Apadrina un molino, la campaña mallorquina para salvarlos del abandono
Una campaña en Mallorca aspira a salvar de la ruina estas construcciones, que ahora se pueden apadrinar
Franz Schubert compuso, a partir de poemas de Wilhelm Müller, un evocador ciclo de lieder llamado La bella molinera: “¡Caminar, viajar es el anhelo / del molinero, caminar! Mal molinero debe ser / aquel a quien no le guste caminar, caminar. / ¡Lo aprendemos del agua, del agua!…”. Caminar entre molinos es una bonita instantánea para cualquier viajero. Su capacidad metafórica tan pronto transporta al Moulin Rouge de Pigalle como a las Cartas desde mi molino, de Alphonse Daudet, que escribió en uno de ellos sobre la vida benéfica del campo. Más próximo a Daudet es el molino de Can Morey, adonde llego en bicicleta tras unas vueltas por caminos que delimitan propiedades agrícolas, en la planicie de Sant Jordi, junto a la playa de Palma.
Me espera su dueño, Toni Bestard. “Este molino de extracción de agua servía para la producción de la finca de mis abuelos. En los sesenta permitió que se cultivaran hortalizas y que tuviéramos ganado, pues había mucha alfalfa. En los setenta vinieron los motores eléctricos y se despreció el molino porque todavía era barata la gasolina y la electricidad. Después, con la crisis, la gente dejó los campos por el turismo. En los noventa fue la hecatombe, y hoy algunos vuelven a la agricultura ecológica y a recuperar hortalizas como el pimiento de tap de cortí, que da un pimentón dulce que solo se cultiva en Mallorca”.
Subo con Toni al molino. Observo cómo suelta las cadenas. Al desplegar la cola, la rueda se pone de cara al viento y un hermoso runrún rasga el aire. Las aspas de hierro giran y resuenan: “Cuando mi abuela tuvo que irse de aquí, no podía dormir, echaba de menos este ruido”. Mientras pienso en la abuela de Toni, veo el cauce y me dan ganas de meter los pies en la alberca.
En dos hectáreas hay 1.050 molinos, la mayoría abandonados. De ahí que la unidad del patrimonio histórico-industrial del Consell de Mallorca haya puesto en marcha el proyecto Apadrina un molino para rehabilitarlos. “Lo hago por romanticismo y porque hay que conservar el patrimonio”, dice Toni. “En cuanto tengo un rato, vengo y lo pongo en marcha. Así veo a mis abuelos y a mis padres. Me dicen: ‘¿Qué prefieres, irte a Bali de vacaciones o mantener el molino en marcha?’. Y me quedo con el molino. Lo he visto toda mi vida. Tengo dos hijos y dos molinos. Todos salen caros (3.000 euros al año por molino). Les digo: ‘Esto para mí era el Netflix que tenéis hoy”.
Llega Aina Serrano, de la Dirección Insular de Patrimonio. “Estos molinos transformaron el paisaje, son un símbolo patrimonial muy querido por los mallorquines. Promovemos la restauración respetando la tipología original y utilizando materiales tradicionales”.
Me despido y pedaleo entre molinos por restaurar. Con la fuerza de la imaginación empujo sus aspas, las pinto de colores y cambio la inercia del viento y el orden de los factores porque, como decía Wallace Stevens, “la realidad es un cliché del que escapamos gracias a la metáfora”. Me cruzo con varios cicloturistas. Todos miramos embobados los molinos, que son música y también silencio. Aún me quedan 1.032 por ver, y no tengo bastante. Ay, amor es todo lo que no se tiene.
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