Por qué hay personas que nunca admiten que están equivocadas
Mientras a muchos no les duelen prendas en reconocer un error, otros escurrirán el bulto a toda costa con tal de salir indemnes. La mayoría responde a este perfil
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Hay quienes se quedan tirados en Despeñaperros pensando que tienen suficiente combustible; personas que, por una mala previsión, llegan tarde a coger un avión; políticos que hacen ver que toman decisiones brillantes que luego se revelan nefastas para la comunidad… Algunos asumen sus errores honestamente, luego están los que inventan cualquier excusa con tal de evadir la responsabilidad. Cargar a otro o a la mala suerte con las culpas son sus salidas comunes. ¿Por qué no entienden que eso no le conviene a nadie? ¿Comprender su psicología ayuda a hacer que cambien de actitud?
Choca la resistencia a admitir equivocaciones, habida cuenta de la tolerancia que estas generan. Aquel que yerra y lo reconoce causa mejor impresión en los demás que aquel que no lo asume, como demostraron los psicólogos indios Avertano Nazareth y Suresh Kanekar en su estudio Effects of Admitting or Denying a Mistake (Efectos de admitir o negar un error), publicado allá por 1986. Y, por más que se reitere la frase, decir que aprendemos de los errores no es un tópico. Entonces, si los demás van a valorar positivamente la aceptación de un error, y esta ayudará a su responsable a no repetirlo, ¿por qué hay personas a quienes les cuesta confesarlos? ¿Cómo son dichas personas?
Apuntó Freud que la negación es un mecanismo de defensa ante realidades que amenazan el ego. Cuando cometemos errores, "debemos calmar la disonancia cognitiva que agita nuestros sentimientos de autoestima. Y, así, creamos ficciones que nos eximen de responsabilidad, restaurando nuestra creencia de que somos inteligentes, morales y correctos, una creencia que a menudo nos aboca a ser tontos, inmorales e incorrectos", sostienen las psicólogas Carol Tavris y Elliot Aronson en su libro de 2007 Mistakes Were Made, but Not by Me (Se cometieron errores, pero no por mi parte). Es decir: quienes se manejan en esos códigos, prefieren escurrir el bulto a quedar mal ante los otros porque eso dañaría su autoestima.
¿Pero por qué, si rectificar es de sabios? Entramos en el terreno de la inmadurez. "Son personas que tienen una personalidad frágil", sentencia José Elías, director del gabinete psicológico que lleva su nombre en Madrid. "Son aún muy infantiles y, claro, supone un ataque a su personalidad. Cuando se les atribuye un error, para ellos es como si les estuvieran atacando directamente". Cuando la persona que tienen enfrente les señala su desatino "se ven violentados y dirigen las culpas a los demás", añade. Porque si la primera reacción es negar la evidencia, la segunda es activar el ventilador.
Si llegan tarde al aeropuerto por haber calculado mal la duración del desplazamiento, echarán la culpa al tráfico. "No aceptan la responsabilidad, son incapaces de hacer frente a situaciones estresantes e intolerantes a la frustración", dice Elías. Algunos, internamente, admiten su gazapo, "pero de cara al exterior buscan fallos en los demás para justificar su propia debilidad". Otros, la inmensa mayoría según este especialista, prefieren vivir en su mundo imaginario de perfección. "Componen las situaciones a su medida para que no generen frustraciones. Niegan la realidad porque ellos tienen otra".
Esta actitud explicaría el fanatismo con que algunos defienden las decisiones de sus ídolos políticos, aunque se demuestren erróneas; "ser fanático es ser también inmaduro". Basta darse una vuelta por Twitter para constatarlo. "Los seguidores más radicales de un partido dirán que los suyos lo están haciendo muy bien, y que los otros lo hicieron mal. No aceptan los fallos ni siquiera cuando los cometen otras personas, fíjate hasta qué punto llega ese tipo de personalidad inmadura", señala el psicólogo.
Pero no todo es cuestión de madurez, otras variantes de los inmaduros son los fulleros, cuentistas y enredadores; aquellos que "no necesariamente valoran la verdad y la honestidad", apunta el psicólogo australiano Tim Sharp, fundador de The Happiness Institute. Otros dos tipos de personas pueden concurrir entre estos negacionistas del error. Unas serían las perfeccionistas, cuya "necesidad irracional de ser siempre perfectos gobierna su ego y sienten que sus errores son imperdonables", añade Sharp. Y las hipersociales, aquellas que viven por y para mantener su nutrido círculo de amigos y conocidos; esclavos de las relaciones públicas que temen que pasar por torpes les reste aprecios.
Cuando nos encontramos con alguno de estos ejemplares en la familia, entre nuestras amistades o en la oficina, ¿vale la pena intentar que deponga su tozuda actitud? Elías se inclina por llevarle la corriente en un primer momento. "Enfrentarse a ellos puede derivar en rechazo o incluso violencia", explica. Si existe un vínculo afectivo con esa persona y deseamos que cambie, poco a poco puede intentarse la transición. Es buena idea practicar en su presencia el refuerzo positivo en otros que sí aceptan los hechos, como proponía Rob Kamery, de la Universidad Nova Southeastern de Florida, en Estados Unidos, en un estudio de 2004. Cuanto más se convenza el sujeto de que hacerlo es una habilidad y produce emociones positivas, menos probable será que reincida en su comportamiento en el futuro.
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