Súmete
Guardarás tu adorado disfraz de la Mujer Maravilla en el fondo del armario hasta que un día, tantos años después, rebuscarás en los cajones
Pequeña, dentro de unos pocos días estarás usando el disfraz de la Mujer Maravilla y papá pasará a tu lado y te dirá súmete. Hundirá un dedo en tu barriga y lo repetirá:
—Súmete.
Tú lo harás, eres obediente. Dentro de unos pocos días meterás panza y aguantarás la respiración cada vez que veas a papá. Serás como un perrito adiestrado en un laboratorio: papá, panza, papá, panza, papá, panza. Cada vez que estés frente a él —los próximos 30 años de tu vida y de la suya— te dará vergüenza generarle vergüenza con tu gordura y te sumirás. No dejarás de sumirte y tampoco de sentir que, si no tuvieras barriga, papá sí te querría con todo su corazón y no así, poco, mal.
El día en que mamá por primera vez —habrá muchas, muchísimas más— deje que sus amigas te rompan el corazón estarás usando el disfraz de la Mujer Maravilla porque te lo pones lunes y también martes y jueves y domingo.
Porque cuando te lo pones sientes que no estás disfrazada, sino que eres ella, la Mujer Maravilla, y te encanta esa sensación, la de ser capaz de todo: poderosa, fuerte, inderrocable. Porque cuando usas ese traje no estás en un barrio del sur de Guayaquil, sino a punto de abordar el avión invisible para irte a luchar por la justicia con tus amigos superhéroes.
Porque cuando estás vestida así te sientes perfecta.
“Mundo, apréndete mi nombre y mi cara, soy María Fernanda Ampuero, la fucking Mujer Maravilla”.
Ese día estarás llevando el traje que amas como a ti misma y escucharás a las amigas de mamá lamentándose de que teniendo esa cara seas así de gorda, y mamá no les sostendrá la mirada, callará, mirará al suelo avergonzadísima, como si hubiera una cucaracha en el té de alguna de ellas. Como si oliera a caca.
Como si tú olieras a caca.
Papá se avergüenza de tu barriga, mamá de tu cara linda echada a perder por tu gordura. Papá y mamá preferirían que fueras otra niña.
Al día siguiente tu hermano, que es gordo, te insultará llamándote gorda y no le dirás, como siempre, tú más. Aprenderás en un segundo que gordo y gorda no es lo mismo. Correrás al cuarto de mamá y papá, y te mirarás al espejo de cuerpo entero y ya no verás a la Mujer Maravilla, sino a un ser deforme, ridículo, caricaturesco.
¿A qué clase de idiota se le ocurre, pues, que una niña gorda pueda ser la Mujer Maravilla? Verás —y no dejarás de hacerlo en décadas— papada, muslos, panza donde antes veías fuerza, valentía, superpoderes.
El mundo por el que ibas a luchar, maravillita, te destruirá a conciencia.
Guardarás tu adorado disfraz de la Mujer Maravilla en el fondo del armario y no te lo volverás a poner nunca más hasta que un día, tantos años después mi niña que no puedes ni contarlos, rebuscarás en los cajones e irán apareciendo poco a poco la malla, la capa roja, el cintillo con estrellita, los brazaletes, las botas, el lazo mágico. Te los volverás a poner con miedo: llevas tantísimos años sumiendo la barriga, avergonzándote de tu peso, sintiéndote la antimujer, la antimaravilla.
Entonces, mi pequeña, te mirarás al espejo de cuerpo entero de tu cuarto propio y no verás en el reflejo a nadie más que a María Fernanda Ampuero, la fucking Mujer Maravilla.
La escritora María Fernando Ampuero es autora de Pelea de gallos (Páginas de Espuma).
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