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De bares por Tokio: los mejores lugares para decir ‘kanpai’

A partir del 11 de octubre, los viajeros españoles podrán viajar libremente con fines turísticos a Japón sin necesidad de visado, aunque será necesario llevar el certificado de vacunación completa. Una buena noticia que invita a brindar en los mejores pubs y coctelerías de la capital japonesa atendidos por camareros de la vieja escuela

Bares Tokio
Interior del Tenderly Bar, en el popular distrito de Omori, en Tokio, Japón.

En Tokio hay bares por todas partes que no se ven. Se esconden en zonas de ocio y residenciales, en sótanos, en locales comerciales, en hoteles, en estaciones de tren, en alguna planta de un estrecho edificio y a pie de calle, donde también pasan desapercibidos. Son tan invisibles como silenciosos. Lugares en los que los sorbos se imponen a los murmullos. Al bar se va a disfrutar del trago, del silencio y de la compañía.

En cualquier barra de bar tokiota hay más posavasos que conversaciones. Posavasos que los discretos y elegantes camareros manejan, como si fueran crupieres, naipes sobre los que descansan las botellas y las copas. Son lugares mínimos, tan limpios como tranquilos, en los que suena jazz y se oye el sonido que se produce cuando la bebida servida contacta y desplaza la piedra de hielo que hay en el vaso.

Interior del The SG Club (Sip and Guzzle), en un edificio de tres plantas del famoso barrio tokiota de Shibuya.
Interior del The SG Club (Sip and Guzzle), en un edificio de tres plantas del famoso barrio tokiota de Shibuya. FELIPE HERNÁNDEZ DURÁN

Hielo que en The SG Club (Sip and Guzzle, Sorbo y Chupito) tienen grabado con el logo de este sitio ubicado en un edificio de tres plantas en Shibuya. Shingo Gokan, su propietario, cuenta que, a pesar de que los japoneses prefieren ir solos a los bares, aquí los clientes vienen acompañados y beben tés mezclados con ginebra o ron, entre otras bebidas.

Templo sintoísta y rascacielos en el distrito de Shibuya.
Templo sintoísta y rascacielos en el distrito de Shibuya.Alamy Stock Photo

Clientela en la que no desentonan los extranjeros, como tampoco falta el cliché decorativo de una reproducción de La gran ola de Kanagawa de Katsushika Hokusai colgando de una pared con la textura de un tatami. En los aseos, en cambio, suena comedia japonesa. No hace falta entender lo que dicen para reírse, lo hacemos de nuestro desconocimiento o desconcierto.

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Sensación esta última que también puede despertarse cuando uno ve desde fuera el bar Est! Una especie de cabaña bávara en una calle estrecha y animada repleta de bares y neones en los alrededores del parque Ueno.

El señor Akio Watanabe tras la barra de su bar Est! en Tokio.
El señor Akio Watanabe tras la barra de su bar Est! en Tokio. FELIPE HERNÁNDEZ

Una zona en la que en el pasado había muchos bares de geishas y los locales eran frecuentados por los profesores de las vecinas facultades. Hoy el ambiente se ha deteriorado y apenas quedan alguna sakería y el Est!, propiedad del jubilado señor Akio Watanabe, quien dice que al no beber prefiere estar detrás de la barra. Una barra de madera de nueve plazas, precedida por una pequeña bodega de botellas de whisky, en la que es raro que haya gente desconocida. La clientela es asidua y fiel, reiterativa, como la música de Bill Evans que siempre suena de fondo. El señor Watanabe cuenta que no tiene una carta de bebidas para así fomentar la comunicación. Su clientela sabe que su trago más caro es una copa de whisky escocés de unos 46 euros y el más barato uno de 7. Si ve a alguien que no habla con nadie, trata de darle conversación, aunque él mismo sabe que los hay que no la quieren. Lo que no hay en su bar, dice, son borrachos.

Barra del bar Oak, dentro del hotel Tokio Station.
Barra del bar Oak, dentro del hotel Tokio Station. FELIPE HERNÁNDEZ DURÁN

Algo que también afirma Fujiya Waguri, quien está al frente de la barra del bar Oak, dentro del hotel Tokio Station. Cuando alguna vez ha aparecido un cliente bebido le ha invitado a que se vaya a su casa y a ir otro día a disfrutar de un whisky japonés de las marcas Ichiros, Yamazaki, Taketsuru o de un Hibiki de treinta años que cuesta unos 115 euros la copa. Una solera menor a la que atesora este bar que conserva un muro de ladrillos centenarios de la antigua estación de tren de Tokio en la que se encuentra. Poso viajero al que se suma el detalle de que las sillas están alrededor de mesas que son grandes y antiguas maletas. También hay sofás tipo chester en los que los clientes toman asiento para beber y trastear con el móvil en silencio.

Más festivo es el Masq, en un sótano en la zona comercial de Ginza, en el que su camarero jefe, Naoya Ohtake, dice que en Japón más que cultura de bar, lo que hay es cultura de izakayas, animadas tabernas en las que se come y se bebe a precios económicos. A pesar de los más de cien años que han pasado desde que el alemán Louis Eppinger, procedente de San Francisco, desembarcara en la vecina y portuaria Yokohama e ideara el cóctel Bamboo a base de combinar fino, vermut seco y un golpe de amargo de naranja, mientras trabajaba como gerente del Grand Hotel de esa ciudad. Louis Eppinger está considerado el padre de la coctelería japonesa. Coctelería que Naoya Ohtake trata de acercar a su clientela; en la que los jóvenes piden lo que han visto en Instagram y los adultos lo hacen ajenos a la moda.

En un sótano también están los bares Cask Strength y Vodka Tonic. El primero se encuentra en Roppongi, una zona comercial en la que hay muchas oficinas internacionales en sus rascacielos. Sin embargo, dice Shin Ito, detrás de la barra de este bar, que parece una bodega, que son muy pocos los extranjeros que entran. Kazataka Yamada, del Vodka Tonic, un bar de estilo inglés, asegura que le gusta beber, pero que disfruta más hablando con los clientes. Clientes en su mayoría fijos y locales, entre los que cuenta a los extranjeros que llevan mucho tiempo viviendo en Tokio. Aquí se bebe, sobre todo, vino y whisky. El trago más caro que tiene es una botella de whisky Macallan de 1950 y que cuesta 1.500 euros la copa. Un precio acorde a la zona en la que se encuentra, un rincón tranquilo del comercial y exclusivo barrio de Omotesando.

Nada que ver con el popular de Omori, en el que se encuentra el bar Tenderly; en la segunda planta de un estrecho edificio que desde la calle es fácil de localizar gracias al letrero luminoso que hay en el centro de un gran ventanal. En el bar la que sirve y explica el trago, cuando el cliente lo pregunta, es Yuko Miyazaki. Propietaria que lleva algo más de dos décadas atendiendo en el Tenderly, vestida como sus homólogos, con chaleco, camisa, corbata y varios broches. Una pionera en el oficio a la que sus clientes hace tiempo que dejaron de extrañarse al verla servir sus tragos. Tragos de la vieja escuela porque en este lugar lo que se estila es la ortodoxia. Whisky y ginebra es lo que consumen los hombres, cócteles de frutas es lo que suelen pedir las mujeres, quienes varían más que los hombres y que empiezan a frecuentar los bares solas. La señora Yuko Miyazaki cuenta que el aspecto al que más atención prestó a la hora de decorar el bar fue el de la comodidad. La altura de la barra la modificó varias veces hasta dar con la perfecta para que cliente y copa estén en sintonía.

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