Después del diluvio
Cuando pase esta crisis tendremos que reflexionar sobre el mundo que hemos construido y sobre cómo éste habrá de cambiar a partir de ahora
Cuando pase este diluvio, que pasará (“nunca llovió que no escampara” era la frase preferida de mi madre cuando había problemas), y salgamos a la superficie desde nuestras casas como Noé de su arca cuando dejó de llover por fin, lo que todos tendremos que hacer es reflexionar sobre el mundo que hemos construido y sobre cómo este habrá de cambiar a partir de ahora. Muchos ya lo están haciendo y lo comunican a través de las redes y de los medios de información, que de nuevo se han demostrado imprescindibles como en otras crisis vividas anteriormente, ninguna semejante a esta. Sin medios de información estaríamos perdidos, en una oscuridad y aislamiento prehistóricos.
La primera reflexión tiene que ser sobre el modelo de vida que hemos llevado hasta ahora, basado en el consumo y en el individualismo, más acusados cuanto más desarrollada sea la sociedad en la que vivimos. No seré yo el que señale las consecuencias negativas de ese comportamiento, porque todos las conocemos, pero sí quien advierta del riesgo de repetirlo cuando pase esta cuarentena obligada por la enfermedad que nos ha puesto a todos frente al espejo. Y lo que todos hemos visto en este es nuestra fragilidad como individuos y lo absurdo del consumo en tiempos de vacas flacas como el que nos ha sobrevenido de pronto.
La siguiente reflexión tiene que ver con los modelos ideológicos. Enternece escuchar en estos días a políticos liberales alabar el buen sistema sanitario que tenemos en países como España, que se está demostrando fundamental en la lucha contra el coronavirus, después de que hayan intentado destruirlo durante años desde el poder con el argumento de que cada uno tiene que protegerse a sí mismo, de la misma manera en que mueve a estupor la petición al Estado de ayudas públicas por parte de esos Gobiernos nacionalistas que lo vilipendian cada vez que pueden. Tanto los políticos liberales como los nacionalistas recuerdan a esos hijos que reniegan de sus padres salvo cuando hay que pedirles dinero.
Hay muchas más reflexiones que todos tendremos que hacer cuando la pandemia pase, pero una se vuelve fundamental. La esbozó ya Stephen Hawking hace años cuando predijo que la humanidad no desaparecerá por una explosión nuclear, sino por un virus, y la recordó Bill Gates en 2015 en un discurso que ahora se ha vuelto también profético: el peligro mayor para la humanidad ya no es una guerra, sino una pandemia vírica, y, sin embargo, el gasto en sanidad e investigación científica es infinitamente menor que el armamentístico.
Todo eso tendremos que hacer cuando el diluvio cese. Hoy, dentro del arca aún, como Noé, celebremos el Día de la Poesía y la llegada de la primavera con Rimbaud: “Mana, estanque. / Rueda, espuma, sobre el puente y pasa por encima de los bosques. / Paños negros y órganos, relámpagos y truenos, subid y rodad. / Agua y tristezas, subid y reanimad los Diluvios. Pues desde que se disiparon / —¡oh las piedras preciosas hundiéndose y las flores abiertas!— ¡qué aburrimiento! / Y la Reina, la maga que alumbra su brasa en la olla de barro, / no querrá contarnos lo que ella sabe y nosotros ignoramos / (…) Desde entonces, la Luna oyó a los chacales gimoteando en los desiertos de tomillo / y a las églogas en zuecos gruñendo en el vergel. / Después, en la arboleda violeta, llena de brotes, Eucaris me dijo que era la primavera…”.
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