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El caso más difícil de Éric Dupond-Moretti

Silvia Ayuso

La designación del abogado estrella de Francia como nuevo ministro de Justicia ha provocado una catarata de estupor e indignación.

Dupond-Moretti llega en julio a su primera reunión de Gobierno en el palacio del Elíseo, en París.
Dupond-Moretti llega en julio a su primera reunión de Gobierno en el palacio del Elíseo, en París.Ludovic Marin (AFP)

Pocos desafíos asustan a Éric ­Dupond-Moretti, el nuevo ministro de Justicia de Francia. Antes de cambiar, inesperadamente, su amada toga por traje y corbata como garde des sceaux (el guardián de los sellos, el nombre oficial del cargo), el abogado penalista “más conocido de Francia” defendió a algunos de los hombres más poderosos del país —políticos, empresarios, deportistas—, pero también a terroristas o líderes del crimen organizado. Siempre casos difíciles y muy mediatizados, como el del futbolista Karim Benzema o el del bróker Jérôme Kerviel, en los que él era un protagonista más. Tanto le gustan los focos que hasta ha hecho sus pinitos en el cine. Incluso se subió a un escenario para interpretar, en directo en una sala abarrotada, un monólogo, À la barre (en el estrado), en el que este hombre de 59 años hecho a sí mismo, hijo de una limpiadora italiana y huérfano de padre obrero desde niño, hablaba sobre su vida, su carrera y su manera de entender la abogacía.

Su nuevo papel, sin embargo, ha causado asombro —y malestar— entre sus antiguos compañeros de tribunales y hasta en las filas del macronismo. ¿Dupond-Moretti?, repetían, incrédulos, cuando el Elíseo dio a conocer la composición del nuevo Gobierno y el elevado puesto reservado a este abogado con fama de bronco (El ogro del norte, La bestia negra o El bocazas de la justicia son algunos de sus apodos). La brusquedad puede ser efectiva ante un tribunal, pero no necesariamente en los sutiles pasillos del poder.

El de ministro era un papel del que Dupond-Moretti había abjurado. “Nadie tendrá jamás esa idea necia, descabellada, inverosímil. Y yo, francamente, no aceptaría jamás algo así. Hay que tragar sapos para hacer política. Y, empezando por estar de acuerdo con todos los colegas del Gobierno al que se pertenece, hay que comerse el sombrero de vez en cuando”, decía hace dos años. Ya ha empezado a masticar. “El presidente me lo pidió porque soy Éric Dupond-Moretti y yo acepté porque me lo pidió el presidente”, se justificó en una reciente entrevista sobre su nombramiento. Una decisión que algunos analistas vinculan a 2022. El presidente, Emmanuel Macron, buscaría un antídoto ante un posible rival populista en las elecciones presidenciales. Un papel que cumple un Dupond-Moretti mediático hasta la médula, capaz de ser recibido como una estrella hasta por presos, quienes en una de sus primeras visitas como ministro lo saludaron gritando “¡Acquittator, Acquittator!”, otro de sus apodos, que juega con la película Terminator y acquittement (absolución) por su fama de lograr sacar de los peores aprietos a sus defendidos: en sus 36 años de carrera, ha logrado 145 absoluciones.

Pero un currículo así no se construye sin dejar enemigos en el camino, menos aún si no se tienen pelos en la lengua. Y Dupont-Moretti no los tiene. Un fiscal ya ha dimitido porque no quiere “trabajar bajo la autoridad de Dupond-Moretti”, dijo al diario Le Monde. Un sindicato de jueces calificó su nombramiento de “declaración de guerra”. También lo han sentido así las feministas, indignadas por la trivialización que Dupond-Moretti ha hecho del movimiento MeToo. A las críticas, el abogado que siempre fue y siempre será Dupond-Moretti responde apelando a la para él sacrosanta presunción de inocencia. “Júzguenme por lo que haya hecho, cuando lo haga”, repite sin descanso.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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