Detrás de las mascarillas, quiénes son los que hacen que funcione este hospital de campaña
Conozca a los limpiadores, fontaneros y terapeutas que trabajan en el centro médico de campaña de Nasrec, en Gauteng (Sudáfrica), y descubra qué se hace con los periódicos, la comida y el equipo médico utilizados
La enfermera Nosipho Khanyile saca una abultada bolsa de plástico de su taquilla en el vestuario de mujeres del hospital rural de Nasrec, en Johanesburgo (Sudáfrica), para enfermos de covid-19. El paquete contiene los componentes de su equipo de protección individual (EPI): delantales, guantes, un escudo facial y mascarillas. Cada mañana, ella y sus compañeras reciben dos EPI, de manera que después de comer puedan cambiárselo.
Khanyile se prepara para entrar en la "zona roja", donde se atiende a los enfermos de coronavirus. Nasrec está dividido en tres zonas, cada una con su código de color: roja para personas que han contraído el SARS-CoV-2, el virus causante de la covid-19; amarillo para posibles infectados; y verde para los que están fuera de peligro.
La instalación se creó en preparación para el momento álgido de la pandemia en Gauteng, durante el cual se preveía que el número de enfermos superase al de camas disponibles, con el fin aliviar la presión sobre los hospitales de la provincia. Nasrec es también uno de los más de 400 centros públicos del país en los que es posible ponerse en cuarentena de manera gratuita si se piensa que se ha estado expuesto al nuevo coronavirus. En julio, solo una tercera parte de esas instalaciones estaba en uso. Los datos del Gobierno muestran que, a lo largo de las tres últimas semanas, los casos activos de covid-19 en Gauteng han ido en descenso (en un contexto nacional de 660.000 infectados y casi 16.000 muertos, a 20 de septiembre).
Los internos de Nasrec no están tan graves como para necesitar respiradores, pero a algunos se les administra oxígeno a través de un tubo nasal. Aun así, el riesgo de contagiarse de los pacientes de la zona roja es muy alto. Por eso, Khanyile cuida de ponerse el equipo correctamente. El proceso dura unos 10 minutos.
En abril, el Centro de Investigación en Ciencias Humanas (HSRC, por sus siglas en inglés) realizó una encuesta a 7.607 trabajadores sanitarios de Sudáfrica a fin de obtener respuesta a una serie de preguntas, entre ellas cómo veían su trabajo en primera línea, que sabían del virus, y qué formación habían recibido sobre la forma de propagación del SARS-CoV-2.
De todos los entrevistados, las enfermeras como Khanyile eran las que más temían contagiarse y, posiblemente, transmitir la enfermedad a su familia. La mayoría de participantes en la encuesta —casi un tercio— pertenecían a esta categoría de trabajadores, y no les faltaban motivos para estar preocupados.
Los datos del Departamento de Salud muestran que las enfermeras son las que corren mayor riesgo de contraer el coronavirus. Hasta el 4 de agosto, representaban más de la mitad de los 27.360 casos de covid-19 registrados entre el personal sanitario, y la mayoría (80%) eran trabajadoras del sector público. Hasta principios de ese mismo mes, el virus había acabado con la vida de 240 sanitarios.
Justo al lado, en el vestuario de hombres, Kutlwano Molele también se prepara para entrar en la zona roja. Lleva un par de años trabajando como limpiador en Nasrec, pero ahora el hospital es muy diferente.
Para empezar, en la sala de actos reina un silencio mortal, salvo por la música que suena a través del sistema de altavoces. El contraste con las presentaciones y conferencias que solían tener lugar aquí es enorme. El monorraíl amarillo que antes se deslizaba por encima de las cabezas de los peatones transportando a los delegados de un recinto a otro lleva meses parado.
Y lo que antes era una zona de restauración al aire libre repleta de gente haciendo cola para comer es ahora un patio casi desierto para que los pacientes de covid-19 tomen un poco el aire en asientos bien separados entre sí. La zona está vallada, y alrededor de la valla hay puntos rojos, amarillos y verdes pintados en el suelo que indican al personal que se está acercando a un espacio en el que se puede contraer el virus.
Este sistema de tres niveles se ha aplicado en muchos hospitales de Sudáfrica como medida de control de los contagios. En países del sudeste de Asia, como Taiwán, ha demostrado ser una herramienta que salva vidas. Esa parte del mundo sufrió con fuerza el impacto de otros brotes de enfermedades respiratorias, como el síndrome respiratorio agudo grave (SARS), causado por el coronavirus SARS-CoV, en 2002, y el del virus H1N1, también conocido como gripe porcina, en 2009.
