¿Qué necesita exactamente una casa para convertirse en un hogar?
Juegos de espejos, celdas, iglúes y calles vacías que recuerdan poderosamente a lo que hemos visto en los últimos meses centran la exposición del IVAM '¿Cuál es nuestro hogar?', que cuestiona, precisamente, el concepto de casa tal y como lo conocemos
Posiblemente nunca habíamos cuestionado tanto nuestros hogares como ahora. Las largas semanas de confinamiento han servido, entre otras cosas, para que hayamos contemplado con ojos más críticos unos hábitats privados que, con sus virtudes y sus defectos, antes simplemente dábamos por hecho. Así, han emergido de forma más flagrante sus principales carencias. Y al mismo tiempo se ha multiplicado el impacto de brechas que ya existían, como la que separa a los habitantes de viviendas amplias, cómodas y bien acondicionadas de quienes se ven obligados a desarrollar su plano personal (y ahora también el profesional) en entornos más precarios.
“Al verlas recuerdo cuando, hace unas semanas, todavía me asomaba al balcón de mi casa y veía las calles desiertas, en un silencio solo roto por el sonido de las ambulancias”
La exposición “¿Cuál es nuestro hogar?” (del 16 de julio de 2020 al 31 de enero de 2021 en el IVAM de Valencia, que la ha organizado junto con el MAXXI de Roma) se concibió mucho antes de la crisis de la covid-19, pero resulta inevitable vincular con ella gran parte de su discurso, que adquiere así nuevas posibilidades de lectura. Un ejemplo representativo: las más de 150 fotos en blanco y negro del italiano Gabriele Basilico (Milán, 1944-2003) muestran ciudades vacías de figuras humanas, sumidas en un aura espectral que ahora nos resulta inesperadamente familiar.
“Al verlas recuerdo cuando, hace unas semanas, todavía me asomaba al balcón de mi casa y veía las calles desiertas, en un silencio solo roto por el sonido de las ambulancias”, recuerda José Miguel García Cortés, director del IVAM y comisario de la muestra. “Pero el confinamiento ha sido un horror para algunas personas, mientras que otras ni se habrán enterado. No ha sido igual para el que tiene una casa unifamiliar, amplia, soleada y con un jardín estupendo que para quien vive en un piso muy pequeño lleno de gente y casi sin luz. Así que, una vez más, la experiencia varía completamente según factores como la situación socioeconómica”.
Las fotos de Basilico conforman una instalación de entre la docena de piezas de importantes artistas internacionales que pueden verse en el IVAM. La más icónica quizá sea el Triple iglú del povera italiano Mario Merz, cuyas paredes de cristal acotan un espacio que es físico al mismo tiempo que mental. “Por su transparencia, aquí no es posible la privacidad”, resume García Cortés. “La pieza relaciona íntimamente el interior y el exterior. Por eso creo que puede ser buena metáfora de toda la exposición”. Porque el título de la muestra hace referencia a la vivienda, pero también a un lugar más abstracto que delimita toda nuestra identidad. Podría pensarse incluso que hay en ella un enfoque existencialista. Como explica García Cortés: “Cuestiones como: ¿Tenemos realmente un hogar, un lugar para nosotros? ¿Es, incluso, posible encontrarlo? Son preguntas que yo mismo me hago y que rezuman a lo largo del trayecto de la exposición”.
Por eso, muchas veces el espacio puede estar cargado de connotaciones negativas, incomodarnos hasta convertirse en una amenaza más que un refugio. Así ocurre en la pieza Model for tunnels, de Bruce Nauman, una estructura arquitectónica tan precaria e inestable que aparentemente podría derrumbarse sobre el visitante en cualquier momento. O en Infinite cell, de Alfredo Jaar, una celda inspirada en aquella donde el régimen fascista italiano encerró al filósofo Antonio Gramsci, que escribió allí sus Cartas de la cárcel. Hay en ella, sin embargo, un resquicio para la esperanza, ya que su interior está compuesto de grandes espejos que aluden a la capacidad de evadirnos a través del pensamiento, la imaginación y la creación: es decir, como en muchos casos ha ocurrido durante la cuarentena.
También hay obras, como For the Benefit of All the Races of Mankind de Kara Walker o Cultural Traffic: from the Global Border to the Border Neighbourhood, de Teddy Cruz, que hablan de las fronteras y los prejuicios que separan y limitan a los seres humanos al establecer espacios simbólicos que implican otro tipo de confinamientos aún por derribar. Por su parte, las fotos de Francis Alÿs retratan individuos que literalmente viven en las calles, con lo que han tenido que acomodar su privacidad al espacio público. La contemplación de esta paradoja nos llena de incomodidad. “Todas las obras tienen dobles o triples lecturas, y presentan espacios de libertad que lo son al mismo tiempo de recogimiento o de encierro”, concluye García Cortés.
Otras instalaciones corren a cargo de Richard Hamilton, John Voelcker y John McHale, Atelier Van Lieshout, William Kentridge e Ilya y Emilia Kabakov, cuya Where is our place?, basada en un perturbador juego de escalas y planos temporales, inspira el nombre de la exposición. Esa mínima –o quizá no tanto– alteración en el sentido de la pregunta que supone sustituir la palabra “lugar” por “hogar” nos recuerda que el hogar no es necesariamente un lugar físico, ni siquiera mental, sino también una comunidad de seres vivos. “Familia, grupo de personas emparentadas que viven juntas”, reza de hecho la tercera acepción del término según la RAE.
Quizá sea allí donde deberíamos empezar a buscar, si asumimos la afirmación que se hace en El mago de Oz, la novela de L. Frank Baum: “No hay lugar como el hogar”.
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