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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fortalecer la acción humanitaria: exigencia ética, necesidad racional

El presupuesto para este apartado de cooperación se ha reducido tanto que impide una actuación mínimamente digna y a la altura de las necesidades que cualquier situación compleja plantea

Ian Espinosa (Unsplash)
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Términos como emergencia, desastre, crisis, guerra, desplazamiento forzado, refugiados o conflicto violento son cada vez más habituales en el lenguaje cotidiano y en los medios de comunicación. Ya casi nadie se atreve a acusar de catastrofismo al que los usa. Pareciera, incluso, que tras eventos como la reciente COP25 celebrada en Madrid la conciencia ciudadana y política sobre estas cuestiones, especialmente sobre las ambientales, haya avanzado y que se estén empezando a tomar medidas urgentes con carácter internacional.

Y, sin embargo, una de las modalidades de la cooperación internacional diseñada específicamente para paliar y mitigar las consecuencias de los eventos antes citados, como es la acción humanitaria, se ha reducido tanto que impide una actuación mínimamente digna y a la altura de las necesidades que cualquier análisis de la compleja situación internacional plantea.

Desde el año 2004 el Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH) en colaboración con Médicos sin Fronteras publica los informes sobre esta cuestión. A lo largo de estos años hemos ido constatando cómo, pese al leve aumento que ha experimentado la ayuda internacional, la acción humanitaria oficial española se ha reducido más del 80% desde el año 2009, ostentando el triste récord de ser la política pública que más ha sufrido los efectos de los recortes.

Además, pese a que la media entre los países donantes y los compromisos asumidos por España internacionalmente recomiendan que la acción humanitaria sea, al menos, el 10% de la AOD (Ayuda Oficial al Desarrollo), en el año 2018 tan solo supuso el 2,36%. La incongruencia entre hablar cada vez más de los problemas que nos afectan, por ejemplo el incremento del desplazamiento forzado por causas climáticas, y no dedicar ni un euro más a sus consecuencias, produce sonrojo.

¿No sería conveniente, incluso por motivos de mero interés nacional, dedicar más recursos a paliar los efectos de los graves problemas que diagnosticamos? La política de menos recurso, más discurso que se ha seguido en muchos ámbitos de nuestra acción exterior tiene sus límites: un donante habla con fondos y si éstos no están a la altura de los compromisos lo convierten en irrelevante. Los esfuerzos de la llamada diplomacia humanitaria española en temas como la protección de los servicios sanitarios en los conflictos armados, la protección de la infancia, o la agenda de mujer, paz y seguridad son muy loables, pero deben tener su correlato presupuestario. De lo contrario, se convierten en mera retórica.

Hemos ido constatando cómo, pese al leve aumento que ha experimentado la ayuda internacional, la acción humanitaria oficial española se ha reducido más del 80%

Más allá de las cifras, la acción humanitaria se enfrenta a enormes retos en el plano internacional que nuestra cooperación debería asumir. No se trata solo de que hayan aumentado cierto tipo de desastres y que los conflictos violentos sean cada vez más complejos, con violaciones crecientes del derecho internacional humanitario (DIH) y los derechos humanos. Se trata de que a estas realidades se han venido a sumar las consecuencias de otras formas de violencia, de nuevos patrones de desplazamiento forzado y otras situaciones que generan el sufrimiento humano al que la acción humanitaria trata de responder.

Los escenarios son cada vez más difíciles. Existen crecientes problemas de inseguridad y de criminalización de las poblaciones afectadas por las crisis. La mal llamada guerra contra el terror está teniendo graves consecuencias dificultando el acceso a numerosas poblaciones cuyos derechos son violados y no logran satisfacer sus necesidades básicas. Muchas de ellas, ligadas con el mantenimiento de la propia vida. Suministrar asistencia y protección con independencia e imparcialidad sigue siendo una difícil tarea. Pero sigue siendo un imperativo de humanidad para las sociedades democráticas desarrolladas.

Y en este contexto, hay que decir que la Agenda 2030, aparente buque insignia del nuevo gobierno, solo aborda de modo muy marginal las cuestiones relacionadas con los conflictos, el desplazamiento forzado, o las crisis humanitarias. Los nuevos responsables del gobierno deberían ser conscientes de ello y, en un sano ejercicio de coherencia de políticas, abordar la integralidad de los problemas que afectan al planeta y que no se tratan con profundidad en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Existe vida más allá de la Agenda 2030 y más vale que nos demos cuenta de ello.

La mayor parte de las cuestiones aquí tratadas se incluyeron en la Estrategia de Acción Humanitaria de la Cooperación Española 2019-2026, aprobada el pasado año pero que, debido a la situación de interinidad política, no se ha puesto en marcha de modo decidido. Además, partimos de la buena noticia que ha sido la inclusión en el punto 11.5 del Acuerdo de Coalición entre PSOE y Unidas Podemos de una referencia explícita a incrementar "los recursos presupuestarios hasta situarnos en el 0,5% de la RNB a final de la legislatura, destinando el 10% de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) a la ayuda humanitaria”. Conseguir la aplicación de este compromiso ya sería un avance sustancial.

La celebración en el año 2016 de la Cumbre Mundial Humanitaria y la aprobación de la Agenda para la Humanidad supuso un hito en la toma en consideración sobre la especificidad y singularidad de la acción humanitaria en el escenario internacional. Especificidad que viene dada por la necesidad de mantener ciertos principios y por el respeto de marcos jurídicos específicos como el derecho de las poblaciones refugiadas. Los esfuerzos humanitarios pueden y deben complementar otros aspectos de la cooperación internacional como el desarrollo o la construcción de la paz. Pero no deben confundirse con ellos y, mucho menos, convertirse en mero instrumento al servicio de otros objetivos, por muy loables que estos sean. Este es el reto para el nuevo gobierno: situar la acción humanitaria española en el lugar que una sociedad solidaria como la nuestra merece. Ni más, ni menos.

Francisco Rey Marcos es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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