Los ‘makers’, solidaridad artesanal contra la pandemia
La producción de material de protección sanitaria en 3D cobra auge.
La denominada comunidad maker existía antes de la covid-19, pero con la pandemia se ha convertido en un canal alternativo para proveer de material de protección a profesionales en los momentos álgidos de la crisis sanitaria. Hasta entonces, los fab labs —talleres de fabricación digital— eran uno de los pocos puntos de encuentro de este colectivo formado por miles de células independientes, unidas por las impresoras 3D. “El movimiento maker apuesta por la soberanía popular en la tecnología, es horizontal y anticapitalista”, apunta la valenciana Susana Monteagudo, dinamizadora cultural especializada en temas didácticos. Durante los primeros días del confinamiento supo que una serie de ingenieros de todo el mundo trabajaban en un respirador de patente compartida. Este podría fabricarse por cualquiera que contara con una impresora 3D, máquinas que tienen su versión más popular en el modelo de código abierto diseñado por Josef Prusa. A través de Telegram y WhatsApp (en concreto, del grupo Urge Impresión 3D, coordinado desde la Universidad Politécnica de Valencia por el profesor e investigador y promotor del Be Maker Festival, Manolo Martínez Torán), Monteagudo, al igual que miles de voluntarios más, se integró en una comunidad volcada en cooperar contra la pandemia. “Los coronavirusmakers estaban operando en diversas comunidades autónomas y en diferentes ciudades de cada una de ellas. Al principio intentaban crear mascarillas, pero, a falta de garantías sobre su seguridad, se optó por fabricar viseras protectoras”, explica.
Los makers tienen apoyo de empresas que les ceden instalaciones y material.
Bastaba con poseer una impresora 3D —máquinas hoy económicamente asequibles— y obtener en el mercado filamentos PLA, láminas transparentes de PVC y gomas textiles. Inicialmente, la mayoría de artesanos voluntarios pagaban el material de su bolsillo. Pero a medida que la iniciativa tuvo eco en las redes, fueron llegando también donativos de particulares. “Había una urgencia palpable de estos materiales. Una mujer que trabajaba en un hospital, que llevaba días sin poder ir a su casa y ver a sus hijos por temor a contagiarlos, me pidió llorando una visera. Los padres de muchos profesionales también contactaban para mostrar su gratitud al ver que proveíamos de material seguro a sus hijos”. Cuando las instituciones intervinieron, la burocracia ralentizó el proceso de producción. Por eso mismo, Monteagudo, que comenzó fabricando 25 viseras diarias, se pasó a una rama rebelde de la iniciativa, Resistencia Valenciana en Acción (RVA), que siguió produciendo viseras sin esperar homologaciones.
Ahora que el colapso hospitalario ha comenzado a remitir y parte del material necesario ha ido llegando en aviones por las vías oficiales, los makers continúan trabajando. “Sigue habiendo falta de stock de materiales para poder fabricar y las donaciones han caído porque, al participar las instituciones, parece que las aportaciones particulares ya no sean necesarias”. En la web de coronavirusmakers siguen proponiéndose iniciativas de producción casera, como un troquel para fabricar un cubrebocas textil. La comunidad maker sigue aportando su arma más valiosa: la solidaridad. “Al menos esto habrá servido para que se valore más la cultura libre. No podemos ponerle licencias a todo. No todo debe venderse. Hay cosas que deben compartirse por encima de los intereses económicos.
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