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La última cruzada del rey Diego

Enric González

Ha estado al borde de la muerte dos veces. Se hundió en el alcohol y en la cocaína. Tiene el corazón débil y le cuesta caminar. Pero cada vez que regresa, enfebrece a la hinchada. Ahora entrena al Gimnasia, un club ruinoso que se ha puesto en manos de un ídolo crepuscular con fervor religioso. Porque Maradona en Argentina no es un asunto racional, es cuestión de fe. Diego Armando es y será una leyenda sin fin.

En esencia, esta es una historia crepuscular: un viejo ídolo futbolístico acude al rescate de un equipo modesto y casi condenado al descenso. Pero el lector, que habrá echado un vistazo al titular y a las imágenes, supone ya que las cosas no son tan simples. Nunca lo son cuando se refieren a Diego Armando Maradona. Ni cuando se trata del Gimnasia y Esgrima, el club más antiguo de América, con una historia rebosante de leyendas y una vitrina muy escasa de trofeos. Quizá en El Bosque, el paraje que anuda a Maradona y al Gimnasia, se oculte uno de esos nervios secretos que convierten a Argentina en Argentina. Para lo bueno, para lo malo y para lo peor.

—“Yo crecí en un barrio privado de Buenos Aires. Un barrio privado de agua, de luz y de teléfono”.

En cuanto el peronista Alberto Fernández asume la presidencia de la República, el 10 de diciembre de 2019, invita a Diego Armando Maradona. Le conviene esa fotografía. Él será presidente por unos años, pero Maradona será rey para siempre. A estas alturas no hay ya quien discuta eso. Pese a las drogas, a la violencia con sus mujeres, a los hijos ilegítimos, a los innumerables disparates que han jalonado su existencia (“si yo no hubiera hecho las cosas malas que hice en mi vida”, dice, “Pelé no sería ni segundo”), el hombre de Villa Fiorito desprende un aura reconocible por cualquier argentino. Si el espíritu de este país enorme e inefable se resume en lo popular, y eso lo reconoció incluso el refinado Jorge Luis Borges, Maradona “es” lo popular.

Pero Maradona no acude de inmediato a la Casa Rosada. Alberto Fernández tiene que esperar hasta el 26 de diciembre. Ese día, Maradona se presenta con chaqueta, pantalón corto y zapatillas blancas. Se le rinden los honores necesarios y el palacio se blinda con un operativo de seguridad extraordinario. El presidente le recibe al pie de la escalera, como a una visita de Estado. El secretario general de la Presidencia, Miguel Cuberos, y el abogado Víctor Stinfale le sujetan de los brazos porque Maradona apenas puede caminar. El ministro de Hacienda, Martín Guzmán, abandona su despacho y corre con una camiseta para que Maradona la firme. Por fin, Maradona se asoma al balcón que da a la Plaza de Mayo, el famoso balcón de Perón y Evita, y grita: “¡Volvimos!”. A muchos antiperonistas se les revolverán las tripas, pero hablamos de Maradona, el “cara sucia” de Villa Fiorito, el niño que salió gambeteando de uno de los barrios más pobres del área metropolitana bonaerense y llevó el balón hasta la portería de Inglaterra. Hay que aceptarle como es.

—“Yo amo al Boca, pero mi corazón ama al tripero”.

El Club de Gimnasia y Esgrima La Plata, el más antiguo de América, fue fundado el 3 de junio de 1887, solo cinco años después de que empezara a construirse la propia ciudad de La Plata por un grupo de funcionarios y comerciantes, gente acomodada y respetuosa del orden. Uno de ellos era Ramón Lorenzo Falcón, el más siniestro jefe de policía que tuvo Buenos Aires, asesinado en 1909 por un anarquista y reasesinado en 2018 con una bomba anarquista en su tumba de la Recoleta, lo cual da idea de su fama.

El mito en su primer entrenamiento con el equipo.
El mito en su primer entrenamiento con el equipo.

