Juego, set y partido. El niño que perdió un pie y llegó a la élite mundial del tenis
A Martín de la Puente le amputaron el pie izquierdo a los ocho años por culpa del síndrome de Proteus, que hacía crecer sus huesos de forma anormal. Hoy es uno de los mejores tenistas en silla de ruedas y se prepara para los Juegos de Tokio.
SE DESPERTÓ todavía sedado por la intervención quirúrgica, aliviado porque creía que algo se había torcido por el camino y el doctor finalmente había decidido no operar. Pero cuando levantó las piernas por debajo de las sábanas, Martín de la Puente (Pontevedra; 1999), entonces con ocho años, entendió que era una ilusión, que el síndrome fantasma le había jugado una mala pasada porque su pie izquierdo ya no estaba. “Empecé a llorar y a preguntar dónde estaba mi pie. Fue muy duro, muy heavy, porque suponía un gran cambio, por más que por entonces todavía no me hacía a la idea”, relata ahora desde el CAR de Sant Cugat, donde se entrena desde hace dos cursos. “Estas cosas me hicieron fuerte. Fue un proceso difícil, ¡eh! Pero ahora soy tenista profesional en silla de ruedas, viajando 25 semanas al año. Soy tenista”.
Y de los mejores.
“Mamá, ¿por qué a mí?”, le solía preguntar Martín a medida que pasaban los años, consternado por sufrir el llamado síndrome de Proteus, la enfermedad que hacía crecer sus huesos de forma anormal.
“Te tocó. La vida es así y no se le puede reprochar sino asumir”, respondía Helena, apesadumbrada pero siempre decidida a sacar de la enfermedad de su hijo algo positivo.
Todo comenzó con cinco años, cuando un dedo de la mano izquierda le creció de forma abrupta y abultada. “Al principio hacía gracia en la familia porque no parecía gran cosa. Pero pasaron los años y sucedieron anomalías que no podían explicar ni en Vigo ni en A Coruña. Por lo que fuimos a Madrid para que me diagnosticaran”. Y empezó un viacrucis de intervenciones, 16 en 15 años. “Una barbaridad que me afectaba a casi cualquier parte del cuerpo. El estómago, la pierna…”, explica; “pero lo peor eran las rehabilitaciones porque me privaban de jugar, y yo seguía siendo un niño con ganas de correr”. Una pesadilla que ya ha tocado a su fin porque la enfermedad está asociada al crecimiento y desde hace un año y medio no va al hospital, aunque tiene que pasar revisiones periódicas. “Y si me vuelve a pasar otra vez, si me tienen que operar de nuevo, ahora ya entiendo que es bueno para mí”, reflexiona Martín.
Después de la operación del pie, asumió que su vida pasaría a ir sobre ruedas. “Al principio es duro porque no puedes subir un escalón. Pero luego haces caballitos, coges velocidad en las bajadas… Y entiendes que son tus piernas”. Un proceso similar al que le ocurrió con el tenis. “Empecé a acompañar a mi hermano y su entrenador me dijo que yo también podría jugar. Lo organizó todo para ir a un club de Pontevedra y de repente me sacó la silla de ruedas. Pensé que era un transatlántico y me negué. ¡Yo quería correr!”, explica; “pero me presentó a Álvaro Illobre, campeón de España de tenis en silla de ruedas, lo probé y me gustó”. Tanto que de hobby pasó a profesión en un santiamén. “Había probado la natación, el waterpolo y varios deportes más porque yo quería ser deportista. Al final, encontré lo que quería sentado en una silla”, dice Martín, siempre con la sonrisa puesta. Así, con 11 años y animado por sus padres, se apuntó a un torneo en Galicia y empezó su camino. “En mi primer partido, mis padres hacían de recogepelotas. ¡Era un gusto!”, recuerda. “¡Solo me faltó tirarme la mano a la cara para pedir la toalla como Nadal!”, bromea. Y le cogió el truco desde su lado de la pista porque empezó a ganar por definición. Hasta que se convirtió en el mejor júnior del planeta (cosa que repitió en otras dos ocasiones) en Francia. “Papá, quién iba a decir que sería campeón del mundo, ¿eh?”, le soltó en el coche, de vuelta a Vigo. “Sí, sí, pero tienes examen de inglés mañana, así que ponte a estudiar que esto no cambia nada”, replicó Antón, siempre preocupado por el futuro de su hijo. Aunque los libros fueron un gran refugio para Martín. “Tenía tiempo para estar sentado”, señala con humor.
