Devolverle al reino animal lo que es suyo
Este centro de rescate de animales salvajes de la Amazonía peruana lucha, con fuerza e inteligencia, para neutralizar el tráfico de especies protegidas. Y para derribar algunos mitos sobre las mascotas
— ¿Entonces esto no es un zoológico?
— No, esto es un centro de rescate. Nosotros sí podemos liberar animales, los zoológicos casi nunca.
Cristian Vélez, ingeniero ambiental, responde contundente a la pregunta. Y la propia atmósfera del sitio confirma esa diferencia. Aquí no hay vendedores de algodón dulce, ni fotógrafos por doquier, ni mucho menos personas buscando su selfie hombre-animal. Es más: esto último está prohibido claramente.
Lo que sí hay son jaulas con algunos primates, aves o felinos; pozas con caimanes y tortugas, de diversas especies; y fotos con letreros que explican el objetivo supremo del Centro de Rescate Amazónico (CREA), en Loreto (Perú): rescatar, rehabilitar y eventualmente liberar a especies de fauna silvestre que habitan en el ecosistema amazónico. Todo sumergido en un bosque.
El drama de Miki y Maqui
En una jaula descansa, aparentemente relajado, un tigrillo (Leopardus pardalis). El bello felino es de tamaño mediano y de un color amarillento salteado con manchas negras. Llega a pesar más de 10 kilos y es muy adaptable a diversos ecosistemas (bosques, pantanos, pastizales). A este lo llaman Miki y esta acá porque la Policía Ecológica lo decomisó en una comunidad selvática y lo llevó a CREA. De primera impresión, parece cruel verlo encerrado, pero no hay alternativa. “Lastimosamente, no puede volver a la naturaleza, porque es un ejemplar que está con los humanos desde bebé”, dice Vélez.
Alguien lo encontró en la selva, muy pequeño, lo convirtió en una mascota y, claro, no aprendió a cazar. Una madre dedicada tendría que haberle enseñado a capturar monos, aves, pequeños lagartos o huevos de tortuga. Como ya está grande y se volvió dependiente, ya no lo aprenderá si sale e incluso podría correr riesgos fatales. Tiene un destino limitado.
Algo similar pasa con Maqui, un mono de la especie maquisapa (Ateles belzebuth), que anda descolgándose ágilmente en otra jaula gracias a sus largos brazos y su cola prensil. Lo atraparon cuando era una cría, creció dependiendo del ser humano y, como Miki, probablemente no podrá retornar. “Yo no sé si ese animal tiene capacidad de vocalizar con otro maquisapa. Si lo libero solo, cualquier grupo lo va a rechazar”, explica Violeta Barrera, la veterinaria de CREA.
Ya ocurrió algo así, a mediados de 2019, con un tití pigmeo (Cebuella pygmaea) que parecía listo para ser liberado e irse con una familia de su especie un bosque vecino. Cerca de 10 individuos libres se le habían acercado atraídos por el, digamos, lenguaje tití, de modo que le abrieron la puerta de la jaula para que se intensificara el intercambio. El monito de pronto desapareció, con lo que se presumía que ya estaba haciendo su vida. Pero a los cinco días regresó lleno de moretones en el cuerpo. “Este es un macho adulto y probablemente los otros de la familia no lo aceptaron bien”, precisa Barrera. No se sabe si podrá intentarlo de nuevo. Tal vez no y, como Miki y Maqui, se quede acá para siempre. Porque ese puede ser el porvenir de un animal al cual la especie humana decidió convertir en un objeto.
Las mascotas que no lo son
La máxima fundamental del personal de CREA podría resumirse así: no molesten a los animales silvestres, no los maltraten, no los saquen a la fuerza de sus ecosistemas, no los conviertan en mascotas por la fuerza
La máxima fundamental del personal de CREA podría resumirse así: no molesten a los animales silvestres, no los maltraten, no los saquen a la fuerza de sus ecosistemas de origen, no los conviertan en mascotas por la fuerza. Tampoco les enseñen a hablar si, por ejemplo, se trata de una especie de psitácido (la familia de los loros) que no es doméstica.
