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Tribuna
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Sin un nuevo patriotismo europeo, el declive de la UE es inevitable

Tras el fracaso del Consejo Europeo, es necesario un compromiso dinámico entre Alemania y los nueve países que defienden la emisión de "coronabonos"

Bandera europea en el edificio de la Comisión en Bruselas.
Bandera europea en el edificio de la Comisión en Bruselas. REUTERS (YVES HERMAN )

Del Consejo Europeo reunido el pasado 26 de marzo para tratar las medidas europeas dirigidas a gestionar la crisis actual, la más grave desde 1929 y mucho peor que la de 2012-2017, salió una Unión Europea totalmente dividida. La pandemia del coronavirus y la crisis económica y social derivada de ella ofrecen a Europa una oportunidad extraordinaria: la de decidir avanzar hacia una unidad más profunda, o debilitarse de manera irrevocable. La vía que prevalezca dependerá, como es lógico, de las decisiones que tomen los Gobiernos en el Consejo Europeo y otras instituciones de la UE, pero también y sobre todo, de la movilización de la ciudadanía y la opinión pública en cada uno de los Estados miembros. ¿Se adoptarán medidas que correspondan a los valores, las tradiciones y las cada vez mayores responsabilidades de la Unión a escala mundial? A Europa se le plantea la siguiente cuestión: ¿es la Unión Europea una comunidad de destino, una Schicksalsgemeinschaft, o tan solo una asociación instrumental de egoísmos nacionales en la que las decisiones individuales tomadas a ciegas en beneficio propio se imponen a una respuesta a la altura de los retos históricos? ¿Existe todavía un sentimiento común de pertenencia basado en unos intereses sólidos compartidos?

Las fuerzas desintegradoras de la derecha y la extrema derecha, ganadoras con el Brexit pero temporalmente derrotadas en las elecciones al Parlamento Europeo del 26 de mayo están aquí, preparadas para un renovado ataque implacable al euro y a la Unión. Y podría ser que, en esta ocasión, esas fuerzas saliesen victoriosas al sacar cínico provecho de la masiva desconexión popular de la Unión Europea, provocada en parte por el enorme sufrimiento soportado durante esta crisis sanitaria y por la tragedia social y económica que nos espera, pero también por la inacción moral y política de las élites proeuropeas.

¿Es la Unión Europea una comunidad de destino o tan solo una asociación instrumental de egoísmos nacionales
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El Parlamento Europeo se ha pronunciado claramente a favor de un salto hacia la integración europea. En cambio, la Comisión, a pesar de haber puesto en marcha en 2019 el grandioso y visionario proyecto del Pacto Verde, que había de conferir identidad a la Unión, es responsable del actual punto muerto. Esto se debe a su falta de liderazgo, tanto en lo que se refiere al presupuesto plurianual como a la adopción de medidas para hacer frente a esta crisis sanitaria y a sus consecuencias económicas. A diferencia de lo que ocurrió en 2012-2017, la crisis actual no representa una conmoción asimétrica, sino simétrica, ya que afecta a todos los países, aunque en este momento esté golpeando con especial fuerza a los países del sur, que ya fueron los que más sufrieron durante la crisis migratoria. Una situación de emergencia excepcional exige soluciones excepcionales.

La decisión del Banco Central Europeo de asignar 750.000 millones de euros al mercado de bonos es importante, pero no decisiva, ya que, en anteriores crisis menos graves, el organismo inyectó entre 50 y 80.000 millones al mes durante varios años (expansión cuantitativa). Además, no se puede esperar que el BCE actúe solo. Sus medidas tienen que ir acompañadas de otras nacionales y europeas. Es posible que la suspensión del Pacto de Estabilidad permita a los Gobiernos nacionales responder a esta emergencia como lo harían "a una guerra" —en palabras de Draghi (Financial Times)—, dedicando los mayores esfuerzos financieros a salvar nuestra industria y nuestra economía, lo cual repercutirá después en el empleo.

Pero todo esto es trágicamente insuficiente ante las necesidades extremas y los déficits públicos que, en el contexto de la recesión que se prevé, no harán sino aumentar a un nivel que se calcula entre el 2 y el 6 % del PIB. Por eso, resulta imperativo que la UE combine un derroche de solidaridad antivirus con una solidad financiera concreta.

La situación en la Unión nunca ha sido más inquietante, y las decisiones políticas pueden empujar a millones de ciudadanos al euroescepticismo y al nacionalismo con consecuencias impredecibles, como ha demostrado lamentablemente el caso húngaro.

Las decisiones políticas pueden empujar a millones de ciudadanos al euroescepticismo y al nacionalismo

De hecho, se están intercambiando acusaciones más duras que nunca. Por una parte, está el tema del riesgo moral al que aluden la derecha holandesa y la alemana, según el cual los eurobonos, es decir, la mutualización de las deudas nacionales, fomentarían las prácticas inmorales y la relajación presupuestaria en los países endeudados con riesgo moral. Por otra parte, se acusa a los países del norte no solo de insolidaridad en una situación en la que España e Italia registran casi 1.000 muertes diarias, lo cual provoca un creciente malestar social, y en la que la pandemia se está propagando de manera significativa por Francia y Bélgica, sino además, y esto es lo fundamental, de querer aprovechar la crisis financiera que se avecina para enriquecerse y cambiar el equilibrio de poder en Europa. Estas acusaciones mutuas ampliamente reproducidas por los medios de comunicación, este hundimiento de la confianza, están provocando el descontento incluso de los europeos más convencidos y enmarañando el corazón del consenso construido con tanto esmero a lo largo de los últimos 70 años. El perjuicio a nuestras democracias puede convertirse pronto en irreparable.