Ocurrió que Martín siguió ganando con la raqueta en la mano hasta convertirse con 14 años en el campeón de España —todo un récord de precocidad—, título que ya ha conquistado cinco veces. Igual que ocurre con el Máster Nacional, casi siempre contra Daniel Caverzaschi en el otro lado de la pista, rival y amigo. “Antes me ganaba él, pero los últimos partidos me han ido muy bien y esperemos que siga así. Se trata de que juntos elevemos el tenis en silla. Hay rivalidad y en la pista sacamos los guantes de boxeo. Pero fuera de ella, nos llevamos muy bien”, relata el ahora 14º del mundo. Le resulta complicado escalar al top 10 porque solo los ocho primeros disputan los Grand Slam. “Y eso da puntos. Pero es que los cinco o seis primeros tienen mucho nivel y ganan siempre a cualquiera de los de abajo”, justifica; “aunque estoy cerca porque el año pasado perdí en el tercer set contra el cuarto y el quinto. Se nota el trabajo en el CAR”.
Cada día, si no tiene torneo, Martín desayuna a las 8.30 y coge la raqueta dos horas más tarde hasta la hora de comer. Siesta, una hora de físico que no se la quita nadie, ducha, descanso y estudio —cursa ADE—, para acabar con sauna o jacuzzi, además de una partida al futbolín antes de ver un capítulo de Peaky Blinders, la serie que le tiene atrapado. “Aquí todo es muy profesional, y el trabajo, duro. Por eso me fijo el objetivo de acabar este año entre los 10 primeros. Creo que estoy preparado y tengo el nivel de tenis”, explica Martín, ya con ganas de que empiece el entrenamiento. “A veces acabo destrozado de los brazos porque suelo entrenarme al máximo, siempre con un ritmo alto y fuerte de peloteo. Pero para eso estoy aquí, para mejorar, para ser el mejor profesional posible”, apunta. Entre otras cosas porque las ilusiones no se le acaban. “Quiero ir a los Juegos de Tokio”, anuncia. Sabe que lo tiene a mano, porque se clasifican los 32 primeros del ranking. “A los de Río fui porque mis padres me dijeron que lo intentara. No creí que fuera posible, pero me fue muy bien la gira y logré ir. Es una experiencia fantástica que te hace ver el valor que tiene estar ahí”, desliza.
Para lograr sus metas, Martín ya tiene a su propio cuerpo técnico. Está su entrenador, Fernando San Martí —“es argentino de pura cepa. Grita, exige y vuelve a exigir. Pero yo lo prefiero porque así saca lo mejor de mí”, interviene Martín—, además del preparador físico Walter Navarro y la segunda entrenadora Marina Bronchales. También tiene ayudas que le facilita el CAR, como un nutricionista, un fisio y Xavi Gamero, el sparring que asiste en las sesiones de pista. “No le gusta competir, pero pasa todas las bolas a un gran ritmo y es un jugador buenísimo. Es necesario para nosotros”, cuenta Martín, al tiempo que Xavi pone la oreja y sonríe, camino de las pistas porque toca el entrenamiento matutino. Otra cosa es mantener el equipo y las aspiraciones porque los premios de los torneos tampoco son excesivos. “No gano mucho”, reconoce Martín sin preocupación; “pero haciendo números, no pierdo dinero, y eso es lo que se pretendía cuando me dediqué a esto”. Aunque también vive de los patrocinios, como el que tiene con Toyota y con el Real Club de Polo de Barcelona, donde es embajador. Además, Tecnifibre le facilita la ropa y las raquetas. “Con un Master, te llevas unos 3.000 o 4.000 euros si lo ganas. Y si pagas vuelos y el entrenador…, poco queda. Pero los Grand Slam ya es otra cosa porque se pueden alcanzar los 35.000 euros, como en Roland Garros”, cuenta.
Admirador de Rafa Nadal —a quien conoció en Wimbledon en 2010 en un viaje familiar porque su padre se lo pidió al tenista, que pasó unos minutos con Martín— y amigo de los tenistas Pablo Carreño y Roberto Carballés, porque también se ejercitan en el CAR, Martín comparte habitación con el sprinter Bruno Hortelano. “Desde el primer día nos llevamos de maravilla”, dice; “y es un ejemplo de trabajo y de esfuerzo”. Un ejemplo como el propio Martín, todo un campeón sobre ruedas. “Tuve muchos momentos difíciles y el deporte me ayudó a sentirme bien, a sentirme algo, a sentirme importante, a sentirme persona”.
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