El último ‘cowboy’ del barrio de moda de México
Un terremoto. Una pandemia. La gentrificación de la colonia Roma. ¿Cuántas plagas más se necesitan para que un hombre de 80 años cierre la peluquería que heredó de su padre en Ciudad de México? La respuesta solo la tiene Manuel Ibarra
Don Manuel lleva puestos dos cinturones. El primero sirve para lo de siempre: sujetar el pantalón. El segundo, atado a la altura del ombligo, lo usa como faja desde que le dio una hernia de tanto subir y bajar la reja metálica de su peluquería. El cinturón-faja además no solo le protege las lumbares: hay gente que al verlo, ancho y de cuero marrón, piensa que lleva colgada una pistola. Aunque la verdad es que en la peluquería no hay armas, salvo las navajas de afeitar y un hacha de su época de alpinista. También hay una biblia, un buda en miniatura y una estampita de la Virgen de Guadalupe a la que reza todas las mañanas para que le dejen seguir trabajando.
Don Manuel cumplió la semana pasada 80 años, pero su peluquería Ibarra tiene casi un siglo. Es un pequeño local que heredó de su padre y que resiste los planes de cambio en la colonia Roma, uno de los barrios de moda de Ciudad de México. Manuel Ibarra es el último cowboy plantado entre los carriles de la locomotora hipster.
Uno de los que han pensado alguna vez que el peluquero iba a desenfundar la pistola del cinto es el nuevo propietario del edificio. “Viene a veces por aquí a insultarme. Yo le digo que vayamos a la calle, pero se escapa diciendo esas mamadas de que le voy a disparar”, cuenta escondiendo sus ojillos azules entre unas frondosas cejas, a juego con la barba y una melena blanca a lo Valle-Inclán criollo. Hace tres años, la antigua dueña traspasó a una agencia la casona donde está el local, de unos 20 metros cuadrados. De repente, la renta subió el doble, hasta los 500 euros. No puede pagar y está pendiente de un juez.
Cuando empezó, con 15 años, a ayudar a su padre en la peluquería aún había escupideras en las esquinas para que los clientes se sintieran a gusto mientras fumaban sus habanos. Hoy todavía queda alguna herrería o zapatería antigua en la Roma, pero los nuevos vecinos son una panadería artesanal, una tienda de cómics de culto europeos y un bar de desayunos japoneses y vinos naturales a nueve euros la copa, el doble que un corte de pelo en Ibarra.
El peluquero ha tenido que ir vendiendo parte del mobiliario para pagar la renta. Las vaporeras donde se calentaban las toallas o dos de las tres butacas originales, de 1936. Desde que murió su tío —del que aprendió el truco de poner agua oxigenada tras el afeitado para que no sangre— y después su padre, hace ya más de 20 años, se ha quedado solo. Entra tan poco dinero que en este tiempo no ha podido contratar a ningún ayudante. La gentrificación, el potente terremoto de 2017 y ahora la pandemia han ido menguando su clientela: “Algunos dejaron de venir. Otros se murieron o se mudaron de colonia”, explica.
La cruzada de Manuel Ibarra ha despertado la solidaridad de algunos vecinos jóvenes. Por su cumpleaños, una heladería del barrio le regaló 100 paletas para que las vendiera en su local. “Cuando ves que a los jóvenes les importa esto, se siente bonito. Dices: ‘Qué suave, ¿no?”.
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