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crisis del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La responsabilidad paterno-filial y la voz de los niños

Estamos ante una sociedad construida sobre los cimientos de un modelo adultocéntrico, que no es más que una posición asimétrica y hegemónica de los adultos sobre los menores

Una mujer prueba a dos niñas una mascarillas realizadas con un tamaño más pequeño (Córdoba).
Una mujer prueba a dos niñas una mascarillas realizadas con un tamaño más pequeño (Córdoba).Salas (EFE)
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En estos últimos días del confinamiento se ha hablado repetidamente del sentido común y de la responsabilidad paterno-filial. Una sociedad como la española que acostumbra a poner sus ojos y sus pies fuera del hogar, donde las relaciones personales no son solo familiares, sino que se amplían más allá del ámbito próximo; esta prolongada ausencia de ese espacio común que acostumbra a ser la calle, el bar, la plaza, la iglesia, el campo de fútbol, el centro comercial, etcétera.… se hace más difícil con menores a cargo, porque son seres sociales y sociables, porque viven un proceso de construcción de su personalidad individual y social, y para ello precisan del contacto directo de sus iguales y de sus mayores. El juego, el conflicto, ganar y perder, conocer al diferente son formas de aprendizaje que esta forzada reclusión ha truncado temporalmente. Sabemos que los menores son producto no solo de sus propias experiencias y de su contexto, sino también son, a su vez, reflejo de sus padres. Y en muchas ocasiones se nos olvida la enorme capacidad de adaptación que tienen, y que estamos experimentando estos días.

Pero qué es eso de la responsabilidad. La legislación española entiende que “la responsabilidad parental, se ejercerá siempre en interés de los hijos, de acuerdo con su personalidad, y con respeto a sus derechos, su integridad física y mental”. Y los padres tendrán que “velar por ellos, tenerlos en su compañía, alimentarlos, educarlos y procurarles una formación integral”. Estas obligaciones de los progenitores parecen lógicas, y la mayoría de los padres y madres acostumbran a cumplir con ellas sin ni siquiera conocer su obligación legal, y sin embargo asumen sin reparo un compromiso moral para con sus hijos. Esto no es óbice para que se produzcan variadas situaciones que ponen en riesgo la integridad física y moral de los menores, por las que acostumbra a actuar el Estado para compensarlas.

Cabe preguntarse, ¿fueron los padres de esos menores en situación de riesgo responsables, comprometidos y cumplidores con sus obligaciones paterno-filiales? Normalmente enunciamos una respuesta pensando que los padres y madres, y las familias como institución, en sus diversas formas, son una categoría única y uniforme. Y nada más lejos de la realidad. Los padres y madres, y las familias, al igual que otros colectivos se ven atravesados por ciertas fracturas sociales, que pueden poner en riesgo el cumplimiento de dichas obligaciones. Dichas fracturas pueden ser: la renta, el nivel educativo, la ocupación o la clase social. Sin olvidar todo el conjunto de disposiciones interiorizadas que predicen las percepciones, los sentimientos, o las acciones de los sujetos; fruto de la interacción del individuo con la cultura de grupo y las instituciones sociales (habitus). Todo esto convierte a padres y madres, al igual que a sus descendientes en productos de un contexto social y, en consecuencia, su nivel de responsabilidad estará marcado por su propio bagaje social y cultural.

Como resultado de todo lo anterior, y porque cada generación reproduce las estructuras esenciales de las generaciones anteriores, nos encontramos ante una sociedad construida sobre los cimientos de un modelo adultocéntrico, que no es más que una posición asimétrica y hegemónica de los adultos sobre los menores, donde se subestiman las capacidades de estos para tomar decisiones y para asumir responsabilidades; en la que la interlocución con el menor solo es válida si se produce a través del adulto; y donde el discurso del menor no existe porque es elaborado por sus mayores, convirtiéndose así en un sujeto sin voz. Muchas sorpresas nos llevaríamos si preguntáramos y aceptáramos sus reflexiones como válidas. Y nos sorprendería saber que son más flexibles, más empáticos y disciplinados de lo que nos imaginamos. Y si tienen alguna duda, por favor pregúntenles.

*Juan Carlos Solano es profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Murcia

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