, esta calita sirvió de banco de pruebas para elementos que luego se usaron en el resto de arenales de la ciudad alicantina.

Caleta de Mal Pas, en la localidad alicantina de Benidorm.
Caleta de Mal Pas, en la localidad alicantina de Benidorm. GETTY IMAGES

Mal Pas está ubicada delante del casco histórico, junto a la estación náutica, al costado de la punta Canfali, donde refulge el vidriado azul de la iglesia de San Jaime y Santa Ana. La balaustrada del célebre Balcón del Mediterráneo se prolonga por la parte trasera de Mal Pas, abrazando la plaza de la Senyoria. Familiar y de aguas limpias, este arenal se disfruta mejor en fechas primaverales; ello porque en verano se revela demasiado calurosa al verse cerrada por altos paredones hormigonados, gunitados en prevención de derrumbes, y bajo los que se extiende una alineación de palmeras. Los primeros 15 metros de la cala se respetan para los paseantes, sin que molesten hamacas y sombrillas. El 27 de agosto, la cala servirá de meta a la travesía a nado desde la isla de Benidorm: 3,6 kilómetros en total.

Su aporte culinario referido a arroces caldosos es excepcional en el Bar Mal Pas (965 85 80 86), aunque también podemos contar con La Posada del Mar.

3. La Griega (Colunga, Asturias)

La Griega, en Colunga, sería, por su fisonomía, una playa más en este paraíso natural que es la costa asturiana. Y lo sería de no ser por las huellas de saurópodos que se conservan en este arenal, las más grandes del mundo en lo que a dinosaurios del periodo jurásico se refiere, llegando a medir una de ellas 125 centímetros. De ninguno de estos monsters se ha hallado resto alguno. Si usáramos una máquina del tiempo, el paisaje sería irreconocible. “Hace 152 millones de años esta era la orilla de un mar interior en el que no se sentía la influencia de las mareas. La sierra del Sueve ni siquiera se había formado”, aclara Laura Piñuela, geóloga del Museo del Jurásico de Asturias (MUJA), situado muy cerca del yacimiento.

Bañistas en la playa de la Griega, en la localidad asturiana de Colunga.
Bañistas en la playa de la Griega, en la localidad asturiana de Colunga.Kaveh Kazemi (GETTY IMAGES)

Al conjunto de icnitas se llega en marea baja caminando 600 metros desde el camping Costa Verde, mientras que, con marea alta, una vereda litoral evita que uno se moje los pies. Otro aliciente de esta playa familiar, no especialmente peligrosa pese a su trazado rectilíneo abierto al Atlántico, es el eucaliptal que la respalda. La Griega se debe a los aportes del río Libardón, que desemboca a su vera y que en marea baja permite a los niños chapotear en sus lagunillas. En temporada alta, quien no madrugue tendrá que pagar 3,5 euros en alguno de los tres aparcamientos privados.

Irse de La Griega sin probar el arroz con bogavante o el rollo de bonito del restaurante Vista Alegre sería un grave error.

4. Guguy (Gran Canaria)

Guguy, la playa más recóndita de España ―magna, salvaje y perdida en el suroeste de Gran Canaria―, está en trámites de ser declarada, con su fauna y sus cedros de repoblación, parque nacional. Lo malo ―o bueno, según se mire― es la dura marcha montañera de dos horas y media (un cuarto de hora más para la vuelta) que hay que cubrir para llegar, dejando el coche en Tasartico (La Aldea de San Nicolás) y no saliendo más tarde de las ocho de la mañana, con al menos dos litros de agua por caminante. No salirse del camino es condición necesaria. Durante el trayecto, no señalizado, habrá que fijarse en el sendero para no perderse al regreso.

Playa de Guguy, salvaje y perdida en el suroeste de la isla de Gran Canaria.
Playa de Guguy, salvaje y perdida en el suroeste de la isla de Gran Canaria. PEDRO J. PéREZ

El paraje lleva con dignidad el epíteto de idílico. Nada más verla uno cae en la cuenta de esta toponimia aborigen ―Guguy―, que significa lugar de acantilados. Se desdobla en dos playas: el barranco Grande muestra en su desembocadura viviendas dispersas, habitadas esporádicamente, y tiene la nada desdeñable particularidad de contar con un manantial. Durante la marea baja se pasa a Guguy Chico, playa, por cierto, más espaciosa que la Grande, encerrada majestuosamente por riscos afilados. En este paso a Guguy Chico hay que observar la tabla de mareas para no quedarse atrapados durante horas, puesto que resulta peligroso rodear a nado el roquedo separador.

La sensación de aislamiento es indescriptible, lo que no debe impedir bajar la guardia por sus corrientes los días con mar de fondo. Después de la aventura montañera la mejor idea es reponer fuerzas en el restaurante Grill Luis, en la playa de La Aldea, y descansar en el hotel La Aldea Suites.

