Fragilidades víricas
Gestionar el miedo forma parte de cualquier ecuación contemporánea para afrontar una crisis
Desde el comienzo de la crisis del coronavirus hay una enorme contradicción entre lo que se dice desde las instancias oficiales y lo que se ve en directo, 24/7, en las televisiones de todo el mundo y en cualquier dispositivo con capacidad para transmitir una imagen. Lo que se ve son medidas absolutamente extraordinarias que ponen en rígida cuarentena a millones de personas en China, en Corea o en Italia, con policías y militares patrullando los límites urbanos y las calles. O decisiones empresariales con costosas consecuencias. Lo que se dice, con los datos en la mano, es que se trata de un virus que desarrolla una enfermedad parecida a una gripe con una tasa de mortalidad muy baja, y que son muchos más los que se han curado o ni se han enterado de que se contagiaron.
No hay duda de que la espectacularización de la información no ayuda a resolver contradicciones, que cientos de reporteros haciendo directos con una mascarilla en medio de la nada, como si el virus flotara en el aire, solo alimenta la desinformación y el pánico. Pero no son las televisiones las que han decidido cuarentenas inéditas hasta ahora, ni las que clausuran las clases y envían sus empleados a casa, ni las que detienen un tren en la frontera entre Italia y Austria porque dos pasajeros tienen fiebre, ni las que aíslan a todos los clientes de un hotel porque un huésped ha dado positivo, ni las que suspenden el Mobile World Congress o los vuelos regulares a China. Ni las que agitan las Bolsas con el baile nervioso de estos días.
De epidemias anteriores hemos aprendido mucho, dicen los expertos, y eso explica las medidas extraordinarias para intentar evitar que el virus llegue a países con sistemas sanitarios débiles, castigados ya por otras enfermedades endémicas y olvidadas. Queda por saber si hemos aprendido que este mundo no es el del SARS en 2003 ni el del ébola en 2013. No lo son ni la tensión EE UU-China, ni el peso chino en el mundo, ni las comunicaciones, ni las redes sociales. Tenemos mejor sanidad y más experiencia, pero también sociedades que se sienten más vulnerables y con una creciente desconfianza en las instituciones. Gestionar el miedo forma parte de cualquier ecuación contemporánea para afrontar una crisis. Gestionarlo bien, despreciarlo por irracional no lo elimina. @PepaBueno
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