Al principio, la institución se mantuvo ajena al fútbol, un juego que por esa época empezaban a importar profesores y ferroviarios británicos. Pero el fútbol se hizo rápidamente popular. En 1903, el Gimnasia y Esgrima contaba ya con dos equipos. Un cuarto de siglo después, la masiva inmigración europea se había hecho con el club. Eran tipos rudos, obreros, peones, muchos de ellos empleados en los frigoríficos cárnicos de Berisso, de ahí que les llamaran triperos. El proletariado de la zona prefirió en general el blanquiazul del Gimnasia al rojiblanco del otro club de la ciudad, el Estudiantes (llamados pincharratas, aunque hoy siguen siendo considerados más chetos o elitistas), y así quedaron las cosas. Para los triperos, el Gimnasia es el equipo del pueblo llano. El que sabe sufrir. El que no se rinde.

No hace falta explicar que triperos y pincharratas se llevan muy, muy mal. El Estudiantes ha sido cinco veces campeón liguero de Argentina, cuatro veces campeón de América y una vez campeón del mundo. El Gimnasia ganó en 1929 la última Liga amateur y la Copa Centenario de 1993, el único año en que se disputó. La diferencia en el palmarés profundiza la teórica desigualdad social entre unos y otros.

“Dejemos los títulos, lo que importa es que somos el club más querido en La Plata, el más popular, el que mejor representa a la gente”, afirma Mariano Berón, exdirectivo, dedicado ahora a coordinar la incansable hinchada tripera.

Quizá Maradona y el Gimnasia estaban destinados a encontrarse. En la memoria tripera permanece un hecho que en su momento pareció banal. En 1984, cuando Maradona estaba yéndose del Barcelona al Nápoles, se presentó de improviso en un partido del Gimnasia. El rival era el Tigre. El Gimnasia regresaba aquel año a Primera División. A Maradona le faltaban aún dos años para ascender a los cielos durante el Mundial de México. El caso es que Maradona fue al estadio El Bosque. Ni él recuerda por qué. En el Gimnasia no lo olvidaron.

—“El gran capitán soy yo”.

En agosto de 2019, Diego Armando Maradona es un hombre roto. Ha terminado con el alcohol y la cocaína, pero convalece de una reciente operación en la rodilla derecha (le han puesto una rótula artificial), sufre una grave artrosis, arrastra una vieja lesión en el hombro, tiene el corazón débil y la tensión arterial por las nubes. Se trata de un hombre de 58 años que ha estado al borde de la muerte al menos dos veces y ha castigado a fondo su cuerpo. Los médicos prescriben reposo absoluto hasta octubre.

Mural con las caras de Maradona, el Che Guevara y Carlos Gardel en la ciudad de La Plata.
Mural con las caras de Maradona, el Che Guevara y Carlos Gardel en la ciudad de La Plata.

Maradona fue un genio sobre el césped y luego se convirtió en una estrella de la televisión argentina, con programas como La noche del 10 y De zurda. Pero hasta la fecha ha desarrollado una carrera mediocre como entrenador. Doce partidos y una sola victoria con el Mandiyú (1994), 11 partidos y dos victorias con el Racing de Avellaneda (1995), eliminación en cuartos de final del Mundial de 2010 con la selección argentina, ningún título con el Al Wasl de Emiratos (2011-2012), fracaso en el intento de ascender al Al Fujairah a la Primera División de Emiratos (2017), dos finales de ascenso perdidas con los Dorados de Sinaloa mexicanos (2018-2019).

Pese a la orden de reposo y al escaso brillo de su historial como técnico, el agente Christian Bragarnik ofrece los servicios de Maradona a varios clubes argentinos. El más necesitado de ellos es el Gimnasia y Esgrima, último en la clasificación, último en los promedios, casi desahu­ciado tras solo cinco jornadas. Maradona opta por el Gimnasia. Los detalles de su contrato nunca se harán públicos. Ciertamente, no cobra los 17 millones de dólares anuales que le pagaban en Emiratos, ni muchísimo menos. Recibe unos haberes variables, de acuerdo con los ingresos que genera su presencia. “Maradona se paga solo”, dice Mauro Coronato, exvicepresidente y participante en las negociaciones que concluyeron en su contratación. Algo hay de cierto: en tres días, el número de socios pasa de 30.000 a 33.000; los patrocinadores llaman a la puerta; las camisetas con el nombre de Maradona y el número 10 se venden por miles (a casi 50 dólares); el modesto Gimnasia y Esgrima de La Plata aparece en todos los medios del mundo.

