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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Veloz rectificación

Extremar la cautela para evitar un rebote de contagios no es incompatible con un alivio del confinamiento de los menores que tenga en cuenta sus necesidades específicas

Una mujer y su hija hacen cola para comprar, en la plaza de Felipe II de Madrid.
Una mujer y su hija hacen cola para comprar, en la plaza de Felipe II de Madrid.Samuel Sanchez (EL PAÍS)

Después de seis semanas de encierro en sus hogares, los menores de 14 años podrán salir a la calle. El Gobierno ha aprobado un alivio parcial del confinamiento de los más pequeños que entrará en vigor el domingo. Atiende así la insistente demanda de las familias y los pediatras, preocupados por los efectos del largo aislamiento en los menores. Hay que celebrar que el Ejecutivo haya rectificado en apenas unas horas la fórmula anunciada en la mañana del martes, que era a todas luces insuficiente y mal diseñada. En esa primera aproximación, los niños podían salir, pero no para pasear, sino solo para acompañar a los adultos a alguna de las actividades ya permitidas, como ir a comprar, a la farmacia o al banco. Ante la oleada de críticas que la medida había suscitado, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, rectificó y anunció que podrán salir a pasear en las condiciones que se especificarán.

Se entiende que el Gobierno quiera asegurar que la salida de los niños no suponga un mayor peligro de contagio y tampoco se convierta en una excusa para un relajamiento del distanciamiento social que deben observar los adultos. Pero permitir que puedan pasear bajo control no tiene por qué implicar riesgos. El diseño inicial de la medida suscitaba dos grandes objeciones: la primera es que no satisfacía las necesidades físicas y emocionales de los propios menores. Precisamente por estar en una fase de crecimiento, los niños necesitan liberar energía y disfrutar del aire libre, algo que puede lograrse sin necesidad de vulnerar las medidas de autoprotección. Es razonable evitar que compartan con otros menores las instalaciones de los parques infantiles y las zonas de juego, donde el riesgo de contagio puede ser mayor, pero no lo es impedir que puedan correr o utilizar patinetes en zonas verdes y espacios amplios y despejados.

La segunda objeción tiene que ver con el papel de los adultos. La fórmula elegida implicaba un planteamiento paternalista y de una gran desconfianza hacia los padres. No se puede partir del supuesto de que vayan a ser tan irresponsables que pongan a sus hijos en peligro de contagiarse y contagiar a los demás. El temor al incumplimiento por parte de algunos padres no debía de ningún modo mermar las posibilidades de bienestar de todos los niños. Y, en todo caso, tenemos que confiar en que los mismos mecanismos de vigilancia que ahora aseguran el cumplimiento de las medidas de distanciamiento social funcionarán también para asegurar la protección de los menores. Ahora que se ha conseguido reducir el ritmo de crecimiento de los contagios y ha disminuido la presión sobre los hospitales, es necesario extremar la cautela para evitar un rebote de contagios. Pero eso no es incompatible con que el alivio del confinamiento de los menores tenga en cuenta sus necesidades específicas.

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