5. Cala de Enmedio (Níjar, Almería)

La falta de acceso rodado ha permitido a la virginal cala de Enmedio, enclavada al sur de Agua Amarga, conservarse tal cual, inalterada, sirviendo de icono al parque natural Cabo de Gata-Níjar. La manera más sencilla de llegar pasa por salir de la cala del Plomo, 20 minutos de agradable caminata, bordeando cerca de una construcción inconclusa, conocida por el Cortijo de Polansky, claro antecedente del hotel Algarrobico. En esta excursión es esencial portar agua abundante. Su línea de costa, de arena fina, asombra en su extremo por las peculiares erosiones eólicas y marinas en la piedra arenisca. Algunos creen ver chimeneas de brujas, quién sabe si formas arborescentes o perfiles góticos. Y qué decir de este Mediterráneo transparente, alejado de industrias y vertidos.

Cala de Enmedio, en el parque natural del Cabo de Gata-Níjar (Almería).
Cala de Enmedio, en el parque natural del Cabo de Gata-Níjar (Almería). Daniel Villalobos (Alamy)

Para descansar tenemos cerca La Almendra y el Gitano, una casa rural que transmite exclusividad con su piscina, sus cuatro habitaciones dobles con terraza ―la mitad con jacuzzi― y sus cuatro suites con terraza, tres con jacuzzi. El condumio se puede hacer en la casa o portando una completa cesta de pícnic.

6. Sakoneta (Deba, Gipuzcoa)

El flysch es una especie de milhojas en el que se intercalan capas duras y blandas formadas por sedimentos y fósiles acumulados en fondos marinos; son las páginas de un libro que permite leer, geológicamente y sin interrupción, 60 millones de años. Sakoneta, incluida en el geoparque de la Costa Vasca, es posiblemente el mejor lugar de todo el Cantábrico para observar la extensa plataforma de abrasión, huella que dejan los acantilados cuando se erosionan y retroceden, y que se abre misteriosamente a la vista en horario de bajamar.

A medio camino entre las localidades de Deba y Zumaia está el desvío señalizado a Sakoneta. Desde el merendero nos acercaremos a pie hasta encaramarnos al verde acantilado, de donde pende una soga para auxilio de surfistas locales experimentados, vistos los peligros que entrañan los fondos rocosos. Hay que seguir hacia poniente y bajar a la espectacular superficie rallada del flysch, siempre con calzado que sujete el tobillo.

’Flysch’ en la playa de Sakoneta, en Deba (Gipuzkoa).
’Flysch’ en la playa de Sakoneta, en Deba (Gipuzkoa). Unaihuizi; photography / GETTY IMAGES (Getty Images/iStockphoto)

Según Asier Hilario, director científico del geoparque: “Esta plataforma continua unos 10 kilómetros mar adentro con pequeños escalones que representan antiguos niveles de acantilados, de cuando el nivel del mar estaba más bajo que en la actualidad”. En las acanaladuras y el verdín prospera un biotopo donde están catalogados casi todos los invertebrados del Cantábrico. Queda cruzar la desembocadura del riachuelo y doblar la punta de Sakoneta, como cortada a cuchillo en forma de triángulo. Aquí todo es aislamiento. Los estratos originalmente horizontales del flysch dejan sentir su presencia en posición vertical. Cuando se desarrollan mareas vivas, el geoparque organiza estupendas visitas guiadas (edad mínima, 10 años).

7. Cobijeru (Llanes, Asturias)

Cobijeru es al este de Llanes lo que Gulpiyuri al oeste del concejo llanisco: una caleta de interior, declarada monumento natural; de singular orografía y atractivo, que demanda 10 minutos de sabroso paseo desde la aldea de Buelna. El acceso final, por un sendero angosto y en pendiente, no es apto para personas con movilidad reducida. Estamos en un delicioso marco de encinas y acacias custodiando apenas 30 metros de arena, donde no se distingue el Cantábrico, aunque se hace patente su flujo y reflujo por medio de una galería rocosa cercana al ruinoso molino de mareas.

El arco natural de Puente Caballo, en la caleta de Cobijeru (Llanes, Asturias).
El arco natural de Puente Caballo, en la caleta de Cobijeru (Llanes, Asturias).Alberto Carrera (GETTY IMAGES)

En marea alta se convierte en una coqueta laguna. No hay que olvidar ascender antes o después el acantilado calizo bellísimamente erosionado y pasear sobre Puente Caballo, un estiloso arco bajo el que irrumpen, brutales, las olas con mar gruesa, y que las personas que padecen vértigo no deberían cruzar.

De regreso, nos aprovisionaremos en una casa de Buelna del famoso queso de Vidiago, antes de subir a fotografiar —imprescindible buen calzado—, a siete kilómetros, el ídolo de Peña Tú, algo que debería hacerse al menos una vez en la vida. El guía no acude a explicar el ídolo los lunes y martes. El resturante El Paso, por último, es un clásico bar de pueblo donde se come estupendamente fabada y arroz con almejas.