El Consejo Europeo del 26 de marzo fue lamentablemente incapaz de lograr un compromiso. Más desastroso aún fue que delegase la búsqueda de una solución en el Eurogrupo a pesar de que este acababa de delegar ese mismo asunto en el Consejo. Nos encontramos en un punto muerto que hay que resolver en unos días, que serán decisivos.

Estamos convencidos de que existe un amplio consenso, no solo en los ocho Estados miembros cuyos Gobiernos han redactado y enviado la carta a Charles Michel pidiendo la emisión de coronabonos, sino también entre la opinión pública de Alemania, Holanda, Austria y Finlandia, a favor de:

1. Una negociación de las condiciones de acceso en situación de crisis/emergencia al Mecanismo Europeo de Estabilidad (que dispone de 430.000 millones de euros), cuyos préstamos actualmente están condicionados a que los Estados miembros en crisis queden sometidos a supervisión, lo cual resulta inaceptable.

2. La creación de un grupo europeo de expertos cualificados que proponga nuevos instrumentos urgentes con todos los detalles técnicos necesarios. Por supuesto, los ocho Estados afectados no deben empeñarse en los eurobonos como si fuesen la única solución viable, sino en el objetivo que hay detrás de ellos. No obstante, la propuesta de los eurobonos promete ser muy eficaz (al mostrar unidad frente a los mercados mundiales) y tener un alto valor simbólico (de cara a la ciudadanía). En consecuencia, no se puede desechar por completo tachándola de propaganda barata.

La Unión Europea tiene una responsabilidad mundial con el género humano

Por consiguiente, hay que enviar dos importantes mensajes:

El primero, de esperanza, se tiene que dirigir al ciudadano de a pie, a los pueblos de Europa alarmados por la crisis del coronavirus y preocupados por su futuro, y decirle que la Unión Europea está aquí para ayudar, que va a enfrentarse decididamente a esta crisis sanitaria, social y económica con más unidad y un gran proyecto de recuperación económica y social.

El segundo tiene que ir dirigido al mundo entero y transmitir que la Unión Europea garantiza la unidad, la fuerza y la estabilidad de la zona euro, asegurando nuestra "soberanía común" (en palabras de Macron) ante los mercados mundiales y las potencias que pretenden dividirla y destruirla.

La Unión Europea tiene una responsabilidad mundial con el género humano. Estados Unidos ha subestimado la pandemia, y ha quedado demostrado que su Gobierno central ya no posee la autoridad política y moral necesaria para coordinar de manera eficaz la batalla contra el coronavirus que está atacando al mundo, ni para decretar las nuevas medidas económicas necesarias durante este periodo de primarias y durante la fase de autoaislamiento. Solo la Unión Europea, en un contexto de cooperación multilateral, puede intervenir con éxito y allanar el camino hacia la gestión de esta crisis sanitaria sin precedentes y de sus consecuencias sociales y económicas.

Ha llegado el momento de un nuevo patriotismo europeo. Nuevo porque es imprescindible que esté cimentado tanto en las comunidades nacionales, que se vuelven a movilizar por la solidaridad, como en las redes transnacionales. Los millones de ciudadanos comprometidos, de voluntarios, de trabajadores de la sanidad y asociaciones de la sociedad civil sin ánimo de lucro se unen como uno solo. Esta es la sólida base humana de una nueva fase de la idea de Europa, la vía para enlazar creativamente los valores centrales de la Unión con la capacidad técnica y política, y nuestra manera de ofrecer al mundo un mensaje de fuerza y esperanza ante esta crisis sin precedentes.

Gesine Schwan, exrectora de la Universidad Viadrina de Fráncfort y dos veces candidata a la presidencia de la República Federal Alemana.

Bertrand Badie, Ciencias Políticas, París.

Enrique Barón Crespo, exministro español y expresidente del Parlamento Europeo.

Ramona Coman, profesora y presidenta del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad Libre de Bruselas (IEE-ULB).

Maurizio Cotta, profesor de la Universidad de Siena.

Camille Focant, Universidad Católica de Lovaina y Real Academia de Bélgica.

Biagio De Giovanni, exrector de la Universidad de Nápoles La Oriental y presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales del Parlamento Europeo.

André Gerrits, Universidad de Leiden, Holanda.

Christian Lequesne, París, Ciencias Políticas, exdirector del Centro para la Investigación y la Innovación Educativa (CERI).

Lucio Levi, Universidad de Turín, director del debate The Federalist.

Ferdinando Nelli Feroci, presidente del Instituto de Asuntos Internacionales de Roma.

Ruth Rubio Marín, profesora del Instituto de la Universidad Europea (Fiésole) y de la Universidad de Sevilla (España), directora de la Cátedra Unesco de Derechos Humanos e Interculturalidad de la Universidad Internacional de Andalucía.

Thomas Meyer, director de Neue Gesellschaft frankfurter Hefte, Berlín.

Leonardo Morlino, Libera Università Internazionali degli Studi Sociali Guido Carli (LUISS Guido Carli), Roma. Exvicerrector.

Anton Pelinka, Universidad de Innsbruck y Universidad Centroeuropea, Budapest.

Mario Telo, catedrático de la Libera Università Internazionali degli Studi Sociali Guido Carli (LUISS Guido Carli), Roma y del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad Libre de Bruselas (IEE-ULB).

Luk Van Langenhove, profesor del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad Libre de Bruselas, Bruselas (IEE-ULB).

Bruno Van Pottelsberghe, Escuela de Negocios y Facultad de Economía y Gestión Solvay de la Universidad Libre de Bruselas.

Didier Viviers, secretario perpetuo de la Real Academia de Bélgica.

Michael Zurn, catedrático de la Universidad Libre y director fundador de la Escuela Hertie de Berlín.

Traducción de News Clips.

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