Marisa Paredes y Lluís Pasqual: Energía de colores
Le ha conseguido una cita que ella no debe perderse. Ella lo ve llegar al Café Gijón como a un rey mago civil, vestido como un intelectual del París de entreguerras. Ella ya se ha despojado de su propio disfraz, se toma un rooibos, y lo invita. Hay en los dos una complicidad como de antiguos enamorados, pero sus enamoramientos son los que se producen en dos que han caído rendidos a sus respectivos talentos. Se conocieron cuando eran jovencísimos, en Barcelona. Él veía La estrella de Sevilla, ella parecía un ciclón en el escenario, un aire fresco nuevo que no había visto nunca. Cuando él dice eso, ya su cara desprovista de la máscara blanca, ya es Lluís Pasqual hablando de teatro, y ella, Marisa Paredes, feliz de encontrarle y de escucharle, exclama como si oyera eso del ciclón por primera vez:
—¡Ah, eso es lo que más puede gustar, era lo que yo quería!
Desde entonces no cejó la relación. Luego hicieron juntos Comedia sin título, él como director, ella como actriz lorquiana, y siguieron, por la vía de Shakespeare haciendo Hamlet… Ella guarda la primera carta que él le mandó para pedirle que fueran de la mano en proyectos futuros. La ambición de Marisa era “ser distinta y moderna, con el alma puesta en los sentimientos, de ahí venía mi proceso creativo. Cuando empecé a trabajar con Lluís fue como si nos conociéramos de toda la vida. Pero, claro, siempre había un tercero que nos juntaba, y aquella primera vez fue Lorca, en quien los dos creíamos y queríamos con toda el alma”.
“Evidentemente”, dice Marisa, el rooibos enfriándose en sus manos, “teníamos que querernos nosotros, no había otra manera, y así surgió la energía”. “Es”, dice Lluís, “una energía de colores muy determinados… Los actores son como instrumentos. Incluso en dos violines Stradivarius los respectivos sonidos son distintos, y en Marisa yo veía un instrumento nuevo, maravilloso, una energía convincente, un ciclón”. Y el tercero fue Lorca, una materia que junta espíritus. ¿Qué vio Marisa en él como mano de Lorca? “¡Total, nada! Federico lo tiene todo, el arte, el sexo, la poesía, la gracia, el compromiso, la verdad, la alegría, el teatro. ¡Federico es todo!”. Lluís, que publicó una crónica de su vida en su libro De la mano de Federico, concluye los sustantivos: “¡Es la vida, la belleza!”. El dúo, pues, es un terceto, al que Lorca le ha dado los cinco sentidos. Dice Marisa: “Había hecho mucho teatro, pero nunca había hecho nada de Lorca, era una espinita que tenía clavada en el corazón… Al margen de la horrible tragedia de su asesinato, que cercenó el porvenir de su talento, ese duende está ahí y lo estará eternamente. Lluís fue el intermediario o el artífice de mi encuentro por fin con Lorca. ¡Tenía que ser!”.
Los rooibos están fríos, ellos hablan como si fueran un dúo de pianistas interpretando la música de Lorca. “Los amigos”, dice Lluís, “unen mucho, y, como digo en mi libro, uno puede decidir, entre los amigos, aquellos que están vivos o están muertos. Por ejemplo, yo puedo ser muy amigo de Velázquez…” (tercia Marisa, bromeando, “¡ah, yo lo conozco!”) “… y de Shakespeare, ¡y de Jaime Gil de Biedma! Le pedí a Jaime, cuando hacíamos El sueño de una noche de verano, que nos tradujera los últimos 10 minutos de Titania, fue su último texto antes de morir. Imagínate: Lorca, Jaime, eso tenía que salir bien”. “Y fue una joya”, prolonga Marisa el entusiasmo del dúo, que sigue hablando como si la energía aun estuviera intacta, y subiendo como una espuma infinita entre las paredes calladas del café.
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