8. Bramant (Llançà, Girona)

La cala de Bramant, tan diminuta como seductora, encierra constantes sorpresas, no solo por su orografía troquelada por la erosión cinética de las olas, sino también por su personalísima acústica, ese murmullo sordo de rompiente que reverbera con un efecto sedante difícil de olvidar. Una belleza de carácter primigenio que seduce y hechiza al mismo tiempo, y de ahí, tal vez, el apelativo de cala de los Enamorados, aunque también, por su topografía, se la conozca en la comarca gerundense por la cala de la Olla. Para llegar, hay que dejar el coche en las calles cercanas a la playa de Canyelles y costear 10 minutos por el Cap Ras.

Cala Bramant, frente a la villa costera de Llançà, en la provincia de Girona.
Cala Bramant, frente a la villa costera de Llançà, en la provincia de Girona.Cristian Zaharia (Alamy)

Arenilla gris oscuro y guijarros tapizan esta secreta cala de bolsillo, a la que descender siempre resultó, como mínimo, incómodo. Sombría a media tarde, no hay nada comparable al hecho de ver despertar el día desde este circo troglodítico de apenas 35 metros en el que resaltan cuevas en los extremos y un agua limpia, profunda y transparente. No cabe mayor protección contra la tramontana. El exterior a duras penas hace presagiar su existencia: un bosquecillo de pitas con sus característicos pedúnculos de apariencia arbórea se entremezcla con pinos piñoneros y pinaster.

A pie, siguiendo la costa, se llega al extremo del Cap Ras y a la playa del Borró. Dos estrellas Michelin nos esperan después en el restaurante Miramar, de Paco Pérez, con dos menús degustación: Memoria, Territorio y Cultura (200 euros), en el que el arroz del mediodía se sustituye por la noche con un tartar de wagyu, y el de Degustación (225 euros). En ambos menús se incluye el iva y se excluyen las bebidas.

9. Covachos (Santa Cruz de Bezana, Cantabria)

Hay pocas playas de la Costa Quebrada tan bellas y tan indicadas para un público joven como la de Covachos. Bella por la magnífica formación tombólica que se desvela con el oleaje en retirada (consultar la tabla de mareas), cuya visión desde la cima del acantilado merece el desplazamiento, aún sin llegar a pisar la arena. Decimos que es juvenil por el acceso, cada vez más endemoniado (abandonado para preservar su naturaleza salvaje), que exige estar en perfecta forma física. Primero se baja por lo que en tiempos fue un camino (hoy tiene más de torrentera), seguido de una escalera de hormigón, resbaladiza bajo la lluvia, cuyo último peldaño queda a unos tres metros de la arena, altura que se salva sujetándose de una cuerda fija en la roca. Tiene mucho de reto.

Playa de Covachos, en la Costa Quebrada de Cantabria.
Playa de Covachos, en la Costa Quebrada de Cantabria.tamara kulikova (GETTY IMAGES)

La entrada al mar es paulatina y, para mayor encadenamiento de sensaciones, no se aprecian edificaciones agresivas. Quienes acaricien la posibilidad de encaramarse al islote de El Castro deberían informarse y memorizar bien el horario de mareas y así no tener que ser rescatados con cuerdas por los socorristas. No serían los primeros ni serán los últimos. Todos se conocen en Covachos y todos la cuidan, como solo el público naturista sabe mimar estos enclaves de privilegio.

Para seguir disfrutando de inmejorables vistas tenemos cerca la terraza del restaurante El Cazurro, elevado junto a la Arnía, otro hermosísimo salvapantallas en forma de playa.

10. Toralla (Vigo, Pontevedra)

Los islotes, aun los que sustentan un feo bloque de apartamentos, como este de Toralla, a menudo deparan sorpresas. Muchos reculan creyendo que el puente de 400 metros es privado. Cierto es que solo los dueños y sus invitados pueden hacer uso del acceso para vehículos, pero al resto de los bañistas no se les impide pasar a pie, hollando así las calas Esquerda (izquierda) y Dereita (derecha), que, bien miradas, son el mismo arenal pero sajado en su centro por la valla de seguridad. Ambos sectores se benefician de la misma arena ―blanca y muy sutil―, la misma que tapiza las islas Cíes, que despuntan a lo lejos. La entrada al mar es paulatina.

Playa de la Derecha y bloque de apartamentos en la Illa De Toralla (Vigo, Pontevedra).
Playa de la Derecha y bloque de apartamentos en la Illa De Toralla (Vigo, Pontevedra). Jorge Tutor (Alamy)

Grupos de amigos y familias se citan en la playa de la Derecha de Toralla, más abierta y resultona, con vistas a la ría de Vigo, mejor ventilada que la otra cuando aprieta el calor, aunque, como contrapartida, las sombras se imponen por la tarde antes que en el sector de la Izquierda, donde los bañistas tienden a amontonarse.

Como curiosidad literaria, en su torre de 70 metros de altura ambientó el malogrado escritor vigués Domingo Villar el asesinato con el que arranca su novela policiaca Ojos de agua (Siruela, 2006). No se entiende disfrutar de la isla de Toralla sin hacerlo a la vez del complejo dunar mejor conservado del litoral continental vigués, el que significa la playa de O Bao. Acabamos en la playa de Canido, más concretamente en el bar el Puerto (La Mona), célebre en todas las Rías Baixas por su pulpo.

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