Bertrand Badie, politólogo: “La acción de la OMS se reduce a leer cada noche un comunicado”
Es uno de los mayores expertos en relaciones internacionales y cree que la crisis desatada por la Covid-19 está evidenciando de forma dolorosa el verdadero rostro de la mundialización
Que un virus originado en un mercado de Wuhan se haya expandido por los cinco continentes en apenas unas semanas, causando una de las crisis sanitarias más graves de la historia de la humanidad, no sorprende a Bertrand Badie, uno de los mayores expertos franceses de la mundialización. Este politólogo de 69 años, profesor emérito en Science Po e investigador asociado al Centro de Estudios e Investigaciones Internacionales (CERI), lleva décadas defendiendo que la acción individual de uno de los 6.000 millones de habitantes del planeta puede ser más trascendente que la decisión de cualquier Gobierno. En un “mundo único” en el que las fronteras ya no impiden que lo que ocurre en un país tenga efectos inmediatos en los demás, donde la interdependencia entre los diferentes sectores de actividad humana jamás había sido tan importante y la movilidad, tanto humana como de mercancías, tan veloz, “un apretón de manos en Wuhan” puede poner en jaque a toda la humanidad, asegura. Por eso, cree el autor del reciente ensayo, L’Hégémonie contestée, que la crisis actual nos tiene que abrir los ojos sobre la importancia de la dimensión social de la mundialización, abandonando el dogma neoliberal que se limita a concebir al ser humano como un simple actor económico para abrazar un multilateralismo inclusivo.
PREGUNTA. ¿Cree que la pandemia del coronavirus ha revelado el verdadero rostro de la mundialización?
RESPUESTA. Pienso que hasta esta crisis, la opinión pública y, lo que es aún más sorprendente, los dirigentes de los diferentes países del mundo ignoraban o pretendían ignorar lo que realmente implica este fenómeno. La mundialización cambia profundamente el significado mismo de la alteridad. El otro, en nuestro antiguo sistema westfaliano, era el enemigo potencial; luego, con el libre comercio y la aceleración de los intercambios comerciales, el otro se convirtió en un competidor, un rival, y no vimos que, en el plano social, se estaba creando otra definición de la alteridad, en la que el otro es un socio cuyo destino está profundamente ligado al nuestro. Eso significa que hemos entrado en un mundo que ya no es el de la hostilidad ni de la competencia, sino necesariamente el de la solidaridad, porque ahora si quiero sobrevivir y, aún más, ganar, tengo que asegurarme de que el otro sobreviva y que el otro gane, y nos resulta muy difícil admitirlo. Esa dificultad nos ha llevado en este contexto de crisis a escuchar estupideces como “es un virus chino” o “el virus es un enemigo del pueblo americano”, como señaló el presidente de Estados Unidos. Donald Trump no entendió que el verdadero significado de la mundialización radica en la creación de necesidades de integración social que debemos satisfacer urgentemente, de lo contrario estaremos encaminados al desastre.
P. Usted defiende que es la debilidad y no la fuerza lo que rige el mundo globalizado en el que vivimos. ¿A qué se refiere?
R. En un mundo inclusivo, interdependiente y móvil, es el débil el que decide mientras que el poderoso está perpetuamente en una posición reactiva y defensiva. Debemos tomarnos muy en serio las nuevas necesidades de seguridad humana ya que de los segmentos de población más inseguros, frágiles en términos de salud, economía, alimentación o condiciones climáticas, proviene necesariamente el riesgo más agudo de crisis. No debemos olvidar que este virus nació en un mercado de Wuhan caracterizado por una gran precariedad sanitaria. La vulnerabilidad de nuestras sociedades extraordinariamente sofisticadas es, en última instancia, bastante alta. Hemos entrado en un mundo invertido donde la lógica de la debilidad es la ley. Eso se observa en otros conflictos que amenazan al planeta como el Sahel, Oriente Próximo, la cuenca del Congo o el Cuerno de África, que siguen siendo zonas de gran debilidad y que, en cierto modo, conforman la agenda internacional.
P. ¿Por qué los Estados siguen priorizando la inversión militar para garantizar su seguridad, despreocupandose de esos focos de vulnerabilidad que menciona?