En este refugio hay un ejemplar del loro farinoso amazónico (Amazona farinosa). Es hermoso, de un tamaño regular, de un color verde intenso. Tiene el aspecto típico de esos loros que viven cautivos o incluso aparecen en películas de dibujos animados. Pero resulta que está amenazado mundialmente. No es la mascota con la que soñamos.
Eso es lo que dice la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que además alerta sobre la necesidad de tomar medidas para protegerlo. Sin embargo, Barrera cuenta que, a veces, cuando entra un visitante a este recinto, ve a este loro y le dice: “!Hola, hola loro, cómo estás!”.
Justamente lo que no hay que hacer. “Ellos tienen una capacidad increíble en su laringe para reproducir sonidos. Repiten ‘hola’, pero no saben lo que dicen. Eso disminuye sus posibilidades de comunicarse normalmente con otros de su especie. Si lo liberamos en ese estado, las personas que lo escuchen ‘hablar’ lo van a querer capturar”, explica la experta. Debería haberlo sabido hasta Disney.
Hay todo un código, muy complejo, para tratar con animales rescatados. Los primates y las aves suelen volverse dependientes con facilidad. Los reptiles, en cambio, son más independientes y, por lo general, son mejores candidatos para ser liberados. Son animales que no se dejan apapachar, como otras especies, y además no viven en grupos y buscan su comida en espacios más reducidos.
Aunque no todas las aves son mansas. Acá viven un guacamayo rojo y azul (Ara macao) y uno azul y amarillo (Ara ararauna). Al primero lo llaman Alitas porque le falta el ala derecha. Jamás podrá volver a la vida salvaje por su discapacidad. El otro más bien es agresivo, vuela bien, se va y regresa. “Él sí tiene posibilidades de irse al bosque”, apunta Barrera.
Los primates y las aves suelen volverse dependientes con facilidad
A los monos se les puede liberar si se les encuentra una familia que los acoja, no como ocurrió con el tití golpeado. Pero si llegan muy desnutridos —como ocurrió con Pocahontas, un ejemplar hembra de la especie mono choro de cola amarilla (Oreonax flavicauda)— la veterinaria debe tratarlos. Eso implica, en algunos casos, darle vitaminas o medicamentos, con los que desarrollarán mejores anticuerpos. A la vez, pueden adquirir nuevas bacterias en el refugio que luego, cuando sean liberados, afectarían a las poblaciones naturales. “Por eso, en el tema de la liberación se debe tener mucho cuidado”, enfatiza Vélez. Hoy inclusive se ha visto que también podrían transmitir virus a los humanos, como parece haber ocurrido con el coronavirus, que habría venido de un animal silvestre.
La gesta del manatí
Toda esta odisea en busca de rescatar especies silvestres, comenzó un memorable día del 2007. Javier Velásquez, un biólogo oriundo de Iquitos, estaba visitando una oficina de la Dirección Regional de Producción (Direpro), cuando vio una cría de manatí amazónico (Trichechus inunguis) que estaba depositado en una batea.
Había sido decomisado en el mismo Iquitos, pero cuando preguntó si había un protocolo para ayudarlo le dijeron que simplemente no existía. Pidió llevárselo, pero las autoridades no accedieron porque él no era una institución, sino una persona natural. A los pocos días se enteró que el bebé manatí murió sin remedio, acaso de inanición.
Desolado, Velásquez formó —al cabo de unos meses y con tres amigos— la Asociación para la Conservación de la Biodiversidad Amazónica. Para entonces, ya habían contado 15 manatíes muertos en condiciones similares. En noviembre, cuando encontró otro manatí en Direpro, solicitó llevárselo y lo colocó en un tanque que había en la casa de un tío suyo.
Le dieron fórmulas de leche para humanos, y a la vez pidieron ayuda al Centro de Rescate de Manatíes de Puerto Rico, al Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP) y al Dallas World Aquarium Zoo. Con tales apoyos, en 2008, nació CREA, que incluso logró conseguir una leche especial llamada Milk Matrix 33/40.
Gracias a esta gesta, hoy vemos a Alegría, una hembra de manatí de unos cuatro años, en condiciones saludables y nadando en una poza. Se la ve voluminosa, pero apenas es una adolescente próxima al destete. En ese período de infancia-adolescencia, estos animales son sumamente vulnerables y es cuando suelen ser capturados.
