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"No me escuchas, cariño": por qué todas las parejas acaban sufriendo la misma frase

No es por crueldad, pero hay que cambiar de rumbo antes de que el daño sea grave

Andrés Masa Negreira

Quien no haya dicho o haya tenido que encajar estas palabras es que no ha tenido una pareja estable. Ni inseparables compañeros de correrías, ni amigos íntimos, ni familia… "No me estás escuchando", "te lo dije en su momento", "no es lo que habíamos hablado" son distintas versiones del mismo fenómeno: llega un momento en el que silenciamos a las personas que tenemos más cerca. Dejamos de escucharles con la atención que prestaríamos a un desconocido. La confianza da asco. ¿Es que ya no les queremos o es que pensamos que nos lo hemos dicho todo?

Ni lo uno ni lo otro. Esta actitud es como la hermana gamberra de nuestra capacidad de terminar la frase que ha empezado la pareja. La diferencia está en que, en este caso pensamos que sabemos lo que va a decir y lo pronunciamos en voz alta, le echamos una mano y nos sentimos flotando en la nube de la compenetración absoluta. En cambio, cuando lo que hacemos es no prestar atención a lo que dice la pareja, y convertimos su discurso en un zumbido que baja de intensidad hasta que la mente lo borra por pesado, repetitivo y predecible, lo que sucede es que pensamos que sabemos lo que va a decir y no nos molestamos en escucharlo. ¿Por qué gastar energía en ello?

Pero no pensamos en ello cuando damos la espalda una pareja que está a punto de sufrir un ataque de nervios delante de nuestras narices. No, no es crueldad. Es nuestro cerebro, y sus maravillosos automatismos, el que nos juega una mala pasada. "Hacemos menos caso a lo que tenemos garantizado por economía", explica el psicólogo Guillermo Fouce. Por mucho que queramos, no podemos registrar toda la información que nos llega, un problema que el órgano maestro soluciona tomando un peligroso atajo. Detrás de las peleas, los reproches y las estimulantes reconciliaciones hay un desquiciante, pero útil, sesgo cognitivo, que es como se conoce a la forma en la que alteramos la manera de procesar la información a cambio de una ventaja –en este caso, concentrar nuestra atención hacia personas que pensamos que pueden aportar información más relevante–. Sí, así somos.

Así se salvan las parejas

Se trata de un sesgo de comunicación relacionado con la cercanía. El sesgo de proximidad nos lleva a cometer errores como dar un ascenso a una persona que no cumple los requisitos solo porque la tenemos cerca, y la percibimos como idónea casi para cualquier cosa, o a no escuchar a las más cercanas porque predecimos todo lo que va a decir. "Es como si minusvalorásemos las sorpresas", dice el vocal del consejo de gobierno del Colegio de Psicólogos de Madrid. Y advierte de que este tipo de actitud puede llevar a serios enfrentamientos, incluso, a la ruptura de una relación. Y no nos damos cuenta de lo que vale una persona hasta que la perdemos.

Este sesgo puede tener consecuencias más allá del sofoco de que tener que aguantar que nuestro cónyuge nos ignore repetidamente. Si no se le pone un freno consciente, uno puede acabar por "tomar decisiones por el otro presuponiendo lo que va a decir". Y eso va más allá de un malentendido sin importancia, puede desencadenar sentimientos frustración y soledad.

No es fácil ver la trampa. De hecho, una serie de experimentos demostró que los matrimonios y los amigos piensan que se comunican perfectamente cuando la realidad es que no lo hacen mejor de lo que lo harían con unos extraños. "Bajan la guardia y confían más en su propias perspectivas", según los investigadores. Afortunadamente, o por desgracia, en estos casos "uno es más benevolente con el otro porque hay una seguridad que permite tomarnos ciertas licencias que no nos tomaríamos con otras personas". Aún así, para evitar que las relaciones se deterioren hay que tomar conciencia del problema, pensar las cosas dos veces y prestar más atención.

Para estos casos, que afectan a amigos y familiares lo mismo que a las parejas, Fouce explica que hay dos maneras de tomar consciencia, al menos en clave de terapia. La primera es un juego de espejos en el que uno trata de pensar cómo se sentiría si el otro le hiciera el mismo vacío que él está regalándole. La segunda, menos reflexiva y más proactiva, se basa en la asertividad frente al egoísmo. En román paladino, es cuando tu pareja te dice que "no me estás escuchando", "te lo dije en su momento", "no es lo que habíamos hablado", y añade un "no puedes hacerme esto, hablo en serio". Sienta fatal, pero da gracias. Así se salvan las parejas.

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