R. Hemos vivido durante siglos y siglos con la idea de que lo que nos amenaza y causa nuestra inseguridad es de naturaleza militar e interestatal. En el mundo hoy en día se gastan alrededor de dos billones de dólares en presupuesto militar. Tenemos que admitir que esta competencia solo halaga la arrogancia de los Estados y no tiene ninguna eficacia en términos humanos. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo dejó claro en un informe de 1994 que la principal amenaza para el mundo era la humana, la alimentaria, la sanitaria, la medioambiental, entre otras, y nadie, ningún líder del planeta se ha tomado en serio esta advertencia, siguiendo los inciertos caminos de la inversión militar. Si al menos esta crisis sirviera para que los dirigentes que hasta el momento no habían estado a la altura de su responsabilidad, y que no habían querido ver lo que tenían delante de los ojos, se lo tomen en serio, entonces, habrá tenido una utilidad.
“Debemos tomarnos muy en serio las nuevas necesidades de seguridad humana”
P. ¿Qué le inspira el giro keynesiano que de repente impregna los discursos de algunos políticos más conocidos por su orientación liberal como Donald Trump o Emmanuel Macron?
R. Es necesario recordar que lo social ha sido asesinado por el neoliberalismo y relegado a un mero efecto de goteo. La famosa fórmula tan alabada por el Banco Mundial de que “el crecimiento es bueno para los pobres” porque acabarán beneficiándose de sus efectos, refleja la manera en la que se ha concebido lo social en los últimos 30 años. Si hoy los profetas del neoliberalismo se están convirtiendo en promotores de la economía social es porque conciben, ante la catástrofe actual, que ya no será posible hacer lo mismo que antes y que será necesario volver a los imperativos sociales.
P. ¿Cree que este giro social será duradero?
R. Es demasiado pronto para saber si se mantendrá después de la crisis o si se volverá a las viejas prácticas. Sin embargo, hay un signo de optimismo en el hecho de que el reenfoque social de esta derecha que se confundía con el ultraliberalismo, responsable del desmantelamiento de los servicios públicos, ha sido previo a la crisis sanitaria. El año 2019 fue extremadamente turbulento con la proliferación de movimientos sociales en todo el mundo y eso ha tenido consecuencias. Prueba de ello es, por ejemplo, el tono social adoptado por Boris Johnson en el Reino Unido durante las últimas elecciones legislativas. La idea de invertir en cuestiones sociales se convirtió prácticamente en el eslogan del Partido Conservador Británico. Creo que eso significa que este redescubrimiento de lo social no depende totalmente del miedo al coronavirus, hay algo más, y eso me hace pensar que, pase lo que pase, nunca volverá a ser lo mismo.
P. La Unión Europea está siendo muy criticada por su incapacidad de proporcionar una solución común frente a la pandemia de la Covid-19...
R. Esta es, en efecto, la gran decepción de esta crisis, y tal vez el punto más oscuro. Europa ha estado hasta ahora, y quiero ser muy cuidadoso con mi formulación, en un nivel cero de integración. Es decir una incapacidad total, no digo parcial, para dar una respuesta integrada a una crisis que, comparada con todas las que hemos enfrentado, es precisamente la que requiere más solidaridad. Este fracaso se ha podido observar tanto en el plano sanitario, con la ausencia de coordinación entre Estados miembros -cada Estado hace a su manera y a menudo de forma contradictoria -como económico, con un BCE cuya primera actuación fue totalmente desastrosa y causó una especie de crac bursátil que podría haber sido aún más considerable.
P. Christine Lagarde rectificó ligeramente luego, ¿no cree?
R. Es verdad que ha habido una pequeña inflexión, a marcha forzada, pero lo cierto es que seguimos sin tener acuerdo sobre los Eurobonos (o coronabonos), en mi juicio, la máxima expresión de lo que se puede hacer juntos para afrontar la crisis financiera que se perfila en el horizonte. El problema es que aunque consigamos llegar a una solución común, el daño ya está hecho. Estamos viendo el verdadero rostro de la Unión Europea y sus lagunas en el plano de la solidaridad. Otro aspecto que nos tiene que preocupar es ¿por qué sea cual sea el tema en cuestión en la UE, nos topamos con ésa brecha entre el norte y el sur? Y eso desde Maastricht. Acabará teniendo efectos catastróficos e incluso podemos preguntarnos si un día terminaremos teniendo a dos Europas.