—“No tengo miedo de que se me caiga la corona”.

Maradona se estrena como director técnico del Gimnasia y Esgrima el domingo 15 de septiembre frente a uno de sus antiguos equipos, el Racing de Avellaneda. Es la locura. En el pequeño estadio El Bosque, oficialmente llamado Juan Carmelo Zerillo (farmacéutico y presidente del club hace un siglo), no cabe ni un aficionado más. Se trata de una construcción de 1924, de aire modernista, con instalaciones polideportivas (piscina semiolímpica, canchas de tenis, sala de boxeo) y unas peculiares gradas montadas sobre una estructura metálica que permiten acoger a 25.000 personas. Cuando está vacío, El Bosque, con su jardín y su exterior arbolado, resulta casi bucólico. El 15 de septiembre de 2019 es una olla a presión. Hay cámaras de todo el mundo. Incluso la directiva del Estudiantes, el gran rival, se siente obligada a enviar una delegación para rendir pleitesía al ídolo.

Hinchas del Huracán loan a Maradona.
Hinchas del Huracán loan a Maradona.Marcelo Endelli (Getty Images)

El Gimnasia pierde, 1-2. Pero el entusiasmo no decae. Ese día, el Gimnasia descubre lo que significa manejarse con Maradona y su corte. “Una multitud se mueve siempre en torno a él”, explica el periodista platense Facundo Aché, que lleva 28 años informando sobre el Gimnasia y Esgrima. La directiva instruye a los aficionados: no deben acercársele, no deben tocarle, no deben importunarle. Se fabrica un disfraz de Maradona (logradísimo) dentro del cual, durante los partidos, suda Gustavo, miembro de la filial (lo que en España se llamaría “peña”) que lleva el nombre del entrenador. El muñeco de Maradona realiza tareas de animación junto a la mascota tradicional, un lobo (por lo de que el club vive en El Bosque), pero permanece en la banda opuesta a los banquillos: no hay que molestar al rey.

Ni este periodista, ni casi nadie, puede acercarse a Maradona. “Hay que pasar muchos filtros para acceder a él, y entonces depende de su humor”, admite un directivo. El entrenador no trabaja todos los días. En general, su semana va de miércoles a domingo. Es su ayudante, Sebastián Gallego Méndez, quien lleva la gestión cotidiana. Cuando Maradona acude a un entrenamiento, los periodistas deben irse. “Solo nos han permitido ver una sesión de trabajo desde que llegó al Gimnasia y no hemos tenido ningún contacto con él”, explica Aché. Maradona sigue viviendo en Bella Vista, un conjunto de urbanizaciones de lujo al noroeste de Buenos Aires, y recorre 200 kilómetros de ida y 200 de vuelta para acudir a El Bosque. Parece que finalmente está a punto de alquilar una residencia en Campos de Roca, una urbanización cerrada cerca de La Plata.

En diciembre, a los tres meses de su llegada, Maradona demuestra quién manda. Hay elecciones a la presidencia del club y Gabriel Pellegrino, el hombre que dirige el Gimnasia desde 2016, renuncia a la reelección: la institución está en una pésima situación financiera y el equipo permanece hundido en el fondo de la tabla. Maradona, sin embargo, decide que Pellegrino, el presidente que le contrató, ha de seguir. “Si se queda Pellegrino, se queda Maradona”, dice. La afición entra en pánico ante la posibilidad de que el ídolo se vaya. Pellegrino se presenta en el último minuto y arrasa a sus rivales.

—“De aquí va a tener que sacarme la Gendarmería”.

Maradona tiene sus compromisos personales y políticos. El 22 de enero, justo antes de que recomience la competición futbolística argentina tras la pausa navideño-veraniega, el ídolo renqueante viaja a Caracas para saludar a Nicolás Maduro y expresarle su “apoyo político”. “Venezuela es un ejemplo de dignidad para todos”, proclama.