Según un estudio publicado en 2011 en el Journal of Hospital Infection, 18 hospitales taiwaneses adoptaron este sistema. Los investigadores hicieron un seguimiento de los centros durante tres semanas en pleno pico de la epidemia, y encontraron que ningún trabajador sanitario y solo dos pacientes contrajeron el virus causante del SARS en el hospital. Por el contrario, en los 33 hospitales estudiados que no aplicaron el código de colores, 115 trabajadores y 203 pacientes se contagiaron en las instalaciones.
Pero volvamos a Nasrec. Molele jamás se imaginó que iba a estar trabajando en un hospital de campo durante una pandemia. "Tengo la sensación de que estoy ayudando a salvar a mi país. Represento a Sudáfrica. Es la mejor experiencia de mi vida", declara.
Vistiéndose junto a Molele está Moricio Silimone. Es fontanero y también se dirige a la zona roja para comprobar el sistema de desagües, duchas e inodoros instalados en las salas de conferencias de Nasrec, ahora readaptadas.
Silimone piensa que asegurarse de que el hospital funciona correctamente es una manera de cuidar a los sudafricanos enfermos de covid- 19, y también a las personas más próximas a él. "Trabajando aquí siento que somos una especie de héroes. Mi familia o yo mismo podríamos necesitar venir a este hospital".
En el exterior del edificio, unas enormes turbinas aspiran el aire de los pabellones donde se encuentran los enfermos de covid-19 y lo expulsan al exterior. Las tuberías funcionan como los pulmones del centro, y garantizan que las salas estén adecuadamente ventiladas. El aire expelido a tres metros del suelo por los relucientes cilindros está limpio, aclaraba Vis Naidoo, gerente de las instalaciones, durante nuestra visita al hospital en julio.
Naidoo lo explicaba así: "El aire del interior pasa a través de un filtro al salir y al volver a entrar". Fuera de la vista, a la derecha de las tuberías, hay dos imponentes cilindros llenos de oxígeno medicinal. Al otro lado del edificio hay otros dos. Naidoo afirma que, en total, permiten que el hospital se abastezca durante siete días.
En la zona roja, la fisioterapeuta Sarah Whitehead enseña a una enferma de covid-19 unos ejercicios sencillos que le ayudarán a recuperarse.
Los afectados por el virus pueden tardar semanas en curarse del todo, notar que sus músculos se han debilitado, o sufrir daños pulmonares e incluso delirio y problemas mentales. Según un informe conjunto de la Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), todo ello es consecuencia, al menos en parte, y sobre todo entre los enfermos de más edad, de largos periodos de permanencia en la cama en estado crítico o conectados a un respirador.
El centro de investigación estadounidense Clínica Mayo considera que todas estas afecciones forman parte del llamado "síndrome pos cuidados intensivos". Aquí es donde Whitehead entra en escena. El informe de la OMS explica que la rehabilitación física puede ayudar a preparar a los pacientes para el alta y evitar que, una vez en casa, su estado se deteriore y tengan que volver a ser internados. Normalmente, la paciente de Whitehead, Bongiwe Tshabalala, se dedica a cuidar a los demás como enfermera de traumatología en el hospital Chris Hani Baragwanath.
"Nunca tuve miedo. Me extraña haberme puesto tan enferma. Mis compañeras no han estado tan mal", explica. Tshabalala está deseando ponerse mejor para poder volver a trabajar. "Ahora lo único que tengo que hacer es ponerme bien para poder ayudar a otros enfermos. La gente no tiene que tener miedo de la covid-19".
Trinity Ncube es una terapeuta ocupacional voluntaria de Nasrec. Ayuda a Rebecca Senzani a recuperar algunas de las actividades cotidianas que, tras haber estado enferma de covid, se le han hecho más difíciles. Hoy, Ncube ayuda a Senzani a peinarse. Al terminar un turno en la zona roja, el personal tiene que quitarse el equipo de protección individual —"desnudarse"— en una zona especial de descontaminación antes de poder volver a casa.
El único elemento de su elaborada vestimenta protectora que les está permitido llevarse es el escudo facial, que se puede desinfectar y reutilizar, explica Khanyile.
Naidoo informa de que todo lo que se desecha en las instalaciones, ya sean mascarillas, delantales, comida o hasta los periódicos retirados de las salas de espera, se considera residuos médicos y se tira a un contenedor marcado que hay en el exterior del edificio, a la espera de que se lo lleven.
Naidoo, gerente del hospital, lleva dos décadas trabajando para el Departamento de Salud de Sudáfrica, y no ha habido día que no llevase corbata.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés por Bhekisisa, publicación sudafricana especializada en salud global. Se puede consultar la newsletter Bhekisisa Centre for Health Journalism aquí
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