Este invidente y su guía esquían a cien por hora
DESLIZARSE POR una ladera de alta montaña a más de 100 kilómetros por hora. Trazar las curvas, sortear obstáculos. El esquiador paralímpico Jon Santacana (San Sebastián, 1980) hace todo eso a través de los ojos de Miguel Galindo (Huesca, 1981), su guía, que le sigue de cerca por la pista. Desde hace 17 años, cuenta su compañero, Galindo “dibuja con la voz el trazado de las carreras”, para que él, con un 5% de agudeza visual, lo recorra en busca de la mejor marca. Y vaya si lo consiguen. En su palmarés como equipo cuelgan 6 medallas paralímpicas y 17 de campeonatos mundiales.
“¿Quieres que te hablemos el uno del otro? Me sé su historia de memoria”, bromea Santacana al comienzo del encuentro en la sede barcelonesa de Caixabank, patrocinador del Comité Paralímpico Español. “No es que entrenemos juntos, es que, durante ese tiempo, vivimos juntos. Yo antes pasaba más tiempo con él que con mi esposa”, responde Galindo, a medio camino entre la broma y la verdad. Son precisamente esos estrechos lazos de amistad que mantienen los que les han permitido desarrollar al máximo su potencial como pareja en competición. “Miguel ha llegado a entender mucho. Cuando hay condiciones difíciles que me influyen, no se lo tengo que decir, ya lo sabe”, subraya Santacana.
“Un fallo mío, una orden tarde o una línea mal hecha hacen que peligre su integridad física”, dice Galindo
Con toda su familia vinculada al esquí y viviendo en Candanchú, no es de extrañar que Galindo aprendiera a deslizarse por la nieve casi antes que a andar. A los 8 años comenzó a competir y con 15 entró en el equipo nacional. Más casual fue la vocación de Santacana, quien comenzó a interesarse por este deporte a los 10 años, durante una de las escapadas a la montaña con sus padres. Hacía dos que le habían diagnosticado la enfermedad de Stargardt, una dolencia que provoca la degeneración de la mácula del ojo, pero saber que iría perdiendo visión no le impidió ahondar en la disciplina casi de forma autodidacta. Tanto, que en 2000 entró en el equipo paralímpico nacional. Los destinos de ambos se cruzaron un par de años más tarde. Un año y poco después de colgar los esquís tras dos lesiones de rodilla, Galindo aceptó la propuesta de unirse a Santacana. “Se me había quedado un sabor agridulce con este deporte y dije que sí”, recuerda.
Una pista de nieve tiene poco o nada que ver con una de atletismo. Hay agujeros, baches y su estado puede cambiar de un metro a otro. A gran velocidad, la diferencia entre caer o seguir en pie se mide en milésimas de segundo. En esas condiciones, hasta escuchar la respiración se vuelve crucial para no acabar en el suelo. En ese empeño, y en el de ser los mejores, juntos dieron un paso de gigante. Conscientes de sus flaquezas en las pruebas de velocidad, encontraron un sistema de comunicación hasta entonces inexistente en el circuito de Copa del Mundo hasta ese momento: cada uno llevaría un micrófono y unos auriculares por bluetooth en el casco. “Lo cambió todo. Escuchamos cada gruñido y, si me tiembla la voz, Jon sabe que está pasando algo. Un fallo mío, una orden tarde o una línea mal hecha… no es que no ganemos o perdamos. Es que peligra su integridad física”, afirma Galindo, que admite sentir el peso de la responsabilidad.
Aquel sistema de comunicación se ha convertido en herramienta indispensable para otros equipos, aunque el lenguaje entre ambos sigue siendo propio. “Me marca los momentos de transición entre una curva y otra. No hay nadie que haga eso”, añade Santacana. “Yo vivo mucho estrés en una bajada. Es muy bestia. La serenidad de Miguel en esos momentos me han venido muy bien”.
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