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Belleza tímida en la dehesa

Jerez de los Caballeros, un seductor pueblo extremeño

Vista parcial de Jerez de los Caballeros, en Extremadura.
Vista parcial de Jerez de los Caballeros, en Extremadura.Carlos Sánchez /getty

La primera vez que visité la parte meridional de Extremadura fue hace 25 años, cuando todavía era tierra incógnita. La imagen que tenía estaba condicionada por Los santos inocentes: dehesas ondulantes, encinas y alcornoques, cortijos majestuosos, latifundistas frente a jornaleros pobres. Por aquel entonces desconocía que la película se había rodado a tiro de piedra de Jerez de los Caballeros (Badajoz). Tampoco podía imaginarme que algún día escribiría una novela negra que se traduciría al español bajo el titulo de Heridas abiertas, sobre el mundo de las dehesas y los cerdos ibéricos, y que se desarrolla en esta pequeña villa histórica de 10.000 habitantes, situada sobre una colina, donde por la noche destacan las torres de las iglesias iluminadas, como en un cuento de hadas. Los tiempos de Los santos inocentes como los describió Delibes ya son pasado, y aun así hay cosas que apenas han cambiado, porque Jerez de los Caballeros es Extremadura pura, dehesas sin fin.

A ese carácter rural se le añadió de golpe una nueva dimensión cuando a mediados de los años noventa se estableció una siderúrgica en el municipio. La acerera trajo empleo y bienestar, pero la veloz industrialización también dejó secuelas: comerciantes que cerraron sus negocios para ir a trabajar a la fábrica, jóvenes que abandonaron los estudios por la perspectiva de un trabajo seguro y bien pagado. Hasta que estalló la crisis. La fundición está alejada del casco urbano, es invisible, aunque se palpa su influencia, en los tiempos buenos y en los malos. La crisis del sector del metal fue un duro golpe. Las torres de las iglesias ya rara vez se iluminaban. La cruda realidad ensombreció el ilustre pasado.

Interior de la Casa Vasco Núñez de Balboa, en Jerez de los Caballeros.
Interior de la Casa Vasco Núñez de Balboa, en Jerez de los Caballeros.Fernando Alda/AGE

Noche de pesca

Jerez de los Caballeros rezuma historia: lugar de nacimiento de Núñez de Balboa, villa de templarios. Conventos y palacios del siglo XV. Cuatro iglesias magníficas. La Alcazaba. Callejones con edificios históricos. Un puente romano monumental, por desgracia poco conocido, sobre el río Ardila. Y, por supuesto, el hecho de que se mantienen las fiestas y tradiciones que son parte integral del pueblo, como la Semana Santa o la pesca nocturna en el embalse de la Charca de la Albuera, que este año ya cumple 298 años. En verano cada barrio tiene su propia velá y se celebra el Festival Templario. Y por último, pero no menos importante, a comienzos de mayo está el Salón del Jamón Ibérico, que en esas fechas se come a manos llenas. Porque quien dice Jerez de los Caballeros dice jamón ibérico de bellota.

Jerez come de la dehesa según lo que le ofrezca la temporada: espárragos, gurumelos, criadillas de tierra, setas, caracoles, berros, tagarninas, castañas y hasta bellota, igual que hiciera Don Quijote. Productos de caza y pesca. Se siguen organizando las matanzas tradicionales, en las que toda la familia colabora para hacer el chorizo y el salchichón. Y la rifa sigue siendo un ritual cotidiano, aunque ya no se rife un cerdo vivo, sino espárragos, gurumelos u otras setas.

Javier Belloso

Lo que hace de Jerez algo especial es la combinación de lo histórico, lo industrial, lo rural y lo tradicional. Lo más característico son las tradiciones. Si la abuela echaba tres hojas de laurel en el cocido, entonces es que de ninguna manera hay que echar cuatro. Antes de Semana Santa no se llevan pantalones cortos, aunque las temperaturas sean tropicales. Como si existiera un manual no escrito que solo los jerezanos conocieran.

Y hablando de manuales: que nadie se espere un listado con lugares para comer y beber a la última. Jerez simplemente es una pequeña población para sumergirse en ella, empezando por la plaza de España para ir a perderse por las callejuelas. Descubriendo uno mismo un bar o una taberna, pastelerías u otro tipo de pequeños comercios, para disfrutar de los productos regionales, de las vistas desde la Alcazaba y el parque de Santa Lucía. La gente es de lo más amable y hospitalaria.

Águilas y cigüeñas

Hay que ir a descubrir la zona alrededor de la calle del Portillo y la plaza de los Mártires, o bajar al barrio de Santa Catalina y deambular por las estrechas calles pintorescas. Quizá despierte recuerdos del pasado de uno mismo, cuando aún existía la cohesión social y los vecinos se ayudaban entre ellos, barrían sus aceras y repasaban sus achaques en la tienda de la esquina. Aquí eso no ha cambiado. Atrévase a salir al campo para pasear por las hermosísimas dehesas, con su ecosistema único, donde sobrevuelan águilas, cigüeñas y buitres.

Guía

Cómo ir

Información

Jerez de los Caballeros (unos 9.600 habitantes) se encuentra a 75 kilómetros al sur de Badajoz y a 38 kilómetros de Zafra.

Casa Vasco Núñez de Balboa.
Oficina de turismo de Jerez de los Caballeros (+34 924 73 03 72).
Turismo de Badajoz.

¿Por qué estando en Jerez de los Caballeros te embarga la sensación de dar un paso atrás en el tiempo? Sin duda, que la gente se aferre a sus costumbres ha contribuido a ello. Pero también el hecho de que esta población esté escondida en el suroeste de Extremadura, cerca de Portugal, y de que no haya una autovía cerca, por lo que nadie pasa por aquí por casualidad. Jerez merece un reconocimiento, sobre todo por parte de los propios jerezanos, que no siempre son conscientes de la belleza de su villa, rodeada de esas extraordinarias dehesas. Se entiende en el caso de muchos mayores, porque les traen recuerdos de tiempos de aguda pobreza, mientras las generaciones más jóvenes no las ven más que como simple campo, un lugar para ir a merendar el fin de semana.

Por suerte, las espadañas se han vuelto a iluminar con más frecuencia últimamente. ¿Será una señal de que lo peor de la crisis ya pasó? Esperémoslo.

Jerez es auténtica, no una pequeña villa tuneada como tantas otras, sino un enclave especial, y justo por eso me gusta tanto estar aquí. Pero sí podría tener un poco más de confianza en sí misma, algo más de orgullo local. Quizá esa humildad sea parte de la herencia del pasado, de los santos inocentes.

Ellen Gerretzen, escritora holandesa de novela negra, es autora de Heridas abiertas (Tau Editores, 2015). Traducción del libro y de este artículo: Rafael Lechner.

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