Suele ocurrir que algunos pescadores amazónicos los encuentran en su red. El animal les parece curioso, se lo llevan y lo tienen como mascota. Le dan lechuga de agua, gramalote u otras plantas acuáticas, que son la comida natural del manatí. Pero no saben que, hasta cerca de los tres años, una cría de manatí no puede comer esas plantas. “Es como si a un bebito le dieras una hamburguesa”, dice Velásquez. En una ocasión, recuerda, encontraron un manatí pequeño flotando en una poza. Quienes lo tenían decían que estaba feliz, como tomando el sol, pero en realidad estaba en severo estado desnutrición. Por eso flotaba, a pesar de que normalmente no lo hacen.
Liberación y protección
“En la naturaleza no los vas a ver flotando, solo vas a ver que sacan la naricita para respirar”, prosigue el fundador de CREA. Velásquez también vio, en el 2016, una cría manatí que estaba en estado caquéxico (extrema desnutrición), porque se había pasado semanas sin comer, solo alimentándose de su propia grasa, que es abundante.
“Estos animales son imposibles de salvar. Por más que te acepten desesperadamente el biberón, ya tienen el sistema inmunológico totalmente deprimido y órganos que ya no funcionan”, añade con cierta tristeza. Él y su equipo han visto morir a 13 manatíes en esas condiciones. Parte de la tragedia se origina por el desconocimiento.
A diferencia de los manatíes caribeños, los amazónicos viven en cuerpos de agua oscuros y empozados. La gente se entera de que existen cuando aparecen en una red, o cuando asoman la nariz. Tan desconocida era la especie en Iquitos que una vez, cuando trasladaban un manatí en una camioneta, quienes lo vieron pensaron que era una foca.
Los manatíes, asimismo, tienen una función esencial en los ecosistemas acuáticos. Dado que se comen las plantas de las cochas (lagunas de la selva) permiten que entre más luz y oxígeno a ellas, algo que beneficia a los peces y otras especies. Si el manatí pesa 100 kilos (llega hasta los 400), puede comer hasta 30 kilos de plantas.
“Eso limpia el agua”, sostiene Velásquez. Por eso, matarlos —de inanición involuntariamente, o para comerlos en chicharrón (carne cocida en agua), como se hacía antes— es vulnerar la Amazonía. Hubo un tiempo, muy cruel, en que hasta los mataban poniéndoles dos palos en los orificios de la nariz para que ya no pudieran respirar.
Suele ocurrir que algunos pescadores amazónicos encuentran manatíes en su red. Les parecen curiosos, se los llevan y los tienen como mascotas
Ese tiempo, felizmente, casi se ha ido. Pero la lucha de CREA continúa. Marvino, un manatí que tiene 13 años, así como Alegría, son el testimonio de esta cruzada. Hasta la fecha, CREA ha liberado a 23 manatíes en lugares como la Reserva Nacional Pacaya Samiria. Siempre es mejor hacerlo en un área protegida, porque allí los pueden monitorear.
Lo mismo hay que hacer con las otras especies: no soltarlas en cualquier sitio, sino donde puedan ser cuidadas, a fin de que no las vuelvan a dañar. O para que no terminen en Belén, un mercado popular de Iquitos, de donde han sido rescatados varios ejemplares que de otro modo hubieran abonado el perverso y gigantesco tráfico de animales silvestres.
Volver a la vida
Al borde de una poza, Barrera se muestra cariñosa con Alegría, la pequeña manatí que ha aprendido a reconocerla, a sentir en sus manos la generosidad también presente en nuestra especie. Por los alrededores nadan otros manatíes, pero que no salen tanto a la superficie. Desde no tan lejos, llega el ruido típico e inconfundible de algunos loros.
No es posible salir de CREA sin conmoverse. Alegría exhala vida. Miki sufre, pero sobrevive. Y el tití pigmeo quizá encuentre otra oportunidad para irse con una familia de su especie saltando por el bosque. Porque esto no es un zoológico, sino un lugar cuyo propósito vital es devolverle al reino animal lo que los humanos le quitamos miserablemente.
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