P. ¿Qué queda de la gobernanza global frente al repliegue soberanista al que asistimos en los últimos años?
R. La inoperancia de Europa es un reflejo del fracaso de la gobernanza mundial. La acción de la OMS se reduce a leer cada noche un comunicado en un inglés aproximado para pedir a los Estados que hagan algo, lo que es verdaderamente desastroso cuando la OMS debería haber sido la task force en la materia, el organismo que coordina las políticas de salud, que organiza la asistencia técnica y médica y, sobre todo, que produce normas. El gran peligro es precisamente la falta de estándares comunes, y que cada país siga operando por su cuenta y a su manera.
P. La solución para salir de esta crisis radica, según usted, en más multilateralismo y decisiones comunes. Sin embargo, el mundo actual está plagado de líderes nacionalistas, desde Trump, pasando por Bolsonaro, hasta Johnson. ¿Es paradójico, no cree?
R. Creo que podemos decir que jamás los planetas habían estado tan mal alineados. Hay una necesidad de gobernanza global como nunca en nuestra historia, y a la vez un pico de nacionalismo que no se había visto hasta ahora. Ambos son inconciliables. Por lo que la única razón para la esperanza es que el nacionalismo es una ideología vacía que no tiene nada que ofrecer. Todos los intentos de gestión estrictamente nacional de la crisis han fallado. Líderes como Johnson, Trump o incluso Bolsonaro, que partieron de primicias nacionalistas, y negacionistas, han tenido que cambiar su discurso, cada uno a su manera. Además, el desprecio de estos políticos liberales por los desafíos sanitarios nos llevan a otro punto clave que abordé en el ensayo L´impuissance de la puissance, que es la flagrante impotencia de un país como Estados Unidos frente a esta pandemia. La evolución de la crisis en EE UU es escalofriante y en parte se debe a esa concepción heredada de la Escuela de Chicago de total ceguera frente a las amenazas y los dramas colectivos.
“Hay una necesidad de gobernanza global como nunca en nuestra historia, y a la vez un pico de nacionalismo que no se había visto hasta ahora”
P. Hay otras grandes amenazas, como el cambio climático, que requieren de una acción conjunta y a corto plazo. ¿Cree que el coronavirus cambiará la mentalidad de los políticos más escépticos sobre la necesidad de invertir recursos antes de que ya no haya marcha atrás?
R. Lógicamente, este razonamiento es imparable. Humanamente ya es diferente y políticamente aún más. Humanamente, es difícil mirar los dos objetivos al mismo tiempo aunque estén muy ligados, pero políticamente, el hecho de que la lucha contra el calentamiento global implique gastos, esfuerzos, sacrificios a corto plazo para tener ganancias a largo plazo convierte esa inversión en algo políticamente sospechoso. Tras esta crisis, los Estados tendrán que invertir mucho para reconstruir la economía mundial. ¿Aceptaremos gastar e invertir mucho por el clima, es decir, añadir gastos a los gastos? Soy bastante pesimista.
P. ¿Saldrá algo bueno de esta crisis?
R. Siempre hay esperanza. Lo propio de una crisis, al agudizar el miedo, es que permite desarrollar la creatividad humana y social. La crisis económica de 1929 que llevó a los nacionalistas a ganar en algunas urnas, también inventó el keynesianismo y permitió que la economía mundial se revitalizara hasta la venganza del liberalismo en los años ochenta. Fueron también las grandes guerras, y también las más mortíferas, las que llevaron, al menos en Europa, a inventos absolutamente extraordinarios y que finalmente permitieron resolver problemas que no se podían resolver en contexto de paz y movilización. Por lo tanto, cuanto más fuerte sea esta crisis, más romperá los esquemas y los círculos viciosos y por eso creo que puede salir algo positivo de ella. Cuándo, cómo y por qué, no lo sabemos.
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