Guía de Tokio para modernos
La capital japonesa esconde rincones deliciosos y tranquilos a pocos minutos de sus puntos más turísticos, como Daikanyama y Harajuku
En una primera visita a Tokio, un coloso urbano que alberga solo en su almendra central una población de 13,6 millones de personas, uno no espera oír el canto nocturno de los grillos lejos de los jardines del palacio imperial o de las extraordinarias zonas verdes que abrazan sus templos. Los atractivos más evidentes de una capital basada en el asfalto, las multitudes, los neones y los altos edificios parecen incompatibles con la exploración tranquila, pero la sensación desaparece cuando el viajero se adentra en zonas que, como el distrito de Daikanyama (15 minutos andando desde el populoso cruce de Shibuya), solo figuran en recomendaciones para público local interesado en tendencias.
En el corazón del barrio se levanta, como símbolo de los placeres sosegados, Daikanyama T-Site, un complejo de tres edificios hechos a medida para la cadena de librerías Tsutaya por el estudio Klein Dytham. Tan a la medida que las fachadas están formadas por una red infinita de letras T tejidas entre sí. Dentro, en distintas plantas y alas, una abrumadora oferta de libros, música, cine, revistas, joyas bibliográficas, arte asequible y espacios públicos para el disfrute individual ante las páginas, las pantallas o el entorno que las grandes cristaleras dejan a la vista. De noche, la iluminación y la cuidada distribución de espacios de restauración (Ivy Place o Anjin Lounge) convierten el lugar en un oasis urbano imbatible.
A pocos minutos a pie, el espacio Log Road ofrece una combinación similar de diseño, espacios verdes y hedonismo consumista que es mejor visitar en horario comercial. La reutilización como zona de paseo y compras de un tramo de antiguas vías de la línea Tokyo Toyoko, una de las operadoras que surcan la geografía descomunal de la ciudad, se aproxima conceptualmente (que no en tamaño) al High Line neoyorquino, con un fondo vegetal distinto para cada estación del año. Una fábrica de cerveza artesana con decoración industrial y servicio de restaurante (Spring Valley Brewery Tokyo) pone el contrapunto hipster en una zona trufada de locales con encanto en la que conviven glamurosas tiendas de ropa con, por ejemplo, una de las tartas de manzana más aplaudidas de la ciudad, la de Matsunosuke NY.
Como ocurre en otros barrios molones de capitales occidentales, la devoción por el buen café es también aquí un rasgo distintivo de muchos locales. Sin salir de Daikanyama, Tokyo Kenkyo ofrece además desayunos soberbios y cuidadosamente preparados en un local perfecto para instagramers. Y, si de café se trata, merece la pena acercarse a Harajuku (a una sola parada de metro de Shibuya), prestar la atención justa a los atractivos más publicitados del barrio sobre compras frikis y fauna urbana, y encaramarse a la sede vertical del Streamer Coffee, un templo metálico de tres plantas con forma de contenedor marítimo en el que probablemente sirvan uno de los mejores cafés que el viajero haya probado jamás. La floreada superficie de un latte obra del gurú Hiroshi Sawada, dueño de la marca y experto de fama mundial, es el símbolo de una cadena emergente que ya ha puesto un pie en EE UU.
Además de un espacio fijo en las guías sobre peculiaridades tokiotas, el barrio de Harajuku tiene una esquina noreste menos concurrida poblada por tiendas y locales de ambientes alternativos como Deus ex Machina, una concept store multinacional basada en la adoración del surf y de las motos, de sus accesorios y del picoteo con vistas a la calle.
Compra de vinilos
Establecimientos con filosofía similar (las concept stores) han hecho fortuna en medio mundo como contenedores de objetos de consumo, pero también de experiencias asociadas al estilo de vida y la cultura contemporánea. A media hora en metro, en el distinguido distrito de Ginza, el sótano de la sede de Sony aloja una de las referencias de la ciudad en esta categoría: The Park Ing, dos sótanos despojados de moqueta y metacrilato en los que comprar vinilos, ropa, bolsos, tablas de skate o utensilios vintage.
Un paseo de 10 minutos separa el hormigón del antiguo aparcamiento de Sony de una experiencia arraigada en otro extremo cultural: el descubrimiento del vasto universo del té verde japonés, sus cuatro clases (encabezadas por el matcha) y el delicado ceremonial que lo acompaña. Ippodo, una marca de 300 años de antigüedad, reúne en su local de la calle Marunouchi todo lo necesario para la fascinación (merece la pena el precio).
Guía
Iberia y Japan Airlines operan un vuelo conjunto sin escalas entre Madrid y Tokio a partir de 548 euros, ida y vuelta.
Al oeste de Shibuya, a unos 20 minutos en transporte público, está otra de las atracciones obligatorias del Tokio de los pequeños Tokios: el barrio de Shimokitazawa, o Shimokita, un entorno de calles peatonales y casas bajas en el que tiendas de segunda mano se alternan con pequeños comercios, cafeterías y locales de música en vivo destinados al público joven. Y peluquerías, muchísimas peluquerías que, como en otras zonas de esparcimiento juvenil de la ciudad, velan por los estándares estéticos de una cultura entregada a los detalles. Antes de volver a casa, una última parada en Ballon d’Essai para saborear su mítico latte mientras rompe a cantar el primer grillo de la noche.
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