_
_
_
_
_

Por qué la gente no deja de hablar de ‘El hoyo’, el filme español de Netflix que triunfa en el mundo

Analizamos las claves de la película española que ha dejado atónitos a los espectadores mucho más allá de nuestras fronteras

Tráiler de 'El hoyo'.

Más de 300 niveles. Dos personas en cada uno de ellos y una plataforma por la que baja comida. Los de arriba comen, a los de abajo nunca les queda nada. “Como alegoría es muy simple, todo el mundo lo puede entender”, lo dijo el propio autor de la idea original y coguionista, David Desola, tras su presentación en el pasado Festival de Sitges. Sin embargo, El hoyo, la segunda película más vista en Netflix en España, está provocando que la gente no pare de darle vueltas al argumento y, sobre todo, a su extraño final.

“No es una crítica contra los de arriba o contra los de abajo. Es una exposición de una realidad, nos hacemos preguntas nosotros mismos como autores y queremos compartirlas con el espectador para contribuir a una especie de reflexión sobre el reparto de la riqueza”, contó su director, el bilbaíno Galder Gaztelu-Urrutia tras aquella primera proyección. Por eso todo está abierto, y aunque a veces lo obvio no nos deje ver el profundo fondo abisal de la película, la cosa tiene mucha miga.

“Nos hacemos preguntas nosotros mismos como autores y queremos compartirlas con el espectador para contribuir a una especie de reflexión sobre el reparto de la riqueza”

El hoyo juega mucho al enigma y obliga al espectador a completar los espacios en blanco, lo que hace que crezca. Me recuerda a distopías burocráticas como El proceso. Te presenta un gobierno, un sistema de poder y un funcionamiento que tú no llegas a conocer, pero que están ahí, que sabes que existen. También hay una sociedad de clases muy clara que está imponiendo su poder en las conductas, en las relaciones y en los deseos de todos los personajes”, analiza John Tones, crítico de cine.

Sin intentar reventar la película, contaremos que el protagonista, Goreng (Iván Massagué), ingresa voluntariamente en este hoyo, una especie de Torre de Babel, con la intención de salir de allí a los seis meses habiendo dejado de fumar (el tabaco está prohibido en esta cárcel vertical) y con El Quijote leído. Cada interno tiene derecho a meter un objeto y la inmortal obra de Cervantes es el elegido por este. Los hay más prácticos que entran con una catana, por ejemplo.

Al salir, a Goreng, que significa arroz en indonesio, le espera un título homologado, algo a lo que no todos pueden aspirar, porque algunos están allí pasando condena. Esto, como otros tantos detalles que nos cuentan Gaztelu-Urrutia, Desola y Pedro Rivero, también coguionista, no tiene demasiada importancia, más allá de la tensión que provoca entre el protagonista y el viejo Trimagasi ("gracias", en malayo), su primer compañero de piso.

Goreng y Miharu (Alexandra Masangkay) viajando por la plataforma de la comida como si se tratara de un ascensor.
Goreng y Miharu (Alexandra Masangkay) viajando por la plataforma de la comida como si se tratara de un ascensor.

Cada cambio de nivel, cada compañero diferente, aportan datos nuevos y un cambio en el comportamiento del protagonista. En este sentido, tiene especial relevancia la aportación del personaje a quien da vida Antonia San Juan, Imoguiri ("montaña de nieve", en sánscrito), antigua empleada de la misteriosa Administración que controla El Hoyo, que le da una de las claves fundamentales de la cinta: hay comida suficiente para alimentar a todos los pisos, si esto no ocurre es porque los de más arriba cogen más de lo que necesitan.

Imoguiri está empeñada en convencer a los de las plantas inferiores para que racionen los alimentos, pero nadie le hace caso. Como ya había avisado Trimagasi: no vale de nada hablar a los de arriba porque no escuchan, pero tampoco a los de abajo, porque, aunque sea solo por caprichos del azar, están abajo.

“Los personajes pueden predecir un patrón, pero son unas reglas muy arbitrarias. Están sometidos a un poder ciego y cruel del que no hay escapatoria”

“Sin necesidad de explicar prácticamente nada”, señala Tones, “el espectador sabe que hay unas reglas y que en la torre las cosas funcionan como un reloj, los cambios de nivel, la llegada de la plataforma… Los personajes pueden predecir un patrón, pero son unas reglas muy arbitrarias. Están sometidos a un poder ciego y cruel del que no hay escapatoria”. Algunos, como la violenta y algo trastornada Miharu ("tres primaveras" en japonés), interpretada por Alexandra Masangkay, va a lo suyo bajando por todos los niveles subida a la plataforma en busca de una supuesta hija perdida.

La intención de Goreng, en cualquier caso, es intentar poner un poco de sentido común en todo este sindiós, y sobre todo, enviar un mensaje a la Administración por si acaso no se ha enterado de lo mal que van las cosas por las profundidades. Así, emprende un descenso (no es difícil relacionarlo con la bajada al Infierno de Dante en Divina comedia) en compañía de Baharat (Emilio Buale). El nombre de este personaje, por cierto, corresponde a una mezcla de especias (pimentón, cilantro, jengibre…) habitual en la cocina árabe. Mejor no explicar este viaje interior (nunca mejor dicho), calamitoso, violento y desquiciado, que nos lleva a un final que ha dejado a gran parte del público con la sensación de no haber entendido nada.

“Es un desenlace un poco enigmático, aunque se puede interpretar de forma más o menos evidente. Pero creo que lo importante no es el final, sino el transcurso, el enfrentamiento del protagonista con el sistema y su fracaso estrepitoso. Lo intente como lo intente, el sistema es más fuerte que él. Es una moraleja muy clara, es muy a cara perro”, celebra John Tones, por otra parte gran aficionado al punk.

En la presentación de la película en Sitges, el propio Galder Gaztelu-Urrutia ya dio pistas a preguntas de la web Spinof de que lo importante no es la lucha de clases dentro del Hoyo, ni intentar cambiar la Administración. “Al final el que cambia es Goreng, que por fin ha hecho lo que tenía que hacer, lo que él cree que es justo. Esa es la victoria, cambiarse a sí mismo y tomar la iniciativa de lo que tiene que hacer”.

Un mensaje profundo que contrasta con las intenciones de David Desola, que concibió esta historia como una obra de teatro de humor negro, como una comedia al estilo de Delicatessen. “Antes de empezar el rodaje le dije a Galder: ‘Sobre todo no te tomes esta peli muy en serio’. Y el tío se la tomó totalmente en serio”. ¿Demasiado en serio, tal vez?

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Aitor Marín
Es redactor de EL PAÍS. Antes ejerció cargos de diversa responsabilidad en Man, Interviú, Maxim y Quo, entre otras publicaciones. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra. Escribe a veces de cómics porque le hubiera gustado dibujar. Además, es autor de la novela Conspiración Vermú (Suma de Letras).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_