A su vuelta, prosigue la gira triunfal de Maradona: en cada cancha que visita el Gimnasia se rinde homenaje al rey con placas conmemorativas, ovaciones y cánticos. En el Marcelo Bielsa, el estadio del Newell’s Old Boys (donde Maradona jugó brevemente en 1993), le sientan en un trono junto a la banda. También en El Bosque dispone de un trono con sus iniciales. La gloria del técnico no se contagia al equipo, que sigue hundido en la tabla de promedios, la que suma los resultados de varias temporadas y decide quién desciende.

La gente del Gimnasia no cae en el desaliento. A esta hinchada se la llama La 22 porque tuvo como jefe espiritual al Loco Fierro, de nombre real Gustavo Amuchástegui, muerto en 1991 por disparos de la policía de Rosario. El loco en la baraja del tarot se asocia al número 22. La 22 ha protagonizado acontecimientos telúricos (el 5 de abril de 1992, un gol contra el Estudiantes fue festejado con tanta pasión que el Observatorio de la Universidad de La Plata registró un leve movimiento sísmico), hazañas discutibles (en 2013 celebró el ascenso quemando una gigantesca bandera de 100 metros robada a los rivales del Estudiantes) e incontables peleas callejeras. Para la Filial Maradona, cada partido empieza temprano, con un asado en un predio de Los Hornos, un barrio popular de La Plata, regado con abundante alcohol; las calles se cortan y los autobuses urbanos desvían su recorrido. “Llegamos ya calientes a El Bosque”, comenta Nano Oliver, jefe de la filial. “A veces hacemos cosas que no deberíamos hacer, pero son cosas que forman parte del folclore del fútbol”, se disculpa.

En el descanso de los partidos se canta el himno nacional: “Sean eternos los laureles que supimos conseguir…”. Se aprovecha cualquier ocasión para reivindicar la soberanía argentina sobre las Malvinas. Para Oliver, no cabe duda de que el Gimnasia es una institución “muy nacionalista”, y eso “gusta a Maradona”.

La armonía inmune a las derrotas parece quebrarse el 16 de febrero, cuando el Gimnasia visita el Gigante, la cancha del Rosario Central. Como Maradona jugó en el Newell’s, rival rosarino del Central, la afición canalla se muestra hostil con Maradona. Por primera vez, en lugar de homenaje, hay silbidos y abucheos. Y el Gimnasia pierde de nuevo, 1-0. El rey se desencaja: “Tengo ganas de llorar, pero no lloro”, declara. “Hablé con mis hijas porque están preocupadas, tienen miedo de que me ahorque. No voy a ahorcarme, tranquilos”. Acto seguido, lanza un inesperado desafío al presidente de su club, el hombre que le contrató y al que dos meses antes hizo ganar las elecciones: “Nadie se baja del barco, yo soy el capitán y me los llevo a todos. Que no se le ocurra al presidente del Gimnasia echarme, porque antes le echo yo a él. Quiero renovar, quiero estar con mis muchachos”.

Aficionados del Gimnasia y Esgrima, en su estadio, El Bosque, con símbolos de Maradona.
Aficionados del Gimnasia y Esgrima, en su estadio, El Bosque, con símbolos de Maradona.

Pero la vida sigue. El Gimnasia permanece hundido, con muchas probabilidades de descender a fin de temporada, el 31 de mayo. Maradona mantiene su gloria. El periodista Andrés Burgo, autor de El último Maradona, entre otros libros, hace una definición pragmática (potencialmente extensible al conjunto del país) sobre la simbiosis entre el Gimnasia y su venerado técnico: “Se juntan un equipo agónico y la imagen agónica de Maradona: un equipo en descenso y un entrenador al que le cuesta caminar”.

La perspectiva desde el Gimnasia resulta diferente. “Se ha establecido un gran vínculo sentimental entre el Gimnasia y Maradona; pase lo que pase, la afición le estará siempre agradecida”, opina el periodista Facundo Aché.

En el predio de Los Hornos, un grupo de triperos, lata de cerveza en mano, lo explica de otra forma: “Nos da igual perder, nos da igual bajar, ¿no se dan cuenta de que teniendo a Maradona entramos en la historia?”.

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